Steven Soderbergh es uno de esos directores tan desconcertantes como un mapache o la ciudad de Madrid: tratar de encontrar una identidad estable, identificable en un cineasta que puede hacer proyectos independientes como su ‘Sexo, mentiras y cintas de vídeo’ (Sex lies & videotapes, 1989) hasta el ‘Ocean’s Eleven: Hagan Juego’ (Ocean’s Eleven, 2001) puede parecer sencillo al crítico menos avispado ya que basta con dividir los encargos de los proyectos personales para encontrar así un modo de acercarse a la obra del director norteamericano.
Pero es que resulta que en 'Haywire' (id, 2011) también gustaba el hombre de armar proyecto harto independiente con filo violento y de genuina adscripción al género, una carta de amor sin monsergas, como dicen los amantes de las cosas, que no de las personas, porque cuando se ama a alguien se lo quiere con mucha monserga, sin embargo, a las cosas las amamos sin ambages o sin monsergas o dejándonos de hostias, lo cual dice mucho de nuestra capacidad para dejar el catolicismo y la retórica a un lado cuando se trata de, snif, no dar explicaciones.
Pero estamos, de nuevo, ante el mismo director que firmó ‘The Girlfriend Experience’ (id, 2009) protagonizada por Sasha Grey (de la que ninguna noticia tuve hasta estrenarse la película, como todos sabéis, dada mi afición a ver películas protagonizadas por monos, críos, perros, ballenas, hormigas y dibujos animados) y con la que Soderbergh se postulaba como cineasta de vocación artística y europea, versión Antonioni, para guiar nuestro desconcierto.
¿Quién es, pues, Steven Soderbergh? (No Sasha, picaruelos) ¿Es un cineasta camaleónico? No necesariamente. De alguna manera, camaleónico es un adjetivo referido a algo muy concreto y todos los retos de Soderbergh, incluso los aburridos, parecen surgir de una necesidad de pelearse con el estilo, pelea que le lleva ya varias décadas y mucha intensidad.
De Soderbergh admiro básicamente el hueco que le ha dejado al cine norteamericano para ser libre, un hueco muy distinto y muy importante al que deja Clint Eastwood (que es una excepción industrial, no un modelo por el que los estudios se vayan a partir la cara) y por el que invita a los cineastas a la arrogancia. Feliz pues, esta última película, que trata de experiencias vagamente autobiográficas de su atractivísima estrella protagonista (Channing Tatum) parece hecha a la medida de los talentos secretos de Soderbergh.
Con el don nada obvio de un director verdaderamente grande, Soderbergh disfruta de la factura visual, de la puesta en escena, del espacio de los actores con el plano y con el ritmo del montaje y ensancha las posibilidades dramáticas de libreto que viene firmado por Reid Carolin.
La gente destacará la obvia vis cómica de Matthew McConaughey para dar una versión decadente de su estrellato en forma de stripper que huye hacia delante mutando sus talentos como nudista profesional hacia el mundo de los negocios, de la franquicia de dicha marca, pero a mi, que aprecio tales dotes cómicas en el actor que una vez descubriera un inspirado Linklater en ‘Movida del 76’ (Dazed & Confused, 1993), me parecen más complejas las actuaciones de Olivia Munn, Alex Pettyfer y Cody Horn, todos ellos dando relieve a sus personajes.
Mucha gente pensará que esta es una comedia amable de chicos guapos, pero, en realidad, la película juega un papel inverso al de ‘Full Monty’ (id, 1998) ya que esta película sí que trata de los efectos (psicosociales) de una crisis económica y de como un sistema concreto (de valores, de transacciones) nos hace prosperar y nos da posibilidades de tener una vida en acomodo. Como los personajes descubren sus reglas y sus desdichas es otro asunto del que podríamos no deducir un contexto mayor, pero, creo yo, Soderbergh y Reid acreditan inteligencia para no hacer simples alegorías.: esta es una de las películas definitivas sobre la crisis que, a diferencia de ese otro cine, que no habla de dinero ni de clases sociales no sea que nos ofenda, se atreve a decir algo bastante relevante sobre el mundo que habitamos.