Estaba claro que a un indomable como Juan Cavestany esto del confinamiento no lo iba a mantener de brazos cruzados. Así, con todo el tiempo del mundo y con un montón de vídeos de amigos en su misma situación, el cineasta madrileño ha compuesto 'Madrid, Interior, el retrato sentimental en .mp4 que refleja nuestro presente.
Un mundo se acaba
Entre el 24 de marzo y el 24 de abril el director Juan Cavestany, uno de nuestros referentes y creador de obras tan incomprendidas como magistrales ('Gente de mala calidad', 'Dispongo de barcos' puso a trabajar por amor al arte y a la vida, a través del teléfono, a más de cien personas para componer este gran retrato sentimental que refleja de manera real y directa la dureza que conlleva un confinamiento por Covid-19 que empieza a ver ya un final.
“No sé lo que he hecho porque ha sido tan rápido que no he tenido tiempo ni de verlo bien,” afirma el director en la nota de prensa. “Creo que es un ejercicio urgente, intenso y muy personal de documentar emocionalmente lo que ha sido el confinamiento en Madrid en estas últimas semanas”.
“Hacerla ha sido una gran contradicción porque en el fondo hubiera preferido estar inmóvil y callado durante todo esto, pero las cosas casi nunca son como uno quiere”, asegura el director. Y es que lo normal es algo que nunca ha tenido hueco en el mundo de Cavestany. De hecho, es posible que la gran mayoría de su obra se desarrollase en una vieja anormalidad. Ya sea como director o guionista, los mundos de Cavestany nunca estuvieron dentro de nuestra vieja normalidad.
Autor, autor
La película-documental que ha ordenado Cavestany (porque la ha editado, no porque haya exigido a nadie su participación) tiene tiempo para sonar bien. Aaron Rux o Nick Powell ponen música a un ejercicio experimental donde al bueno de Coque Malla no le salen las notas. Y así vemos un montón de rostros populares y conocidos, amigos y colaboradores, pasar por la pantalla. Miguel Rellán, su colega Álvaro Fernández Armero, Luis Bermejo, Lorena Iglesias... un sinfín de compañeros de fatigas y ansiedades poniendo su granito de arena en forma de desesperación solidaria y rutinaria.
El director consigue el más difícil todavía al hacer que una serie de situaciones banales tengan más sentido que nunca. La desesperación, la soledad, el hambre de sexo, la bebida, las cocinas, elegir ese libro que no leerás ni en una diez cuarentenas o los amigos de verdad, los peludos, que soportan tu locura o destrozan tus calcetines, son precisamente los actos que nos hacen iguales a todos.
Llegará un momento en el que una nueva normalidad marque el rumbo, se asienta en nuestras vidas y empecemos a recomenzar nuestro día a día. Algo que puede sonar absurdo, pero cómo demonios vamos a volver a nuestras casas si nunca hemos dejado de estar dentro. Tal vez la solución la tenga Cavestany, o a lo mejor está en el teléfono de Alberto González Vázquez. Lo que está claro es que el mundo no se acaba: se acaba un mundo. Ahora esperamos con ganas a ver cómo se refleja en la pantalla la nueva anormalidad que seguro rezumará su obra a partir de mañana mismo.
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