Sin importar su procedencia o su denominación de origen, las maldiciones siempre han sido, y siguen siéndolo a día de hoy, un recurso indispensable para moldear los más variopintos relatos de terror que llegan a la gran pantalla. Pero lejos de demonios, rituales y almas en pena, el mayor maleficio relacionado con el género se encuentra en su relación con el espectador veterano.
Pocos tragos hay más amargos para un amante del cine de terror que experimentar una indiferencia y una falta de estímulos absoluta ante una producción que intenta agitar al respetable de forma infructuosa; reciclando recursos narrativos y formales que, a base de repetición, han terminado mostrándose inefectivos frente a un público insensibilizado y curado de espanto.
Si algo hizo trascender a las dos brillantes entregas principales de ‘Expediente Warren’, ese fue el modo en que James Wan supo dar una vuelta de tuerca a esos mecanismos sin abandonar el clasicismo, casi referencial, de su propuesta. Algo que no han logrado alcanzar ni por asomo los spin-off de la franquicia, ni mucho menos una ‘La llorona’ soporífera, plana y estridente, destinada a conquistar la taquilla a golpe de mediocridad.
Terror soterrado
Llama la atención que la película más floja del Warrenverso sea la única que, exceptuando ‘The Conjuring’ y su secuela directa, no ha contado con el guionista Gary Dauberman involucrado en aspectos creativos. Y es que, aunque las dos ‘Annabelle’ y ‘La monja’ no sean un derroche de creatividad, sí dejan entrever la mano de un asiduo al género que sabe ver más allá de fórmulas y efectismos de saldo.
La ausencia del autor de los libretos del díptico ‘It’ de Andy Muschietti se traduce en unos personajes planos y construidos a base de clichés que funcionan como marionetas a las órdenes de una trama insulsa, tópica y descafeinada que renuncia a la coherencia y al siempre necesario drama —sin empatía y conflicto interno rara vez hay emoción— para limitarse a hacer desfilar en pantalla y sin ningún tipo de filtro el enésimo festín de lugares comunes.
Pero el cariz insípido de ‘La llorona’ no sólo queda patente en sus cimientos escritos; la dirección del debutante Michael Chaves se muestra igual de genérica que el guión sobre el que trabaja, convirtiendo la turbia leyenda del folklore mexicano en una chabacana sucesión de jumpscares mecánicos y artificiales en la que cada golpe de sonido y cada alarido de la criatura principal, lejos de inquietar, tan sólo invita a la desconexión total.
Durante los últimos meses ha proliferado el irritante concepto de “terror elevado” para hacer alusión a cierta tipología de cintas de género con un mayor poso y ambiciones temáticas y discursivas. Sabiendo esto, ‘La llorona’ bien podría ser calificada como “terror soterrado”; ese que queda sepultado bajo su condición de fábrica de sustos baratos y bajo un diseño de producción pobre, estéril y carente de estilo propio que no merece compartir universo con la obra de James Wan.
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