'Madrid, 1987', la visita al maestro

'Madrid, 1987', la visita al maestro
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Una joven estudiante de periodismo (María Valverde) visita a un admirado escritor de columnas (José Sacristán) para verlo de nuevo. Éste le propone terminar su encuentro en el apartamento de un amigo pintor, donde ambos comenzarán un juego de seducción que se verá interrumpido abruptamente cuando ambos queden encerrados en el lavabo sin poder salir.

La sexta película de David Trueba es también la mejor de todas cuantas ha rodado, y la que no solamente saca mejor partido a sus excesos y defectos, sino que además los acoraza, los convierte en virtudes, manteniendo un diálogo fascinante con toda su obra - literaria y periodística - y convirtiéndose en una de las películas españolas recientes más extrañas, recomendables e íntimas jamás rodadas.

Juzgo imprescindible el documental 'La silla de Fernando' (id, 2006), la película anterior de su director, tras ver esta por varias razones. No solamente porque Sacristán tome y cite alguna de sus ocurrencias, propias del que fue una de las fuerzas creativas más versátiles del cine y el teatro españoles, sino porque también demuestra que Trueba quiere dialogar con una generación que le precede y a la que en muchos aspectos.

Entiendo perfectamente, en ese aspecto, la crítica negativa que hizo mi compañero Mikel. El juego de caracterizaciones de Trueba se basa en ver quien toma la palabra, y hay un alarde literario en la caracterización, algo que por vez primera su director consigue con total verosimilitud, seguramente porque ambos personajes sean también muy conscientes de sus mentiras y porque el guión sepa justificar su actitud y hasta sus alardes.

Yo, en cambio, juzgo esta película como un fascinante diálogo con el pasado. Un inmenso, torrencial y generoso José Sacristán se demuestra uno de nuestros más gráciles interpretes, recitando cada línea con distintos matices, yendo de un escritor seguro de si mismo a un frágil y espectral hombre consciente de sus logros. Su manera de moverse por la pantalla es colosal; su manera de hacer de su personaje un ser humano es un auténtico prodigio.

El personaje de Sacristán es, como el propio título, evocador de un tiempo que se ha marchado. Es obvio que a simple vista es un trasunto de aquel gran escritor de columnas al que muchos llamaron escritor sin género, pero que si lo tuvo, precisamente, el género de los periódicos. Me refiero, claro está, a Francisco Umbral quien, como este Miguel Batalla, también escribía en un seudónimo y consciente de las peligrosas mieles de su éxito.

Pero Batalla es también todos los otros hombres y maestros que han existido, y esta es una conjetura, en la vida de Trueba, por eso hay citas de Fernando Fernán Gómez y Rafael Azcona entre las cosas que suelta, de modo altisonante y sabidamente brillante, el protagonista, también de su filosofía.

Maria Valverde, una actriz de probada solvencia, demuestra madurez y tiene un rol bastante distinto a los trabajos en vehículos juveniles. Aquí tiene el de una post-adolescente, en apariencia dispuesta, lolitesca, empática y hasta exageradamente generosa, pero que oculta un lado más interesante de lo que parece. Porque la definición sencilla de los caracteres (Cinismo contra juventud) no es tal, en realidad.

Lo que hay contrapuesto es anhelo y rabia. El anhelo de ser joven y la rabia de no ser tomado en serio. Dialogan, y cuando Valverde nos descubre hasta qué punto es ella quien ha decidido prácticamente todo y es ella quien, en realidad, es la que hace el esfuerzo - el de aguantar los iniciales discursos del viejo, además de ofrecerle deseo, unas manos, una contrapartida - y solamente al final entendemos su posición.

A los acordes de su canción, se marcha. Trueba deja miles de audacias estilísticas - esta es su película mejor dirigida - para el recuerdo, pero la invención de una película, bajo la mirada fija de una pared con el marco vacío de un cuadro adornándola me parece de un lirismo inaudito para el cineasta.

madrid, 1987

Que ella se marche sin mirarlo es también una bienvenida trayectoria política para la película, cuyo año, 1987, propone también un fin "de otros tiempos".: el fin de las noticias, dice el maestro a la visita de su ninfa, pero no es eso, es el fin de un mundo en el que había sistemas de ideas organizados en torno a dos opciones y el comienzo de un tiempo sombrío, consumista, sin demasiadas expectativas de cambios brutales pero con bienestar, con rutinas burocráticas, cada vez más incomprensible. Ella se marcha sin mirarlo, porque en su retazo de rabia hay algo de comprensión, pero de esa comprensión no extrae un puente sino la certeza de que solamente debe ir hacia cualquier otro lugar, lejos del viejo, de su prosa, de su deseo.

Es, ya lo he dicho, la mejor película de su director. También una historia de descubrimiento, pero no de lo que el espectador o espectadora supone. Este es otro de sus formidables hallazgos. Hay que verla.

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