Inicialmente reacio a ir al cine a ver 'Los minions' ('Minions', Kyle Balda, Pierre Coffin, 2015) por cuanto tenía mis serias dudas ante la capacidad de los simpáticos personajes amarillos de ser capaces de llevar por sí solos el peso de una función, dos han sido los factores determinantes a la hora de acercarme el pasado viernes al estreno de la precuela de la saga que comenzara hace cinco años con 'Gru. Mi villano favorito' ('Despicable Me', Pierre Coffin, Chris Renaud, 2010).
La primera, lo muy graciosos que me habían parecido algunos de los avances de la cinta y, en ellos, la frase que encabeza esta crítica y que le espeta uno de los esbirros a una boca de incendio neoyorquina. Será una chorrada, pero me reí tanto cuando la vi en el trailer que me dije, "oye, lo mismo está hasta bien". La segunda, una pequeñaja de tres años y diez meses que desde que viera ese mismo adelanto de la cinta hace un par de semanas cuando la llevé a que se lo pasara bomba con 'Campanilla y la leyenda de la bestia' ('Tinker Bell and the Legend of the NeverBeast', Steve Loter, 2014) no había cesado en su afán de ver "la película de losminionsss" —así, todo junto.
Risas de todas clases
Si normalmente hubiera dejado que mi curiosidad cinematográfica se saciara toda vez la cinta estuviera disponible en el mercado doméstico, estaba claro que la insistencia diaria de esa cinéfila en potencia que es mi hija ya había decidido por mí lo que me reservaba la tarde del 3 de julio: hora y media de dibujitos que han terminado alzándose, y era algo que ya comentaba el pasado viernes en la entrada correspondiente a 'Gru 2. Mi villano favorito' ('Despicable Me 2', Pierre Coffin, Chris Renaud, 2013), como un entretenimiento de primer orden que funciona a las mil maravillas y que, salvando las distancias por lo muy diferente de su tratamiento, convence más que sus antecesoras.
Y lo hace por la sencilla razón de que toda la función se deja impregnar por el mismo maravilloso sentido del absurdo del que ya habían hecho gala las dos entregas anteriores de la franquicia cuando éstas centraban su atención en los minions, unos personajes que son convertidos aquí por mano del espléndido guión de Brian Lynch en unos seres que llevan en el mundo desde que en él comenzó a haber vida y que, como muestran ya esos soberbios créditos iniciales, siempre han seguido al malo más malo del momento, fuera éste un fiero tiranosaurio, un faraón, un vampiro o el mismísimo Napoleón Bonaparte.
Recorriendo varios siglos de historia en un prólogo de unos quince minutos que no tiene desperdicio alguno, 'Los minions' ya demuestra en ese arranque lo que el resto del metraje no hará más que corroborar una y otra vez: que el humor del que hace gala el filme dispara en todas direcciones para conseguir que los más pequeños de la casa se desternillen con gags que beben directamente del slapstick mientras que los adultos hacemos lo propio con las mil y una referencias más o menos obvias, más o menos escondidas, que la cinta mueve de forma constante.
Quedándome de entre ellas con la fugaz e irónica aparición de Nixon o la correspondiente de los Beatles en Abbey Road —y son sólo dos dentro de un universo de las mismas—, he de reconocer que la vertiente más física del humor que gasta la cinta es igualmente efectiva para aquellos que estamos a punto de cambiar de dígito y entrar en la cuarentena. Y como muestra de ello, ese botón que es el momento en que Stuart agarra una guitarra eléctrica y se convierte en un auténtico "heavy metal"...con todas sus consecuencias.
'Los minions', 100% efectiva
Unido a la inmensa efectividad de su humor, está claro que 'Los minions' no hubiera sido más que una sucesión inconexa de chistes de no haber contado bien con un libreto que supiera qué hacer con ellos y como hilvanarlos dentro de la absurda trama que vertebra los noventa y un minutos de metraje, bien con unos personajes que no hubieran estado a la altura de las circunstancias: y si aquí cabría aplaudir el tratamiento tan bipolar que recibe esa mega villana que es Scarlet Overkill —o lo cool de su marido— son Kevin, Stuart y Bob los que, obviamente se llevan la palma.
Sorprende, y sorprende aún más que en las dos cintas anteriores, que no hablando ninguna lengua en particular —el idioma de los minions es una mezcla entre cháchara sin sentido, inglés, español, italiano y francés— el trío protagonista y todos sus compañeros por extensión sean tratados con tal elocuencia que en todo momento intuimos qué diantres están diciendo por las inflexiones de sus voces, el contexto y las contadas palabras que se entienden de entre el maremágnum de sinsentidos que sale de sus bocazas.
Junto a un hallazgo que no es más que la lógica continuidad de aquello que ya habíamos visto anteriormente, el hacer descansar el protagonismo del filme en tres criaturas a las que enseguida se les toma cariño —sobre todo al enternecedor Bob— consigue que uno deje caer toda barrera que quedara todavía interpuesta ante una propuesta que entretiene, divierte y logra que uno se sienta como el niño que fue al dejarse sorprender por los mil y un giros completamente inesperados que trufan la acción.
Si a tal hazaña, que no es tan fácil de conseguir como parece, le unimos una animación espléndida —me quedo, sí o sí, con el arranque de la cinta y el estilo stop-motion del cuento que Scarlet narra a los tres protagonistas— , una banda sonora eficaz en la que sobresalen lo acertado de la elección de las canciones más que lo modesto del trabajo de Heitor Pereira y esos geniales créditos finales —que a nadie se le ocurra salir hasta que se vean en pantalla las acreditaciones al doblaje español— huelga decir que estamos ante un éxito seguro que provocará el anuncio de más Minions de aquí a pocos meses. Siempre y cuando sean de esta calidad...que vengan los que quieran.
Otra crítica en Blogdecine | 'Los Minions', una precuela que supera al original
Ver 23 comentarios