Aunque el artesano, a veces gran director, Richard Donner puso de moda las buddy movies dentro del cine de acción con su saga ‘Arma letal’ (‘Lethal Weapon’), fue Walter Hill —director sobre el que un siglo de estos caerá un especial en estas páginas— quien lo inauguró de verdad con ‘Límite 48 horas’ (‘48 Hours’, 1982), entretenido film que introducía en el género policíaco las constantes cómicas de las películas de colegas que se remontan a la época de Stan Laurel y Oliver Hardy. ‘Los otros dos’ (‘The Other Guys’, Adam McKay, 2010) se adentra de lleno en este popular subgénero, potenciando sobre todo el lado cómico de la historia. Y supone un nuevo encuentro entre el director Adam McKay y su actor fetiche Will Ferrell —intérprete que pierde muchísimo doblado—, ¿o tal vez habría que decir entre Ferrell y su director fetiche?
Nos encontramos ante una de esas películas donde lo que menos importa es la trama en sí, sino el juego cómico que McKay propone sobre el género en sí. Allen (Will Ferrell) y Terry (Mark Wahlberg) son compañeros de trabajo en el departamento de policía, dos tipos sin suerte laboral que buscan destacar como sea dentro del cuerpo. Su trabajo se reduce a encargos de poca monta y mucho papeleo, mientras sufren las burlas de los demás policías, entre los que destaca la pareja estrella del departamento, Highsmith y Danson (Samuel L. Jackson y Dwayne Johnson), quienes representan el modelo perfecto, y exagerado, de los personajes en este tipo de películas.
Si tuviera que definir en pocas palabras qué me ha parecido una película como ‘Los otros dos’, diría que extrañeza es la palabra más adecuada para ello. La película contiene una premisa interesante, que podría haberla convertido en el entretenimiento más logrado del presente año, y sin embargo posee las bajadas de ritmo más espeluznantes que se han visto en años. Creo, en una primera apreciación, que uno de sus problemas está en querer mezclar la comedia más salvaje y absurda con instantes que podríamos denominar como serios, en los que incluso se entreve cierto tono íntimo. De este modo pasamos del delirante y espectacular inicio del film, en el que vemos a Highsmith y Danson en una de sus impresionantes intervenciones, a la aburrida existencia de Allen y Terry en el que el tono serio no funciona.
Dejando a un lado que el caso policial en el que se ven involucrados los protagonistas, un caso de fraude a gran nivel, es de lo más anodino, otro problema al que se enfrenta ‘Los otros dos’ es la inexistente química entre sus dos actores centrales, rompiendo así la que tal vez sea la regla principal de toda buddy movie. Will Ferrell y Mark Wahlberg son incapaces de compenetrarse entre sí, dejando al descubierto una evidencia: que Ferrell es mucho mejor actor que Wahlberg, y no sólo a nivel cómico. Hay que reconocer que existe mucha más química entre Samuel L. Jackson y Dwayne Johnson con sus divertidos personajes, a los que el director saca mucho más provecho que los que interpretan Michael Keaton —el jefe de policía— y Eva Mendes —la mujer de Allen—, aún apareciendo menos en pantalla.
En cualquier caso se le agradece a McKay la hábil mezcla de humor exagerado —el desternillante destino de Highsmith y Danson— con otro humor más contenido y de tintes clásicos. No me tiembla el pulso al afirmar que instantes como el del bar, en el que Allen interrumpe la conversación de Terry un par de veces para ponerse a cantar una canción irlandesa con más gente, se acercan al estilo del Blake Edwards más inspirado. Es una pena que McKay no esté a la altura en muchos más momentos, quien sabe si por miedo o por pocas cualidades, el caso es que su trabajo sorprende por esos detalles, e incluso por lo bien filmadas que están las dos secuencias de acción iniciales, protagonizadas por Highsmith y Danson, cuya marcada exageración no distancia al espectador cómplice.
Así pues, ‘Los otros dos’ es una película pasable, un entretenimiento para ver, disfrutar y después olvidar, aunque resulte casi siempre previsible o esté innecesariamente alargada. Sirva como ejemplo la escena en la que Allen, fugitivo de la justicia, quiere comunicarse con su esposa y ésta utiliza a una anciana para ello. La secuencia tiene su lógica interna, por cuando se trata de un ingenioso gag basado en los comentarios sexuales entre una pareja. Pero no funciona dentro de la película debido a una resolución que confirma que no era necesario lo de la anciana. Escenas como ésa, que además son demasiado largas, son las que interrumpen el ritmo del film, haciéndonos pasar de la risa a una extraña sensación de indiferencia.
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