‘Lo mejor de mí’ (‘The Best of Me’, Michael Hoffman, 2014) vuelve a poner de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo, los libros de Nicholas Sparks, quien empezó a adaptarse al cine allá por 1999 con ‘Mensaje en una botella’ (‘Mesage in a Bottle’, Luis Mandoki), para años más tarde sufrir el clímax de las adaptaciones basadas en los libros de Sparks con la laureada ‘El diario de Noa’ (‘The Notebook’, Nick Cassavetes, 2004) –qué diferente habría sido este film si lo hubieran dirigido Spielberg o Burton, elegidos antes que alguien que demuestra que el talento no se hereda−, que provocó ríos de lágrimas.
No he leído ni un solo libro de Spark, y por lo visto en las adaptaciones cinematográficas no creo que lo haga nunca, aunque siempre he sido un defensor acérrimo del hecho de que una película y un libro no deben compararse jamás, por evidentes y obvios motivos. Pero no puedo con tanta desgracia acumulada en el esqueleto de las historias que visten los guiones de las películas. ‘Lo mejor de mí’ resalta de nuevo ese detalle morboso en su argumento, el de atravesar la desgracia para obtener el más sagrado y auténtico amor. Empiezo a dar arcadas.
(From here to the End, Spoilers) James Marsden, que ya había participado en el citado título de Cassavetes, da vida a Dawson, un solitario hombre apuesto, con esa barbita de días que tan bien le queda al apuesto actor, que debe regresar a su pueblo natal debido a la muerte de un antiguo amigo que le recogió en su hogar en tiempos difíciles. También irá Amanda, en la piel de Michelle Monaghan, como la antigua novia de Dawson. Juntos recordarán lo que dejaron atrás y si vale la pena recuperar ese amor tan grande, auténtico y verdadero que dejaron pudrirse en el tiempo.
El imposible amor cinematográfico
Aunque realmente fue por uno de esos errores judiciales que obligaron a Dawson a pasar nueve años en la cárcel, obligando a Amanda que no le visitase nunca jamás, para nueve años después admitir como todo estúpido –sinónimo de hombre, que es lo que somos todos cuando nos enamoramos− que cometió un error. La trama avanza entrelazando las dos líneas temporales, ¿os suena? Sí, a todos nosotros también. Y su punto morboso se produce en la última media hora, cuando en un paso demasiado atrevido llega a puntos inimaginables que encuentran sentido al título y ese golpecito en el pecho que se da Mardsen en un momento dado.
Michael Hoffman es un director sin personalidad, y quedan muy lejanos los tiempos de su mejor película, la nunca bien considerada ‘Restauración’ (‘Restoration’, 1995). El manual de toda adaptación de una novela de Sparks debe obligar a filmar atardeceres de lo más triste y emotivo, mientras se vende como amor algo que simplemente no existe. La forma que destroza el ya en sí risible fondo, que resulta tendencioso sobre una de las más grandes falacias que ha transmitido el cine a cerca del sentimiento y su perfección. Además hay que aderezarlo con un amor imposible y a cuya trascendencia hay que llegar a través de la desgracia.
Los minutos finales de ‘Los mejor de mí’ provocan el rechazo más absoluto. Ya no un giro de guion, sino una carambola realizada porque sí, como resultado del resto de acontecimientos que se suceden uno tras otro en el film. Padres maltratadores que te llevan por el mal camino, padres que intentan comprar al novio de su hija para que se aleje, hombres bondadosos que aceptan en su casa, porque sí, qué coño, a chicos en problemas, y novias comprensivas que van día tras día a la cárcel por la accidentada muerte de un amigo al que todos, incluidos los espectadores, queríamos mucho. Pero no pasa nada, no te olvides de ser donante de órganos, el destino hará el resto. Y también las cartas emotivas leídas entre lágrimas perfectamente diseñadas.
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