‘Los muertos no se tocan, nene’ (2011) surge del tercer relato de los tres que forman el volumen titulado ‘Pobre, paralítico y muerto’ (1960), de Rafael Azcona. De los dos primeros, nacieron ‘El pisito’ (1959) y ‘El cochecito’ (1960), respectivamente, ambas dirigidas por Marco Ferreri y convertidas en guion por su propio autor. La tercera, aunque también había sido adaptada en su día por Azcona, en colaboración con Bernardo Sánchez Salas, no llegó a rodarse.
Más de medio siglo después, José Luis García Sánchez, director para el que Azcona escribió en numerosas de sus películas, por fin ha llevado a la gran pantalla ‘Los muertos no se tocan, nene’, con la participación de David Trueba en la revisión del guion. Algo que forma parte de una trilogía tan magistral no podía sino despertarme un gran interés. Pero, por causa de un estreno acompasado y exiguo, no pude verla en cines en su momento. Gracias a la reposición que está llevando a cabo el Pequeño Cine Estudio de Madrid, la he podido recuperar.
Un caos, una locura, un sinvivir… eso es lo que es la muerte para Rafael Azcona y para ‘Los muertos no se tocan, nene’. El fallecimiento del bisabuelo de una casa de familia bien, aunque venida a menos, de Logroño, y los consecuentes trámites y celebraciones ocupan el metraje de este film, de menos de hora y media, que transcurre a lo largo de un par de días. Como si de una representación teatral se tratase, la acción se ubica, casi por completo, en el piso, por el que desfilan numerosos familiares y otras personalidades, formando una maraña de gentes y acciones enredadas en un crescendo de confusión.
El cinismo de los parientes, así como el absurdo de las cuestiones sociales quedan aquí retratados y criticados con agudeza sibilina, pero sin maldad. Se reconocen todos los tipos humanos y todas las formas rastreras o piadosas de salir adelante, que cada uno como podía iba adoptando en unos tiempos en los que nuestro país regresó a su tradición más picaresca. No está presente el toque oscuro y pesimista de Ferreri, pero no faltan la irreverencia, la mala baba, el humor negro y macabro y la falta de respeto a autoridades y símbolos religiosos o familiares –“cagüen los hijos“–. En su lugar, algo de escatología y de referencias al sexo, llevan la comedia a un humor más del estilo de García Sánchez.
Un viaje en el tiempo cinematográfico
Los decorados emulan a la perfección el mobiliario de los cincuenta, así como el vestuario se adapta a la mezcla de pobreza y necesidad de aparentar que reinaba. Sin embargo, no nos encontramos simplemente ante una película de época, sino ante el ejercicio de rodar un film como si se hubiese realizado en aquella década, respetando todos sus códigos y marcas de estilo. La relación de aspecto es de 1.33:1 y la colocación de la cámara imita los encuadres de entonces, la fotografía es de un contrastado blanco y negro y las interpretaciones están dobladas (en aquellos días no había sonido directo), además de responder a un casticismo que hoy en día no se estila.
La inclusión de actores que ya son historia del cine español, como Tina Sainz, Carlos Larrañaga, María Galiana, Fernando Chinarro o Mary Paz Pondal contribuye al efecto de viaje en el tiempo. En el resto del reparto, compuesto por Mariola Fuentes, Silvia Marsó, Carlos Iglesias, Blanca Romero y Airas Bispo, entre muchos otros, no se aprecia esa actualización de las actitudes y de los diálogos de las series históricas que se emiten ahora, sino que frases y maneras de hablar están respetadas como si tal cual estuviésemos en aquella España.
Conclusión
Ni por asomo afirmaría que nos encontramos ante otra cinta de la categoría de las dos compañeras, a las que considero obras maestras. Pero sí que estamos ante una comedia divertida, poblada por entrañables o desdeñables personajes, que tiene el don de trasladarnos a los cincuenta. Habrá quien encuentre que la excesiva fidelidad de esta relectura o readaptación de ‘Los muertos no se tocan, nene’ ha deparado en una comedia menor, limitada y poco notable. Prefiero, no obstante, entender la lealtad al texto como la opción más sabia pues, al menos, garantiza los aciertos que rubricó Azcona. Algo más innovador o ambicioso, podría no haber aportado nada propio y haber aplastado, sin embargo, lo bueno que quedase del libreto original. Como revival o capricho nostálgico, qué puede haber mejor que adaptar lo que dejó escrito el más grande.