El pasado 1 de enero arranqué el curso cinematográfico 2023 hablando sobre la divertidísima 'Operación Fortune: El gran engaño', la última película del siempre interesante Guy Ritchie. Por aquél entonces os conté cómo el británico logró dar forma a un título sobradamente satisfactorio para propios y extraños minimizando cualquier tipo de riesgo creativo y limitándose a permanecer en su más que dominada zona de confort.
Esta opción a la hora de desarrollar y abordar proyectos, lejos de tener connotaciones negativas, puede ser muy de agradecer cuando hablamos de cineastas con tendencias y sellos muy marcados. En ocasiones, las sorpresas inesperadas son mucho menos apetecibles que apostar a caballo ganador a la hora de comprar una entrada y tener la —casi— plena convicción de que vas a abandonar la sala de cine complacido, aunque sea sin alardes.
Si arranco este texto explicando esto es porque M. Night Shyamalan ha abrazado esta misma tendencia con su estimable 'Llaman a la puerta'; un relato apocalíptico en clave minimalista con el que el indio condensa el fin del mundo —o no— en el interior de una cabaña sirviéndose de un puñado de personajes, una puesta en escena impecable, una gestión del suspense tan lúcida como de costumbre y de la espiritualidad marca de la casa. Un cóctel de elementos plenamente funcional aunque no exento de flaquezas puntuales.
Barriendo para casa
Los tal vez ligeramente dilatados 100 minutos de duración de 'Llaman a la puerta' no dejan espacio para dudar de que nos encontramos ante una producción cien por cien Shyamalan. Esto se traduce en un desarrollo que combina su gusto por las narrativas enigmáticas que emplean los giros imprevistos como sus mejores golpes de efecto y que terminan envueltas por un halo de moralina que suaviza el torbellino de tensión y potenciales horrores previo.
Al igual que ocurrió con 'Tiempo', el director ha optado por adaptar material ajeno llevándolo a su terreno. En esta ocasión ha sido la novela 'La cabaña del fin del mundo' de Paul Tremblay la elegida para pasar por el filtro, perdiendo enteros en su proceso de traslación a la pantalla al someter su desarrollo a un proceso de almibarado para ajustar su narrativa a la discursiva del cineasta y a un exceso de subrayados y explicaciones que resta eficacia al conjunto.
Afortunadamente, a pesar de desvirtuar una progresión dramática que se antoja antinatural una vez Shyamalan inserta su código genético en el guión, la cinta brilla a través de unos personajes construidos con habilidad para trasladar al patio de butacas el estado de paranoia y desconfianza que inunda las cuatro paredes en las que se ambienta su historia. Una colección de personalidades tan peculiares como cabría esperar impulsadas por las interpretaciones de Jonathan Groff, Ben Aldridge y un Dave Bautista que continúa reivindicando su talento más allá de los superhéroes y la acción.
No obstante, los claroscuros que marcan al largometraje terminan inclinándose hacia el lado luminoso gracias a un tratamiento visual y formal excepcional. A la magnífica dirección de fotografía de Jarin Blaschke y Lowell A. Meyer —ambos DOPs en 'Servant'— debemos sumar una planificación y unos trabajos de cámara, montaje y puesta en escena dignos de elogio por su capacidad para jugar con el nerviosismo y la incertidumbre y por el dominio de las relaciones de aspecto panorámicas en interiores.
Esta guinda en el pastel endulza una experiencia que entraría dentro del cajón de las películas de Schrodinger: sorprende en la mayor parte de su desarrollo, en sus juegos formales y en su exhibición de pulso y contención mientras que, al mismo tiempo, no lo hace en absoluto cuando caemos en cuenta de que es una obra de un M. Night Shyamalan que nunca falla. 'Llaman a la puerta' es todo lo que se espera de ella y, al mismo tiempo, algo menos de lo ideal.
Ver 8 comentarios