Él (Liam Hemsworth) era un buen chico. Mercenario, pero enamorado de una dulce enfermera a la que conoció en Afganistán. Él iba a retirarse después de aquella misión encargada por el señor Iglesia (Bruce Willis) a ese grupo que lideraban Barney Ross (Sylvester Stallone) y Lee Christmas o Navidad (Jason Statham). Pero el villano (Jean-Claude Van Damme) le mata. Le mata aún habiéndose rendido el grupo de compañeros del mercenario.
Le mata sin piedad. Le mata y, claro, lo que llega es la venganza. Aparecen por el camino Lobo Solitario (Chuck Norris) y Arnold Schwarzennegger.
La primera película era un vehículo escrito, dirigido y protagonizado por Sylvester Stallone, que quería completar su línea ascendente de revisitar a los iconos en casi crepuscular.: las intenciones del Stallone director era lograr una cosa tan violenta como simplificada de tal manera que uno creía que el potro cachas estaba revisitando al mismo Sam Peckinpah y a sus grupos salvajes, forajidos cansados y hombres al final de la vida.
La respuesta de los fans fue ensordecedora. La escena Willis-Stallone-Schwarzennegger como algo añorado. La promoción que la enfrentaba a la enésima comedieta de Julia Roberts y reivindicaba la masculinidad. El caso es que me he sentado a ver al viejo Stallone, que parece haber robado sangre una virgen y haberse insertado pelo de al menos trece animales distintos, hiper-musculado y a la vez sufriendo las inclemencias de la edad y lo he pasado bastante bien. ‘Los Mercenarios 2’ (The Expendables 2, 2012) es kitsch pero es un tipo (muy contemporáneo) de kitsch.
La película esta vez fue dirigida por Simon West. No hay ninguna escena de acción memorable, no estamos ante grandes directores, de verdad, con empaque visual, y hablo ahora de John Woo o Tsui Hark, también de otros más clásicos o de los titánicos John McTiernan, Walter Hill y James Cameron, incluso de virtuosos ocasionales como Renny Harlin. Todos ellos trabajaron para alguna de las estrellas aquí presentes y todos ellos son recordados con conveniente suspiro por el espectador.
Los minutos suceden. El kitsch explota. La mejor escena de la película la protagoniza Liam Hemsworth, visiblemente jodido porque tras perder a sus compañeros en batalla después perdió a su perro. ¿Hemos alcanzado unos registros de altísima comedia? O ideas de guión maravillosas.: el villano que roba un mapa de un uranio recóndito e inencontrable y tiene ya a los mineros en el túnel muy cerca. Que el ritmo no pare.
Pero la diversión es impagable. ¿Qué sentido tiene describir esta película de modos convencionales? Es una película para tíos, para una clase de tíos (los criados con la épica de gimnasio) que disfrutan una clase de iconos del cine de acción convenientemente extintos. Personalmente, creo que lo mejor de la película es Van-Damme y su doble patada: como actor y luchador roba la función a todos menos a uno, claro, Jason Statham, que domina a la perfección el registro de actor-tipo-duro y el de luchador-espectáculo.
Son las escenas de Van Damme y Statham las más disfrutables de la películas. Esas hostias están bien dadas y garantizan muchas risas. Por otra parte, la aparición de Chuck Norris diciendo en voz alta uno de sus Chuck Norris Facts (broma internetera que proponía una serie de premisas en las que Norris siempre ganaba), Schwarzennegger diciendo “yipikayey” como réplica al “tú no vuelvas más” de Bruce Willis….
Esta película, en el fondo, trata de unos viejos cachas hipervitaminados que no quieren dejar de jugar en el escenario Reaganita de matanza discriminada y patrioterismo exultante, pero incluso esto, a estas alturas del blockbuster, puede resultar políticamente incorrecto, casi subversivo. Las risas y la complicidad sin impagables; verla con buenos amigos también.
Los requerimientos, como vemos, son pocos. Esto no es una película, esto es una maldita fiesta, aunque yo hubiera preferido que la fiesta la comandara Van Damme con su acuchillamiento por patada (Es un concepto, esto sucede) todo el rato. El teniente Caviaro habla de una oportunidad perdida y el sargento Mikel habla de hostias como panes.
A la guerra habremos de ir, pues.