Si las adaptaciones funcionaran como ecuaciones matemáticas, sería muy fácil garantizar su éxito. Un buen material de partida, unos medios más o menos aceptables, un equipo competente y todo debería ir sobre ruedas. Por desgracia, en el cine las cosas no funcionan siempre así y a veces la alquimia no consiste simplemente en introducir en la probeta los elementos adecuados, agitar bien y a volar.
Porque si así fuera, la adaptación de 1999 de la magistral novela de Shirley Jackson 'La maldición de Hill House' ('The Haunting of Hill house'), titulada 'The Haunting (La guarida)', habría sido redonda. Y estuvo lejos de conseguirlo, pese a la inventiva visual de Jan De Bont, el guión de David Self ('Camino a la perdición', 'Trece días') y la participación de Lili Taylor o Liam Neeson. Qué falló ahí será objeto de discusión en otro momento, pero está claro que las matemáticas no siempre arrojan resultados predecibles. Sobre todo teniendo en cuenta que la adaptación anterior de la novela de 1963, 'La casa encantada' ('The Haunting'), sí resultó absolutamente redonda.
Porque, de hecho, y para terminar de machacar las estadísticas y las ideas preconcebidas, la nueva adaptación de la esencial y respetadísima novela de Jackson, la serie de diez episodios de Netflix 'La maldición de Hill House' (que, digámoslo ya, se nos antoja magnífica habiendo visto la mitad de los episodios) respeta la esencia y la atmósfera de la novela original, pero se distancia del argumento original. Es decir, que no hay reglas que puedan predecir qué elementos garantizan una adaptación perfecta, pero en este caso parece que se han combinado unos cuantos.
En el original, Shirley Jackson metía a un grupo de personas muy dispares en una casa encantada. Su vinculación entre sí era completamente arbitraria y estaban dirigidos por un parapsicólogo que quería indagar en las plasmaciones sobrenaturales del perturbador pasado de la casa. Jackson convirtió su novela en un clásico gracias a la delicada descripción de sus personajes (sobre todo los femeninos) y a su aterradora y muy literaria visualización de los fenómenos.
'La maldición de Hill House': Una familia destrozada
Lo que hace un inspiradísimo Mike Flanagan es dar un pasado común a todos los personajes: son miembros de una misma familia, dos chicos, tres chicas, padre y madre, que están reformando la mansión y que son expulsados de mala manera de Hill House por los espectros que allí habitan, procedentes de un pasado que al menos en los primeros compases de la serie está completamente oculto. Desestructurada la familia, décadas después y desde el presente, se reúnen cuando una tragedia azota sus vidas separadas, y se preparan para enfrentarse a Hill House.
Flanagan respeta o, más bien, interpreta muy adecuadamente las apariciones de los espectros, su presencia, su naturaleza. Como el libro de Jackson, no acude al susto fácil ni a los jumpscares, y efectúa desde el primer momento un cuidadoso trabajo de atmósfera que se salda con una adaptación de ambiente, ritmo e imaginería absolutamente clásicas, donde el frenesí de las persecuciones y los gritos repentinos se convierte en una pesadillesca bruma fatalista que se extiende durante décadas.
La serie, pues, opta por una vía expresiva alejada del tirón de fenómenos inmediatos del género tipo Blumhouse, y plantea una intriga mucho más sosegada pero no por ello menos mórbida o atrevida. Aunque sin duda la gran sorpresa de la serie no viene de su argumento, sino de la confirmación de Mike Flanagan como un autor muy a tener en cuenta para el futuro del género. Ya no es solo que el guión sea agudísimo, adaptando personajes específicos de la novela original a la vez que inventa otros coherentes con el estilo de Shirley Jackson -como la hermana que dirige una funeraria, un auténtico golpe de genio-.
Es que, además, la puesta en escena de Flanagan es de una exquisitez poco habitual en el cine de género de hoy, e inesperadamente emparenta esta serie de Netflix con virguerías recientes como 'Hereditary': la composición y los colores de las escenas en Hill House, estáticos, casi influidos por la recargada pintura del romanticismo, por obras de Fuseli o Von Max. O experimentos narrativos como el episodio que trascurre casi íntegramente en la funeraria y que no debe contener más que una docena de larguísimos planos conducidos por travellings que juegan con el espacio y las convenciones del género.
Aún nos falta la mitad de la serie para juzgar con total seguridad, pero llegados a ese punto, posiblemente las sorpresas solo pueden ser positivas. Aún así, Flanagan se enfrenta a un desafío complicado en la segunda mitad: hacer converger las dos líneas de tiempo en una solución argumental coherente. Pero episodios concretos, como uno impresionante y que revela una identidad inesperada, nos hace pensar que lo tiene todo atado desde el principio, lo que no haría sino corroborar que esta 'La maldición de Hill House' es un exquisito regalo para devotos del horror tétrico, romántico y muy, muy clásico.
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