'Loving', la contención

En las nominaciones a los Oscars de este año —aprovecho para hacer un inciso y comentar brevemente que me parece una edición con mayor interés a la media de los últimos años— la película ‘Loving’ (íd., Jeff Nichols, 2016) aspira a una sola estatuilla, la de mejor actriz principal, para Ruth Negga, por su impecable composición. Más que merecida, incluso está mejor que la que sabemos se va a llevar el Oscar; pero el film de Nichols merecía más. De hecho, creo que hablamos de la gran olvidada en las nominaciones.

Una vez más, y tras su labor en ‘Shotgun Stories’ (íd., 2007), ‘Take Shelter’ (íd., 2011), ‘Mud’ (íd., 2011) y ‘Midnight Special’ (íd., 2015) Nichols vuelve a resaltar la importancia de la familia, de los inquebrantables lazos del amor en su más amplio significado. Para ello se sirve de un hecho real, el sufrido por el matrimonio interracial de los Loving, que padeció, a finales de los cincuenta y buena parte de los sesenta, las injusticias de un sistema cuyas leyes databan de la época de la esclavitud.

Evitando los convencionalismos

Si en la reciente ‘La luz entre los océanos' (‘The Light Between the Oceans’, Derek Cianfrance, 2016) se busca desesperadamente la emoción del público y la empatía, subrayando formalmente absolutamente todo, en ‘Loving’ se logra llegar hasta ello sin necesidad de buscarlo, mediante una excelente narración en la que Nichols dice más de lo que vemos a simple vista. Una narración que elimina visualmente todo aquello que no es necesario y que, sin embargo, llegamos a saber por las extraordinarias elipsis y un trabajo interpretativo realmente impresionante.

La odisea del matrimonio interracial formado por Mildred (Negga) y Richard (Joel Edgerton) evita lo que comúnmente veríamos en cualquier tipo de película de similares características, con procesos judiciales de por medio. Todos los entresijos legales a los que el sufrido matrimonio se agarra, gracias a la participación de dos abogados muy decididos, son, en buena parte, ocultados al espectador. Realmente no interesan. A cambio somos testigos de la cotidianeidad de la pareja, de sus alegrías y tristezas. El relato humano es lo que interesa al director.

Nichols habla de un país dolido, herido casi de muerte, a través de su lado menos popular, menos conocido, tal y como ha demostrado en prácticamente todo su trabajo previo. Una América con un profundo amor a la tierra a la que se pertenece, en la que sus protagonistas intentan levantar un hogar y mantenerlo, una América que podría ser de ensueño y que va más allá de la línea del horizonte que Nichols se encarga de retratar en algunas tomas. Al igual que en su ópera prima, lejanos ecos de John Ford se escurren entre plano y plano.

Sólo un verbo merece ser conjugado

Nichols, al igual que el reportero al que encarna un casi esporádico Michael Shannon, prefiere acercar su cámara a los rostros de sus protagonistas, que van sufriendo el visible paso del tiempo según éste avanza en el film prácticamente sin que nos demos cuenta, como en la vida misma. Para ello cuenta con un impecable trabajo por parte de Negga y Edgerton, éste en su segunda colaboración con el director, completamente alejada de la anterior. Sus trabajos además, son dignos de análisis, basados, como la labor de Nichols, en una contención emocional con la que el dicho “menos es más” alcanza nuevas lecturas y muestras.

Un trabajo actoral en el que ambos actores dependen uno del otro —de ahí que la sola nominación de Negga me parezca injusta—, su fuerza reside, del mismo que en sus roles, del otro, de su pareja. En el caso de Negga son muchos los instantes en los que su portentosa labor nos deja mudos, su capacidad de transmitir la incultura de una mujer que no sabe mucho de leyes, pero sí de amar, se apoya por completo en Edgerton. Atención a esa llamada telefónica final, en la que la actriz lo transmite absolutamente todo con un sencillo cambio de expresión facial.

Por otro lado, Edgerton realiza la misma operación. Sus miradas mientras trabaja construyendo casas para otros, y piensa en tener un hogar seguro para él y su familia, su actitud cabizbaja —impresionante forma de interpretar con el cuerpo—, pero sobre todo ese instante, tan íntimo como emocionalmente hondo, en el que mirando a su esposa le dice que puede cuidar de ella, repitiendo la frase. La voz de Edgerton, sus lágrimas asomándose, y su mirada, son la constatación del título, un apellido, y también el único verbo.

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