En los breves créditos iniciales de ‘Lo imposible’ (J.A. Bayona, 2012) se aclara que está basada en la historia real de una de las familias que estaba en la costa de Tailandia cuando la zona quedó arrasada por el devastador tsunami de 2004; algunas de las palabras desaparecen y sobre el fondo negro destaca el mensaje “historia real“. El eslogan del cartel ya aclaraba “basado en una extraordinaria historia real“, y por algún motivo el desenlace del film se consideró sabido por todos poco antes del estreno —en cierto periódico nacional incluso revelaban con detalle la escena final—, apostándose por la cantinela de “no es una película, es una experiencia“.
Este énfasis en destacar la base auténtica de la que ha partido el guion y la promesa de haber recreado los hechos de manera que el espectador será capaz de vivirlos con intensidad en la sala de cine, junto con la agresiva campaña de promoción del film —con apoyo de festivales como Toronto y San Sebastián y la poderosa influencia de Mediaset a través de la televisión (ventana al mundo y modelo para muchos)—, han dado como resultado no solo el mayor éxito del año en la taquilla española sino también el mejor estreno de la historia en este país. Lo que tiene aún más mérito considerando el mal momento que atraviesa el sector, malherido tras la subida del IVA.
Mientras veía la película, que ante todo destacaría que está filmada con mucha inteligencia, no podía evitar pensar que la historia de esta familia (española) que sobrevive de milagro a una catástrofe ha cautivado por algo más que la evidente (pero efectiva) manipulación sentimental, y es que creo que por afortunado azar ‘Lo imposible’ debe funcionar como una especie de catarsis para toda la gente que está sufriendo la terrible crisis que atraviesa el país. Posiblemente la mayoría de los espectadores no se han enfrentado a una inundación o a un desastre natural, pero seguro que sienten la íntima sensación de pérdida que logra transmitir el film, de que en un instante todo lo que tienes te puede ser arrebatado. Y lo que uno ve en la pantalla es una imagen esperanzadora: la familia unida puede superarlo todo y salir adelante.
Pero ‘Lo imposible’ no es solo un trabajo inteligente, es también el fruto de una valiente apuesta de Juan Antonio Bayona, al que sé que le llovieron ofertas tras su debut, la taquillera ‘El orfanato’ (2007). Pero el realizador catalán quedó cautivado por la historia de María Belón y apostó por recrearla en la gran pantalla; 30 millones de euros y casi cuatro años de trabajo después, ‘Lo imposible’ está en las carteleras y Bayona ha tenido su recompensa. Comercialmente es un éxito indiscutible, pero narrativamente la cosa no está clara. Surgen dos grandes interrogantes: el primero, ¿por qué limitarse al reencuentro de la familia cuándo la tragedia permitía la jugosa posibilidad de tocar otras historias paralelas?; y segundo, ¿era necesario subrayar el dolor y buscar la lágrima a toda costa, cuando el drama se capta y se interioriza con unas pocas imágenes?
Un gran problema es que los personajes que representan a los cinco miembros de la familia Belón no resultan tan interesantes para sostener la película. Son demasiado perfectos (solo uno de los niños llega a enfadarse). Y uno ve siempre a Ewan McGregor, el tal Henry no existe, nunca se construye ni se hace creíble. Oaklee Pendergast y Samuel Joslin, los más pequeños (a los que el padre abandona, una de las decisiones más incomprensibles del film), tienen escasa relevancia, aparecen sanos y salvos tras la inmensa ola y son casi apartados hasta el final —si bien uno de ellos interviene en una escena donde brilla Geraldine Chaplin—. Son por tanto Naomi Watts y Tom Holland quienes deben enganchar al espectador y realizan un impecable trabajo, llegas a creer que realmente son madre e hijo y que están viviendo esa pesadilla. Pero en pantalla aparecen otros personajes que despiertan curiosidad y no se les aprovecha, reincidiendo en la desesperación y el sufrimiento de Maria, Henry y el hijo mayor.
Y aquí es donde veo el mayor error de Bayona. En el constante subrayado y en la búsqueda de la lágrima a toda costa, forzando la emotividad de las escenas y apelando al sentimentalismo barato; para lo cual abusa de los diálogos explicativos —una de las mayores torpezas del guion de Sergio G. Sánchez (los personajes no dejan de repetir el miedo que tienen aun siendo evidente)— y de la machacona música compuesta por Fernando Velázquez. Que el director se regodee en el dolor y la pena de los protagonistas no solo es innecesario, también torpe y señal de inseguridad, de no confiar en el público. Curiosamente, la mejor escena de toda la película, cuando el niño al que llaman Daniel acaricia el brazo de María, no se nota la presión del realizador, basta la imagen y parece un momento improvisado, natural, auténtico. Lástima que solo ocurra en contadas ocasiones.
Mención aparte merece la espectacular recreación del tsunami, un prodigio audiovisual con el que Bayona puede lucir su talento para la puesta en escena; casi tienes la sensación de sentir la violencia del agua y el golpe de los objetos que hieren a los protagonistas. En resumen, la realización triunfa recreando la catástrofe y la peripecia física pero se muestra irregular a la hora de generar interés por los personajes y plasmar la aventura emocional, cayendo en tópicos y una convencional trama que parece sacada de un (lujoso) telefilme norteamericano. Sin duda tiene mucho mérito haber creado ‘Lo imposible’, hay momentos inspirados y hermosos, pero la forma de arrastrar al espectador y obligarle a reaccionar de una manera determinada llega a extremos vergonzosos.
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