En esta vida hay muchas cosas que nos importan, pero la gran mayoría están muy lejos de ser imprescindibles. Puede ser el permitirnos el ir a cenar por ahí y no comer alguna porquería precocinada en casa, consegui comprar esa edición limitada tan chula de esa película que nos vuelve locos o el poder hacer un viaje por ahí de cuando en cuando. Hay infinitas posibilidades de cosas que hacen nuestras vidas más llevaderas, pero lo que no parece valorarse lo suficiente en la sociedad actual es la importancia de nuestros seres más queridos. Quizá sea que demos por sentado que van a estar siempre ahí y por ello tendemos a dejar ver nuestra cara más superficial, en la que el consumismo se ha asentado como nuestra forma de vida.
Los problemas llegan cuando algo malo le pasa a esa persona que tanto queremos. Puede que no sea nada grave y se recupere rápidamente, pero también que acabe muriéndose, y mejor no hablemos de la posibilidad añadida de que la última vez que hablaséis todo acabase en una discusión en la que poco menos que dejastéis de hablaros. Y es que ahí también damos por sentado que todo acabará volviendo a la normalidad, pero ¿y si el médico te comunica que esa persona que amas va a morir?
Ese miedo elemental es el que toma como punto de partida ‘Los descendientes’, el esperado regreso de Alexander Payne tras no haber dirigido una película desde el estreno en 2004 de ‘Entre copas’. Y como habéis podido leer ha optado por volver con una historia que muy fácilmente podría haber optado por el camino fácil de intentar conseguir la lágrima fácil, alguna nominación al Oscar y una dosis extra de reconocimiento para George Clooney, es decir, una producción de corte académico que le terminase de aupar entre los más grandes Hollywood. ¿Es eso lo que ha sucedido? Para nada.
Payne explora tres elementos esenciales en ‘Los descendientes’: La reconciliación, el perdón (o la redención, depende del papel que queramos adoptar como epicentro) y la muerte. Y es que, como ya decía, puede que nuestra relación con el ser querido no pase por su mejor momento, que pensemos que la culpa es nuestra y que recemos aunque ni siquiera creamos realmente en la existencia de un Dios para que éste mitigue nuestro dolor y nos devuelva a esa persona que está a punto de llevarse. Sin embargo, Payne no quiere cargar las tintas ni sobre la figura del marido ausente que representa Clooney, ni tampoco condenar de forma taxativa al responsable de que su esposa se encuentre en una posición tan delicada. Y no lo hace porque prefiere apostar por un giro de tuerca peligroso: ¿Y si la víctima no es esa gran persona que, en caso de morir, todos dirán que era genial y que siempre saludaba? Ahí surge la segunda capa del relato, porque Clooney ha de buscar la redención personal al mismo tiempo que ha de encontrar la forma de perdonar a su esposa. ¿Estar en la posición en la que está ella facilita las cosas? No necesariamente.
Si hay algo que necesitáis tener claro es que Clooney es el Dios de ‘Los descendientes’, y si hay algo esencial que la película debe conseguir es crear un estrecho lazo de empatía entre lo que hace y piensa y el imperativo de que el espectador vea algo que le interese. No creo que haya nadie tan desalmado como para ser incapaz de identificarse con alguien en su situación, pero el problema es saber desarrollarlo y que uno acabe queriendo a Clooney, comprendiendo sus fragilidades y aceptando sus errores. A fin de cuentas, el desenlace de cierta estupenda película acertaba al decir que nadie es perfecto. ¿Consigue Clooney salir airoso de este envite? Si hay algo que roza la perfección en la película es su actuación. Es cierto que no luce tanto al estar basada en la contención, en la necesidad de no venirse abajo ante el maremágnum de dificultades a las que se enfrenta (el secreto de su mujer, la autoconsciencia de ser un mal marido y un pésimo padre, etc.), pero también cuenta con su momento de lucimiento personal en el final de ‘Los descendientes’. Si hubiese justicia en el mundo, el Oscar a mejor actor ya tendría dueño.
Eso sí, un Dios por sí solo es insuficiente para sostener una película que merezca ser recordada, y es aquí donde aparece una selección de actores extraordinaria. ¿Cuál es el problema habitual en las películas con niño y/o adolescente rebelde? Exacto, que resulten cargantes y uno esté deseando que desaparezcan de escena, pero Payne ha obrado el milagro de evitarlo por completo con la contratación de Shailene Woodley y Amara Miller para dar vida a las hijas de Clooney. La primera, únicamente conocida por esa absurda teleserie que es ‘Vida secreta de una adolescente’, transmite rebeldía a la vez que comprensión, ya que tampoco se encuentra en una situación muy de su agrado. Su primera aparición hace presagiar algo diferente, pero no os dejéis fiar por las apariencias. Y es que si hay un personaje con un gran peligro potencial de destruir la película es el aparente bobalicón que interpreta Nick Krause, ya que el trazo grueso que se utiliza para introducirle da muy mala espina. Otro error el desconfiar de Payne en esto, ya que eso es algo que reconduce a las mil maravillas. Por su parte, la inocencia evolucionada de Miller ayuda a que un personaje que roza el parecer irreal nos resulte próximo. A todos nos gustaría que en una situación tan delicada (su madre se muere) se opte por intentar no destrozar nuestra existencia aunque sea a costa de varias mentiras.
Sin embargo, sí que hay un eslabón débil en ‘Los descendientes’, y es el intento de Payne de trasladar esos sentimientos humanos a la relación del protagonista con la isla en la que vive (atención al detalle no deseado que traerá ‘Dragon Ball’ a la mente de muchos). Soy consciente de que está desarrollado con cierto gusto para que la evolución personal de Clooney esté íntimamente relacionada con la decisión que ha de tomar sobre vender una inmensa parcela que su familia posee, siendo él la persona que decide sobre su venta. También veo cierta inteligencia en la forma de introducir a un personaje esencial en la trama personal a través de esto (un Matthew Lillard al que daba por perdido para el cine, pero aquí encuentra su redención profesional), pero es previsible, y me refiero a previsible no como algo que moleste porque sepa lo que va a suceder al final (eso también sucede con la trama humana), sino porque todos los pasos que se van dando en esa dirección se ven venir de lejos, siendo un poco tramposo el giro que causa la forma de cerrarlo. ¿Es algo tan molesto que destroce la película? Mentiría si dijese que es así, pero sí que impide a la película alcanzar un nivel final de brillantez que sí tiene en otros aspectos. Una pena.
En definitiva, ‘Los descendientes’ es una estupenda demostración del talento de Alexander Payne para lidiar con temas trascendentales sin perder la cercanía con el espectador, ni rebajándose a excesos dramáticos tan propios de cintas de este estilo. Además, el barniz de comedia que tiene ‘Los descendientes’ la convierte en una producción muy llevadera, en la cual Clooney da el do de pecho ante el reto que se le presenta y nos ofrece la que seguramente sea la mejor actuación de toda su carrera. ¿Es perfecta ‘Los descendientes’? No, pero sus pequeños defectos la convierten en tan humana como la historia que nos cuenta. Ojalá lleguen muchas más películas de este nivel a lo largo de este 2012.
PD: He tenido que tirar una moneda al aire para decidir si poner cuatro estrellas o cuatro y media.
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