Decía el pasado jueves al comienzo de la entrada que dediqué a 'Reservoir Dogs' (id, Quentin Tarantino, 1992) que Tarantino siempre ha hecho cine pensando en una sola persona: él. Y si cualquiera de los títulos que el rebelde cineasta ha filmado hasta la fecha corroboran de un modo u otro una trayectoria que se ha mantenido al margen de las pasajeras modas que en los últimos cinco lustros han ido apareciendo y desapareciendo en Hollywood —no veo yo a Tarantino firmando algo con personajes de cómic, la verdad— 'Los odiosos ocho' ('The Hateful Eight', 2015) es probablemente la declaración más categórica que el realizador ha hecho hasta el momento.
Lo es, ante todo, por insistir, después de su magnífica 'Django desencadenado' ('Django Unchained', 2012), en rodar un filme perteneciente a un género que tiempo ha se estableció como claro veneno para la taquilla. Lo es porque, para colmo, su duración de casi tres horas —más o menos la misma en la que se movía su anterior producción— supondrá una barrera para un amplio sector del público. Y lo es, toda vez uno sale de la sala fascinado ante el espectáculo que acaba de disfrutar, porque el ritmo que Tarantino imprime a los 167 minutos de proyección es una magistral lección acerca de sus intereses cinematográficos.
A ritmo de letanía
Ya el plano inicial, con un imperceptible movimiento hacia atrás del objetivo sobre una talla de madera de la figura de Cristo cubierta de nieve, deja claro que lo que aquí nos vamos a encontrar poco o nada tiene que ver con la frenética velocidad a la que discurre el cine actual más comercial: elevado el letánico ritmo de la narración hasta el paroxismo gracias a la cíclica y obstinada partitura de Ennio Morricone —aislada puede llegar a ser insufrible pero sienta al filme como un guante—, que aparece en los momentos de mayor impacto, la narración a la que asistimos en 'Los odiosos ocho' se caracteriza por tres cualidades fundamentales cultivadas con sumo esmero por Tarantino.
La primera, sus personajes, es probablemente la que brilla con más intensidad en una primera aproximación al filme. A fin de cuentas, contando con el reparto con el que cuenta, y sabiendo de la innata y más que demostrada capacidad de Tarantino para escribir y describir a los protagonistas de sus historias, atender a lo que éstos van dejando tras de sí es el foco de atención inmediata sobre el que se vuelca la mirada del espectador tan pronto como en pantalla aparecen los primeros integrantes de esta historia de venganzas múltiples que tanto y tan bien funciona.
Como lleva sucediendo desde que comenzara a hacer cine, elegir a uno o dos de ellos por encima de los demás resulta una tarea harto compleja llamada a cometer alguna injusticia por señalar a unos y a otros no cuando todos lo merecen por igual. Sabiendo ésto, y desde un punto de vista completamente personal que atiende a filias y no a una valoración imparcial, este redactor caía rendido el pasado sábado ante lo que despliegan Kurt Russell, Samuel L.Jackson y Walton Goggins.
El largo recorrido de los dos primeros hace que verlos juntos bajo las órdenes de Tarantino sea una gozada, algo de lo que el cineasta parece consciente al concederles bastante cuota de pantalla juntos, y cualquiera de sus intervenciones, en consonancia o por separado, suponen incuestionables puntos álgidos de un metraje plagado de éstos últimos. En lo que al tercero respecta, el improbable sheriff que encarna el actor, la indefinición a la que se somete y el servir de alivio cómico en no pocas ocasiones hace de su trabajo una auténtica delicia.
Vehículo de lucimiento
De esa misma última manera podríamos calificar, por supuesto, a lo que llevan a cabo un Tim Roth que evoca al Christopher Waltz de 'Django...' —algo buscado, no me cabe duda—, un Bruce Dern brillante o una Jennifer Jason Leigh que lo borda como el McGuffin que sirve de apoyo al lento pero constante avance de una historia que, sí, se podría haber contado en mucho menos tiempo, pero nos habría privado entonces de la segunda de las tres cualidades a las que hacía referencia algo más arriba: sus diálogos.
A lo largo de las casi tres horas sobre las que se desarrolla 'Los odiosos ocho', y una vez ha quedado claro que el relato va a estar más o menos "estirado" sobre dicha duración, lo que Tarantino solicita de sus espectadores es que se pongan cómodos y disfruten, una vez más, de unas conversaciones que sólo podían salir de su pluma: la secuencia inicial en la diligencia; aquella en la que se presenta a los diferentes inquilinos temporales de la mercería de Minnie; esa en la que el personaje de Roth departe sobre los tipos de justicia o las dos que sirven de claro expositor para que el Jules de 'Pulp Fiction' (id, 1994) vuelva a aparecer en pantalla llevan marcadas a fuego el sello de su director.
Y si he hecho referencia al personaje encarnado por Samuel L.Jackson en la que muchos consideran la cúspide del cine de Tarantino es porque el Mayor Marquis Warren al que da aquí vida el actor afroamericano recuerda, y mucho, a aquel que enunciaba con vehemencia la cita bíblica inventada por el director para la ocasión, y las intervenciones en solitario del que podría ser señalado como mejor protagonista de la cinta, justificarían, casi de la misma manera que lo hacían hace veintidós años, el obligado acercamiento a un filme que, cuidado, todavía guarda su mejor as en la manga cuando de lo que tenemos que hablar es de la superlativa labor de realización.
'Los odiosos ocho', asombro en 70mm
Es de lamentar no poder vivir en una de las pocas ciudades del mundo en que 'Los odiosos ocho' va a proyectarse en el glorioso formato de 70mm en el que ha sido rodada para así poder apreciar en toda su grandeza y esplendor lo que de asombroso hay en la tarea de un director que aquí muestra una depuración suma de formas narrativas, una riqueza de encuadres y composición que es motivo de perpetuo deleite y, en consecuencia, da unas lecciones de una autoridad que, por momentos, supera todo lo que le hemos visto hasta el momento.
La forma en la que el estadounidense "llena" los planos recuerda aquí, y recuerda mucho, a lo que John Ford conseguía en sus mejores westerns, y la grandeza que transmiten los pocos espacios abiertos que se muestran a lo largo del metraje es mera introducción a aquella que se conjuga cuando la acción queda ceñida al interior de esa mercería donde transcurre un ochenta por ciento del filme: el preciso equilibrio que el cineasta siempre ha logrado con habilidad para situar siempre a las figuras humanas allí donde son requeridas encuentra en 'Los odiosos ocho' muchos momentos que son auténticas obras de arte "pictórico".
No afirmaré que 'Los odiosos ocho' sea una obra maestra porque, como apuntaba de forma sucinta algo más arriba, al guión se le ven las costuras de tan estirado que está. Ahora bien, que la decisión de estirarlo queda respaldada con firmeza desde donde debe quedar, y que ello permite a Tarantino rodar —de nuevo— la cinta que le ha salido de las gónadas, es algo que hay que agradecerle una vez más al sentido de narrar contracorriente con el que este enfant terrible siempre ha caracterizado un cine que encuentra en este soberbio y superlativo western un capítulo que, por descontado, supera con holgura y de forma más que merecida, el sobresaliente.
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