Hace 14 años, una pequeña película de terror independiente pasaba completamente desapercibida por las salas y enterraba la carrera del prometedor Brad Anderson. La extraña ‘The Vanishing on 7th Street’ proponía un apocalipsis en el que el mundo quedaba en tinieblas y la única forma de sobrevivir era mantenerse con algo iluminado cerca. Desde entonces ha habido muchas variaciones del modelo, pero pocas en una gran ciudad como Detroit. Ahora, ‘Un día tranquilo: Día Uno’ lleva un desastre similar a la ciudad de Nueva York.
Estrenada en cines, esta precuela de la conocida película de John Krasinski sigue la moda de películas de terror con criaturas que impiden "hacer cosas". De ‘A Ciegas’ a ‘The Silence’, las propuestas en las que el colapso de la sociedad se asocia al uso de un solo sentido se han seguido perpetuando hasta el punto en el que una adaptación de Stephen King como ‘The Boogeyman’ adopta la idea de las “reglas” para desarrollar su tercer acto.
El año de las grandes precuelas
En la película de Anderson se conjuraba el espíritu de Roanoke y sus hombres sombra se convertían en una especie de plaga divina, aunque nunca se llegaba a explicar de dónde salían, algo que esta nueva entrega tampoco explora más allá de lo que sabíamos por el flashback de ‘Un lugar tranquilo parte II’, son una especie de lluvia de meteoritos que se erige como especie invasora en busca de los sonidos. Y esta escasa información y 99 minutos es todo lo que necesita Michael Sarnoski para superar a sus predecesoras.
Como ‘The Vanishing on 7th Street’, lleva el dilema a una gran urbe, lo que hace conectar esos primeros momentos con ‘Guerra Mundial Z’, una película que Krasinski tomaba como modelo para su flashback, reflejando punto por punto la secuencia inicial del ataque en un entorno más rural. Ahora vuelve a la gran manzana y nos plantea cómo se vivió el desastre desde dentro, aumentando la escala que habíamos visto hasta ahora con un presupuesto de 67 millones de dólares, no mucho más que la segunda entrega, que lucía ostensiblemente más contenida.
El milagro de aumentar la escala y las grandes set pieces sin derrochar tiene una receta magistral: centrar el grueso del dilema en el punto de vista de un solo personaje y su interacción con un segundo que aparece una vez bien pasado el primer acto. La estructura de la película es asombrosa, convirtiendo un viaje por la ciudad en una experiencia épica que no necesita acercarse a las dos horas y media para llevar encima el peso de sus protagonistas y sentirlo como propio.
El legado de una Nueva York amenazada
Y todo es tan espectacular como esperamos, con planos de la gran manzana inmersa en el pánico, ataques y apariciones de las criaturas abundantes y vertiginosas o momentos que, efectivamente, nos dan la información de ese fatídico día en el que el mundo quedó en silencio. Pero pronto la película toma un tono melancólico, oscuro pero muy hermoso, que recuerda más a una película indie que al artefacto de acción que están vendiendo como la ‘Aliens’ de este universo.
Hay lecciones tomadas de ese ‘Soy Leyenda’ con Will Smith, que durante su primera hora era casi un experimento de arte y ensayo en la ciudad de Nueva York. Hay notas de ‘Monstruoso’ y su viaje a través de un paisaje desolado por una gran criatura, y en general mantiene los toques profundamente humanistas de la ciencia ficción de Bradbury o Matheson, aunque nos hayamos empachado por una estética de blockbuster que ahora nos aleja de los dilemas dentro de un cóctel de explosiones, a menos que no se nos presente como una pieza respetable como ‘Ensayo sobre la ceguera’ o ‘La carretera’, con las que también tiene bastante que ver en ocasiones.
Aunque si debemos asociar ‘Un lugar traquilo: Día uno’ con un grupo de película concreta sería con obras indies como ‘Monsters’, solo que en vez de una clásica historia romántica, el guion sabe sortear los lugares más complacientes de este tipo de road movies chico-chica, haciendo algo más especial, dramático y fuera de lo común. Porque lo que busca Lupita Nyong'o no es el clásico punto de evacuación, ni Joseph Quinn quiere encontrar a su familia, tan solo deambulan juntos por la ciudad en busca de… un trozo de pizza. Algo que puede parecer ridículo, pero que tiene todo el sentido del mundo dentro de la película.
Un drama inteligente y dinámico
Porque ‘Día Uno’ se mete de lleno en un tema bastante sensible y lo hace de forma muy elegante, dotando de una dignidad y volumen a su personaje principal que rara vez consiguen muchos intentos de cruzar por ese camino enzarzado. En parte por su sencillez incontestable, en parte por su aparente facilidad para reformular un estigma como algo normalizado, donde el subgénero de supervivencia adquiere una inesperada cota lírica impropia de un gran estreno de palomitas.
Y se sale con la suya pese a usar ciertos trucos de la escuela Spielberg —y no solo de la referenciada ‘La guerra de los mundos’—, como poner entre el casting a un gato adorable o cargar de emociones la partitura de Alexis Grapsas. El as en la manga es su casting, con un Joseph Quinn ofreciendo a un sentido antihéroe del apocalipsis, un león cobarde que evita el probable recurso cómico y emociona en su vulnerabilidad noble, alcanzando un tercer acto de pelos de punta que nos hace pensar lo injusto de que estas películas nunca dejen la opción de un Óscar a sus participantes.
Momentos e ideas brillantes, como el uso de un trueno para descargar toda la rabia acumulada muestran una obra enfocada a utilizar las reglas de la saga para contar su propia historia, sin perder nunca el foco, con sensibilidad a prueba de cinismos y un uso del drama sin excusas pero tampoco excluyente de la evasión. Aunque puede que ‘Un lugar traquilo: Día uno’ no tenga momentos de puesta en escena tan precisos como algún momento clave de las anteriores, es de las pocas películas de terror actual que consigue a los 45 minutos nos hayamos olvidado de que estamos viendo una de monstruos.
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