Cuando, hace algunas semanas, escribí el análisis de una de las comedias norteamericanas más desvergonzadas de los años ochenta, la divertidísima ‘Golpe en la pequeña China’ (‘Big Trouble in Little China’, John Carpenter, 1986), y lamenté su fracaso en taquilla (así como la ceguera por parte de muchos críticos), que tantos problemas posteriores le han proporcionado al bueno de Carpenter, saqué a colación dos cintas muy inferiores (sobre todo la segunda, que también se reía, pero sin la menor gracia, de misticismos orientales) que sí conocieron un grandioso y, para mí, significativo éxito: ‘Los cazafantasmas’ (‘Ghostbusters’, Ivan Reitman, 1984) y ‘El chico de oro’ (‘The Golden Child’, Michael Ritchie, 1986). Las nombré por ser también muy cercanas en el tiempo al filme de Carpenter, y por erigirse en iconos de lo comercial de esa década lamentable. Muchos lectores se echaron las manos a la cabeza: ¿cómo se atreve el ignorante de Massanet a vilipendiar públicamente una de las películas de nuestra infancia? Aunque probablemente nadie me crea, mi intención sólo era la de establecer un paralelismo entre algunas películas y un sucinto bosquejo de la incontestable degradación del cine de aventuras que se llevaba a cabo por parte de directores, críticos y público.
Pero recojo el guante, ya que no pocos pidieron que argumentara mis ideas sobre ‘Los cazafantasmas’, una película que ya era vieja cuando nació, y hoy, después de un cuarto de siglo largo desde su estreno, lo es mucho más. En realidad, me da la sensación, es algo casi buscado o pretendido, cuando no una desgana o una desidia: la única motivación para hacer esta película es la de hacer grandes cantidades de dinero. Para eso está diseñada, orquestada y vendida. De modo que toca volver al viejo debate de si el cine comercial es necesariamente malo o despreciable. Yo creo que no. No es perjudicial (para nuestras neuronas) por definición que una película haga mucho dinero en los cines de todo el mundo. Lo que sí es al menos sospechoso, cuando no degradante, son ciertas estrategias comerciales muy descaradas, como es el caso que nos ocupa, elaborada para no molestar a nadie, absolutamente inocua y trivial, con caros y luminosos efectos especiales, que salta, con muy poca fortuna, del terreno de la comedia bufa al de la comedia romántica, de ahí, al terror sobrenatural, de ahí, a la sci-fi más chabacana, de ahí al fantastique más ramplón… No vaya a ser que se quede algún género sin tocar.
Tanto es así, que yo no sabría como definirla. Es cierto que los géneros no son más que etiquetas comerciales, diseñadas para que el espectador establezca unos gustos muchas veces basados en lugares comunes, lugares comunes que luego todos despreciamos. Pero pocas veces como en el caso de ‘Los cazafantasmas’ nos encontramos con un producto tan ávido de atraer a todo tipo de espectador, con tal de engordar las cifras de venta. Y debido a ello se resiente muchísimo un relato que avanza a trompicones (por decir algo suave), que sufre de recalcitrantes bandazos de tono y de ritmo (y careciendo por ello de cualquier tono y del menor ritmo), y que quiere ser un gran espectáculo pero que, debido a las limitaciones visuales del director Ivan Reitman, más parece un carísimo telefilme de sobremesa que una grandiosa aventura destinada a maravillarnos con imágenes poderosas. Ni siquiera su pretendido “grand finale”, con el cuarteto protagonista luchando denodadamente contra todo tipo de dioses y monstruos descabellados, alcanza una mínima parte de la espectacularidad pretendida, por absoluta torpeza en la planificación y un infantiloide sentido de la acción y la aventura.
