'Una madre de Tokio' se niega inteligentemente a ser un panfleto turístico: prefiere bucear en la rutina japonesa del estrés laboral, el desamor, las familias desunidas y el sake

Tokio es un sitio fascinante, sí, pero a Yoji Yamada lo que le interesa es que entremos en su interior. El de verdad, no el del Japan Rail Pass

Si en algo tenemos experiencia en España es en crear falsas sagas gracias a los títulos de las películas. Durante unos años fue "como puedas" ('Agárralo como puedas', 'Espía como puedas', 'Acampa como puedas'), en otro momento la "Loca Academia" ('Loca academia de policía', 'Loca academia de combate', 'La loca academia de los albóndigas'), y de un tiempo a esta parte le ha tocado a "de Tokio". Y como prueba, el hecho de que esta semana, a 'Maravillosa familia de Tokio', 'Una familia de Tokio' o 'Una pastelería en Tokio' se les une otra película que no es en absoluto una secuela de las anteriores, pero sí comparte sus rasgos tonales: 'Una madre de Tokio'.

No ha perdido su tokio especial

A sus 97 años y con más de cien películas a sus espaldas, Yoji Yamada aún es capaz de filmar películas capaces de llegar al corazón. Su estilo no es el del drama exagerado subrayado con melodramáticas líneas de guion, sino el de la mirada comprensiva hacia unos personajes inmersos en su propio dolor y hastío vital, con existencias que anhelan cambios, aunque para ello deban pasar por un obligado proceso de nostalgia, autocuidado y perdón.

'Una madre de Tokio' es, realmente, el camino de redención de un oficinista de clase media (el clásico "salaryman" japonés, que tan bien retrató Kurosawa en 'Vivir'). Porque Akio no siente ni padece. Tiene una esposa que le está dejando, una hija que no quiere hablarle, un trabajo que le hace infeliz, una madre que apenas le reconoce... y, por el camino, decenas de personas le dicen que ha triunfado en la vida. La dicotomía del éxito y el fracaso, tan japonesa, tan universal.

Pero por universales que sean sus temas, a estas alturas de su carrera, Yamada no tiene ningún interés en plegarse a un estilo más occidental u ocultar el lugar del que proviene. Todo en 'Una madre de Tokio' es profundamente nipón: su tono, sus modos y maneras, su tímido enamoramiento, el trabajo que se come a las personas, los hana-bi veraniegos... Aunque no llega en ningún momento a embelesarse con su propia cultura, sí es cierto que puede resultar algo hermética para quienes no están acostumbrados a las costumbres del país. Es fascinante a su manera, pero no hace esfuerzos por enamorar al público extranjero... ni tiene por qué hacerlos.

Ay, mamá

El gran problema de la cinta es que el director sabe conectar con su protagonista, ese jefe de recursos humanos que siente que la vida es un cúmulo de sinsentidos, un agujero negro de soledad marchita, y también con su madre, esperando encontrar el amor (acaso por primera vez) en la tercera edad. Pero Yamada pretende ir más allá y narrar los problemas de tres generaciones, dejando a la hija universitaria al borde de la incomprensión más absoluta: su personalidad cambia en cada escena, según convenga al guion, sus aspiraciones no quedan claras y sus apariciones son meros borrones donde se nota que intentaba conseguir algo más.

Quizá haya quien se sorprenda de que, lejos de encumbrar las bellezas de la ciudad, como uno esperaría en este tipo de películas, 'Una madre de Tokio' transcurra casi en su totalidad en tres interiores: la tienda y casa de la madre, las oficinas del protagonista y un izakaya donde beben sus problemas. Si lo que esperabais era encontrar un tour turístico por Asakusa y Akihabara, o paseos bajo cerezos en flor, me temo que esta no es la película, que pretende mostrar el "Tokio real". O sea, ese de horas extra, sueños frustrados, alcohol, pobreza, una existencia basada en tu productividad y vidas al borde del colapso... pero que lo acepta y no lo vive como si fuera un gran drama.

Esta cinta podría estar narrada como una gran tragedia, o como un eficiente drama que nos hiciera salir lagrimeando (tiene retazos, como la escena bebiendo en casa cerca del final de la cinta). Incluso podría encajar como una comedia de perdedores. Sin embargo, escoge el camino más difícil de hacer y más confuso de ver: el slice of life, la naturalidad, la tristeza inherente al día a día. Rechazando las convenciones de gran parte del cine moderno, la película logra, si no emocionarnos profundamente, sí creer en esa madre y ese hijo que quieren, desesperadamente, cambiar su futuro entendiéndose, aunque sea un poco, por el camino.

Puede que esta no sea la típica obra ambientada en Japón que te estás imaginando. Que creas que le faltan templos, letreros luminosos, sushi, viajes en shinkansen, rarezas y amuletos místicos. Pero al final, el país es mucho más que el retrato turístico: es también tristeza, corazones rotos, adultos perdidos que no saben cómo hacer su propio camino, ancianas que se enamoran (a su pesar), amigos que se sienten traicionados. Quizá lo más interesante de 'Una madre de Tokio' sea comprobar una vez más que, por mucho que nos separen nuestras costumbres, las preocupaciones y los anhelos del mundo son, en gran parte, compartidos. Al final todos queremos hacerlo bien. Todos queremos querer. Todos queremos que nos quieran. Y, como dar comida a los sin hogar de Tokio, no es tan fácil como parece.

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