La nueva película de Rodrigo Cortés es muy sintomática de una manera de entender el cine español que ya lleva en boga varios años en una frase maravillosamente ignorante que dice no parece española. Cual nuevo rico, el espectador asiste, deslumbrado, ante una reproducción de clichés de mejor gusto, al parecer esquemas y personajes y actores anglosajones, que no enervan al personal con esa hispanidad ignota que nunca se expresa como se piensa, pero sí que parece avergonzar en muchos casos a todo buen espectador (menos, claro, al que le gusta ese género inverosímil, el del cine nacional).
En todo caso, Rodrigo Cortés ha cumplido su eficiente rol de servicio a las fuerzas del comercio. Tras un debut brillante, pero que pasó desapercibido, dirigió la celebrada ‘Buried’ (id, 2010) en la que, además de ejercer feliz de narrador de una versión muy cómoda para todos de la guerra de Irak (esa en la que el pueblo masacrado permanece en segundo plano y el villano es el otro, siempre de acento reconocible, y lo más siniestro posible), demostrando una notable agilidad formal en la que sacaba partido a todo su talento.
La trama cuenta las peripecias de un equipo de parapsicólogos (Sigourney Weaver y Cillian Murphy) ocupado en desenmascarar a un poderosísimo prestidigitador (Robert DeNiro) en la que una estructura de thriller. Cortés carece de cualquier interés en la construcción de personajes, así que la trama la van conduciendo sus giros y, supongo, los esforzados espectadores hablarán del giro final y de como la película les mantuvo pegados a la butaca, que de eso se trata. La concepción del misterio, sin embargo, es bastante parca y la dialéctica propuesta es honestamente cobarde.
‘Luces Rojas’ es la cima de este discurso comercial/popular del no parece española, que encuentra, supongo, en directores como Cortés o Juan Antonio Bayona amplios valedores, sobretodo del público. Y bien está. Básicamente, es un thriller modelado después de Christopher Nolan, pensad en ‘El truco final’ (The Prestige, 2006), aunque sus efectos de sonido y su montaje remitan claramente a sus dos últimas películas (con ese palpitar constante y machacón que no abandona al espectador, entre el estruendo y la estridencia).
Cortés, sin embargo, da pruebas de saber dirigir. La sutil construcción de la retransmisión televisiva, enfatizando y acotando mediante planos de detalle, o la magnífica escena de Leonardo Sbraraglia dejan claro que hay un director con un talento singular y con un estilo cada vez más depurado. Sin embargo, la vergonzosa imitación de Lynch, o la imitación, también de una pobreza notoria, de los leit-motivs temáticos de las cintas de Shyamalan dejan claro que la mayor ambición de esta película es que sus personajes respiren como los de otras películas, sin que intermedie apunte o precisión personal, causan un sonrojo aplastante: las escenas resultan forzadas, seguramente porque lo que en Shyamalan es personal, aquí es remite y plagio, de una debilidad constante.
El final dudo que entusiasme a cualquier cinéfilo que haya visto ‘La noche del demonio’ (The night of the demon) de Jacques Tourneur, pero supongo que complacerá al adicto a un tipo de película roma y tosca modelada bajo clichés y con sensación de normalidad, pero desde luego no a cualquier amante del misterio, que observará atónito como Cortés se adapta fielmente a la ideología dominante (la del sofá, por supuesto) complaciendo al espectador respecto a sus sospechas paranormales y sin cuestionar ninguna de sus concepciones, acaso el mayor riesgo que toma es machacar un discurso procientífico para después anularlo de la manera más mema posible.
El problema, por supuesto, no sería una supuesta aceptación de lo paranormal, sino que Cortés es vulgar, tratando al espectador con la firme idea de que su inteligencia no es superior a la de un programa televisivo medio.: en ese sentido, la audiencia a la que apela ‘Luces Rojas’ es perfectamente contemporánea y saldrá satisfecha. Podéis leer lo que han dicho mis compañeros Mikel Zorrilla o Juan Luis Caviaro, más positivos, por supuesto.