Aunque haya tardado en llegar, ha sido un detalle por parte de la distribuidora acercarnos 'Los idus de marzo' ('The Ides of March ', 2011), de George Clooney, a mediados de este mes, época que coincide con los Idus, con los que en EE. UU. se refieren a las elecciones primarias que se reflejan en la película, basada en la obra 'Farragut North', de Beau Willimon.
Habrá quien la haya calificado de Shakesperiana, sin embargo, en las tragedias del dramaturgo los conflictos eran colosales, se expandían y se convertían en irresolubles, acabando en debacles tremendas donde corría la sangre por doquier. Aquí, el trance se ataja poco después de plantearse. Acarrea del medio teatral su unidad narrativa, que, por otra parte, queda muy bien disimulada. La anécdota argumental no es extensa, pero se le extrae suficiente partido, al dosificar tanto la información que aún da pie a sorpresas que, si bien el espectador se puede haber imaginado, para el protagonista sí son chocantes. Además, lo que interesa no es conocer nuevos sucesos, sino ver las reacciones que provoca ese hecho y el remolino submarino que se forma bajo unas aguas que desde fuera se perciben por completo apacibles.
La música, cargada de intensidad, de Alexandre Desplat, demuestra y aumenta esta falsa calma –los temas de la banda sonora, con sus elocuentes títulos, van dividiendo el film en capítulos–. Para ser una obra de teatro, está bien aireada, no solo por el cambio de escenarios, sino por la sensación de transcurso de horas y días y la aparente inclusión de diferentes participantes. Qué intervalo tan pujante aquel en el que el senador recibe la llamada del teléfono de la joven y parece que el tiempo queda paralizado. Desde ahí, se repiten en la película fantásticos soplos que mantienen la tensión incluso pasado el momento en el que somos conscientes de que no hay nada que añadir y el final se avecina.
El reto al que se enfrenta Ryan Gosling en 'Los Idus de marzo' es el de presentar una evolución fulminante y hacernos creíble la transformación sin que se antoje repentina o injustificada y sin denotar esas maneras ya desde el arranque. Enigmático en cada una de sus conversaciones, va dejándose ver a su pesar y lo que sale a flote al final sospechamos que, más que ser una renovada esencia, obedece a su verdadero temperamento, que tardaba en aflorar. Sabiamente, el film excluye casi por completo a la familia de este joven –se menciona al padre, pero es un engaño– y tampoco se le presentan relaciones antiguas o mediadas. Esto nos hace pensar que para él el partido es su familia, no porque esté casado con la campaña –como dice él mismo–, sino porque la decepción que sufre es la que sentiría un hijo adolescente al darse cuenta de que su padre es un humano falible.
El agregado de nombres célebres, en forma de cartel atrayente, supera la individualidad de la interpretación de cada uno. Paul Giamatti y Philip Seymour Hoffman, que me parecen más sobresalientes que el protagonista, están tratados como si fuesen hermanos que tienen que repartirse por igual el pastel y, si uno dispone de un momento para marcarse un discurso, el otro más adelante disfrutará de un ratito para lucirse. Este apoyo de potentes secundarios refuerza enormemente la película, además de por la posibilidad de contar con estos dos actorazos, porque la trama se solidifica con aparentes construcciones en paralelo y porque a ellos se trasladan casi todos los debates que el guion trata de establecer. Son, asimismo, los personajes más matizados y, aunque no sufran una evolución como la de Gosling, sus tonos grises ya los hacen ricos desde el inicio. Evan Rachel Wood y Marisa Tomei cuentan con papeles casi anecdóticos –en el primer caso como mero detonante–, pues debe de ser que el relato transcurre en un mundo de hombres.
Clooney ha sido demasiado benevolente consigo mismo, quiero decir, con su personaje. El senador aparece siempre de fondo, recitando consignas tan maravillosas como increíbles –no me extraña que hasta su asesor de prensa se mofe de que paree que cantase el Kumbayá–. Su interpretación es buena y su aspecto contribuye a que el candidato parezca el ideal, pero su retrato es tan positivo que no es que cueste creérselo, es que casi carece de interés. El defecto que se le atribuye, por mucho que podría haber aportado vidilla al santurrón, lo que resulta es ajeno a él. Da la impresión de que el actor, director y guionista hubiese querido jugar al rol con las elecciones y hacerse la ilusión de lo que habría pasado si en realidad se hubiese metido en política. Pero, por mucha mierda que la película crea presentar, estoy segura de que el verdadero mundillo sería mucho más despiadado que el retratado.
Que el poder corrompe parece algo que no solo tenemos constatado, sino asumido. Me resulta más interesante observar que en política son necesarias las concesiones incluso cuando se albergan intenciones encomiables. El apoyo a un gobernador con ideas bastante alejadas del programa del candidato, que resulta imprescindible para continuar campaña, ya lo habíamos visto en anteriores propuestas audiovisuales –creo recordar que en la serie 'Boss', donde se trata con gran agudeza la corrupción–. Sería una de las renuncias necesarias que tiene que hacer un político, no porque se haya dejado corromper ni debido a su naturaleza ambiciosa y materialista, sino porque se convierte en el único camino posible hacia un triunfo tras el cual aplicar los ideales que con tan loable voluntad se están intentando llevar a cabo. De la película esto me parece más valioso que el trillado desliz del senador, a pesar de que este dé pie a un brillante diálogo culminado en un chiste, que no repetiré para no destriparlo.
Cuando llegan los créditos, nos parece que hemos visto un film muy breve, más aún de lo que en realidad es. Podemos quedarnos con ganas de más o admirarnos de que algo tan mínimo haya dado para tanto. Sí, yo podría haberme esperado más politiqueos, auténtica corrupción y una mayor cantidad de tejemanejes en 'Los Idus de marzo'. ¿Significa eso que me ha decepcionado? En todo caso, querría decir que he visto algo diferente a lo supuesto, lo que ya de por sí ha de recibirse de forma positiva. Ya vendrá otra película que cumpla con eso que me había figurado.
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