En lo último de Pedro Almodóvar, Lluís Homar representa a un director de cine que se ha quedado ciego y, por lo tanto, se limita a escribir guiones. Blanca Portillo hace de su agente, una agente que lo trata a veces como si fuese su hijo, a veces como si fuese su ex-pareja. José Luis Gómez es un empresario de cuya muerte se enteran los dos anteriores. Aparece un joven, encarnado por Rubén Ochandiano, que quiere escribir un guión junto al protagonista, pero la agente se asusta por su presencia: es el hijo del empresario. El ayudante del guionista pregunta por qué ella tiene tanto miedo y el guionista le cuenta una historia del pasado: en ella, Penélope Cruz interpreta a una mujer casada con ese empresario, pero cuyo interés es hacer cine, lo que la lleva a conocer al protagonista.
Como se ve, 'Los abrazos rotos' combina dos historias: una del pasado y otra del presente, entre las que nos movemos a través de extensos flashbacks introducidos por voz en off. La historia antigua tiene mucho interés y mantiene la fuerza dramática en todo momento. Sin embargo, la de ahora es mucho más floja y, antes de que pasemos a la narración de los hechos pretéritos, vemos una introducción muy larga en nuestro siglo. La falta de brío en los momentos del presente se debe en parte a los actores, pero también a un montaje carente de ritmo y que deja demasiado largas las situaciones. Si se hubiese empezado más brevemente, para llegar en seguida a lo del '94, el resultado sería mucho mejor. Almodóvar y su montador, José Salcedo, probablemente pensaron que no tenían más remedio que dedicar todo ese metraje al inicio porque había muchas cosas que presentar, pero de muchas se podría haber prescindido.
Por ejemplo, el personaje del hijo de la agente es un instrumento para que se le cuenten las historias pasadas al espectador y eso se nota demasiado. Para darle algo de dimensión y disimular que sólo está ahí con esa misión, se le permite tener su momento de creatividad que, por todos los demás motivos, sobra. La propia agente, Portillo, tiene aquí sus momentos que nos muestran el tipo de relación que mantiene con el protagonista. Esto es necesario, pero hasta el final no se retomará a su personaje, por lo que todo lo que vemos de ella, en el arranque, aburre.
La trama remota comienza contándose de manera demasiado verbal –es la voz del director de cine quien nos la narra—, lo que hace que no nos asentemos en ella hasta que deja atrás la voz en off y se muestra como narración fílmica. SPOILER: La manera en la que los dos argumentos se enlazan al final vuelve a ser verbal y expositiva en exceso y, por ello, pierde la capacidad de emocionar. FIN DEL SPOILER.
Cuesta trabajo en este país reconocerle las capacidades interpretativas a Penélope Cruz, pero no es éste el primer film en el que su sola presencia eleva la temperatura de las escenas una gran cantidad de grados. Así que algo tiene que tener. Cada vez que ella está en pantalla, 'Los abrazos rotos' interesa, atrapa e incluso entretiene. Cuando Pe no está presente, no se puede aplicar ninguno de esos tres verbos. Puede tener que ver con la historia, pero creo que no es sólo eso: los actores masculinos que ha elegido Almodóvar para esta película en general son muy sosos: Lluís Homar está aquí mejor que en muchos de sus trabajos anteriores, pero es un señor que produce una empatía mínima y que da una sensación de sequedad y aburrimiento tremenda. Los chavalines jóvenes que revolotean a su alrededor no interesan nada y Blanca Portillo, que sí es una enorme actriz, no tendrá su momento hasta el final. El personaje de Rubén Ochandiano es otro pegote introducido por necesidad narrativa y sin más retrato que una exageración tópica de lo que pueda ser un "friqui".
'Los abrazos rotos' es un film metalingüístico, es decir, habla sobre cine dentro del cine. Esto puede ser merametne un capricho o también una forma de reflexionar sobre la obra del autor o de su figura como creador. Por mucho que a Almodóvar le guste insertar en sus films fragmentos del cine clásico que a él le apasiona, aquí la reflexión es sobre sí mismo, no sobre el cine o la creación en general, ya que es un remedo de su 'Mujeres al borde de un ataque de nervios' lo que rueda su personaje. SPOILER Esa especulación sobre que un film puede destrozarse con un mal montaje es muy graciosa. Claro, antes lo justifica diciendo que la actriz no había estado bien en casi ninguna toma y que, por ese motivo, elegir las malas podría cargarse la obra. Pero hay otras maneras de estropear un resultado en montaje: no ser capaz de encontrar el ritmo y la fuerza es una de ellas. FIN DEL SPOILER.
No sé si será la edad o la fama internacional, el caso es que hay algo que ha hecho que Almodóvar ya no quiera hacer comedias como aquellas tan desternillantes que nos regalaba en otras décadas. Lo que está claro es que el motivo no es que haya perdido la capacidad, porque la escena que se presenta de 'Chicas y maletas', que constantemente está haciendo guiños a su exitosa 'Mujeres…' resulta de lo más divertida. Se echa de menos aquello y dan ganas de desempolvar los DVDs y volver a echarles una ojeada a sus films más alocados.
Esa lentitud de arranque y lo expositivo de algunas confesiones son casi los únicos defectos que le he encontrado a una película de la que había oído y leído que era mala. Quizá por la falta de expectativas, me sorprendió, si no positivamente, al menos en el sentido de no confirmar estos presagios. La historia, considerándola ahora ya como un todo, me interesa mucho. Y no le encuentro a 'Los abrazos rotos' ninguno de los defectos que tenían algunos films anteriores del manchego, como los cambios de tono y la mezcla de intenciones de 'La mala educación'; la presencia de un actor que lo estropea todo en 'Carne trémula', o la simpleza de otros.
Otra crítica en Blogdecine:
'Los abrazos rotos', el Almodóvar más cinéfilo.
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