Cuatro colegas haciendo cine
La cosa se aclara bastante cuando se sabe que el objetivo inicial era un vehículo de lucimiento para Dan Aykroyd (en teoría, fascinado con lo paranormal…) y John Belushi, que ya habían hecho algo parecido en ‘Granujas a todo ritmo’ (‘The Blues Brothers’, John Landis, 1980). Belushi moría en 1982, y al proyecto se unía el cineasta Ivan Reitman, que exigía algunos cambios en el guión, pero al final bien parece (porque lo es), una reunión de antiguos colegas del show ‘Saturday Night Live’ jugando a exterminadores de fantasmas, más algunos añadidos como Sigourney Weaver, que parece estar en otra película gran parte del metraje. Otros antiguos colaboradores de aquel show que todavía perdura, como Chevy Chase o John Candy, fueron considerados para algún papel, mientras que para el cuarto miembro del grupo, se llegó a considerar a Eddie Murphy en lugar del casi desconocido actor afroamericano Ernie Hudson. Así las cosas a nadie le puede sorprender la sensación de colegueo y de gran vulgaridad que desprenden las imágenes del filme.
Ni siquiera el siempre estimulante Bill Murray consigue hacer algo decente. Porque, ¿de todos los chistes y diálogos supuestamente chispeantes, hay alguno realmente bueno?. De todas las escenas de acción y aventura, ¿hay alguna destacable y que esté realmente bien rodada?. Y en cuanto al terror que algunas imágenes de fantasmas o demonios que se pasean por sus imágenes, ¿hay alguna realmente inquietante o perturbadora? Como entretenimiento para pasar el rato, supongo que puede funcionar, pero no consigue absolutamente nada de todo lo que busca provocar en el espectador. Ni comicidad, ni terror, ni intensidad. Imposible defender una película en la que no conectas con ninguno de sus estrafalarios personajes, que bien podrían estar en un episodio del ‘SNL’ (cantera de algunos de los mejores, pero también de los peores cómicos norteamericanos de las últimas décadas…) antes que en una supuesta gran película de aventuras. Los actores parecen estar de vacaciones y cada uno dirigido por su lado, en lugar de en un reparto cohesionado y sólido. Parece como si no se creyeran lo que están interpretando.
Para acabar de rematar la mediocridad de la cinta, el espantoso diseño de producción de John DeCuir, llevado a cabo con un mal gusto y una inapetencia indescriptibles, arruina la bastante inteligente fotografía del gran László Kovács, que proponía unos claroscuros de gran alcance anímico, y un vibrante colorido que buscaba una cierta expresividad, pero todo queda al final en un cómic tosco, blandengue. Eso sí, en un aspect ratio de 2.20:1. Y con copias en 70 mm. Por otro lado, la hábil música del no menos grande Elmer Bernstein, que crea algunas texturas sobrenaturales muy interesantes, se ve eclipsada por el horrible y comercial tema, archiconocido por todos, de Ray Parker Jr., machacón y pegadizo como pocos, que a día de hoy permanece como una de las canciones más famosas (y peores) de toda la historia del cine. El año 1984 conoció varias grandes películas, que merecen una nostalgia y un cariño por parte de los cinéfilos, bajo mi punto de vista, mucho mayor que este ‘Los cazafantasmas’.
Conclusión y, ¿algo salvable?
Sin llegar a los paupérrimos niveles de ‘El chico de oro’, esta cinta no es más que un producto para adolescentes que, a día de hoy, ya no se sostiene por ninguna parte. No tengo nada contra el cine de aventuras y comercial, más bien todo lo contrario. Pero es importante convenir en que el cine de aventuras no implica necesariamente tosquedad en las formas, ni desidia en el ritmo o el tono. En realidad, el cine de género es una buena excusa para que cineastas de fuste (Reitman nunca lo fue) hagan cine grande, no ya en lo escenográfico y superficial, sino en la composición de la materia que están filmando. Que se lo pregunten al maestro Carpenter. ¿Algo salvable? La música de Bernstein y la fotografía de Kovács, ya comentadas. El diseño de sonido, bastante ingenioso. Poco más.