El mismo día que fui a ver 'El libro de imágenes' me pidieron un pequeño montaje en vídeo de fotografías para celebrar un aniversario de boda. Y mientras editaba encontré un llamativo tratamiento de las imágenes: algunas de las fotografías no estaban escaneadas sino tomadas con algún otro dispositivo -probablemente, un smartphone- sobre el papel original, desveladas como reinterpretación de su propio soporte.
Del negativo al papel, y de ahí al bit, con nuevos significados con cada nuevo paso. Las estampas con las que trabajaba no eran imágenes en sí, sino las impresiones desligadas de su soporte original. El tratamiento hasta perverso de las fotografías que tenía que editar, reencuadrar y casi destruir me llevaron a un nuevo lugar de entendimiento de la película de Jean-Luc Godard, otro tanto de los posibles de su monumental enciclopedia.
Notas de lectura para el colosal compendio del mundo según Godard
Donde yo editaba recuerdos de imágenes desde un ordenador y un programa informático con bits que desmaterializaban los negativos ya revelados, el director-monumento trabajaba desde la propia materialidad, usando imágenes que no provenían de sus grabaciones, sino de DVDs o VHS propios cuya cinta, gastada y maltratada, era el bruto para nuevas formas visuales.
Fabrice Aragno, estrecho colaborador de Godard durante los últimos quince años y productor de 'El libro de imágenes', hablaba en la presentación de la película en Cineteca de la experiencia que puede suponer esta cinta-instalación expansiva. Y hablo de instalación porque 'El libro de imágenes' no tenía intención de ser proyectada en salas, sino en pequeños monitores con los que se trabajó el montaje y tan sólo dos altavoces.
La previsión original para el visionado de este video-ensayo se modificó al anunciar su presencia en Cannes, y terminó jugando con las posibilidades que permite el aumento de canales de audio.
La planificación sonora de 'El libro de imágenes', que se suma a la distancia de lo que se sucede en pantalla -fragmentos de películas gastadas por el paso del tiempo, imágenes con colores modificados, letras que guían, subtítulos comprimidos que va a su esencia-, nos explica la importancia de la recepción y, por ende, del espectador.
El agente activo, el que debe leer el libro de Godard, es quien mira y escucha, y la película es consciente de su presencia, convertida en física en el espacio del visionado, tanto con dos altavoces y un monitor como en una sala con varios canales de audio. El sonido distante y discontinuo recrea un espacio sobre el que está la figura observante, la que recompone la historia fragmentaria de la película.
Como los dedos de una mano
El nuevo experimento fílmico de Godard, que continúa en la búsqueda de una nueva expresión cinematográfica desde 'Adiós al lenguaje', 'Nuestra música' y 'Film Socialisme', remite de forma explícita a 'Histoire(s) du cinéma', uno de sus trabajos más ambiciosos, deja de lado la reflexión sobre el hecho cinematográfico, nunca olvidándolo pero usándolo ahora como un elemento más de su discurso.
Las imágenes son la obsesión del nonagenario director, que le permiten repensar todo: la mirada etnocéntrica, la cultura de la repetición, la invisibilización de realidades ajenas a Occidente... Así, son las propias imágenes las que nos permiten entender y decodificar nuestro mundo, pues no miramos la realidad tal como es sino tal como la vemos.
Esto es, no entendemos la realidad en sí, sino la representación de ésta. Ahí está el foco godardiano, que trabaja en cinco capítulos y un epílogo la estructura de 'El libro de imágenes'. Cada capítulo, dice el director, es el dedo de una mano materializada en la película, e hilvana la relación del autor con las propias imágenes, trabajadas desde la manualidad, desde el propio soporte.
En sus palabras, "es una condición del hombre hablar con las manos", dice mientras un rollo de película es manipulado por dedos, metonimia clara del autor -resaltando cierta condición artesanal- pero también del ser humano en nuestro contexto. Nuestra relación con el mundo está sujeta a la tiranía de la imagen, lo que condena nuestra mirada a una distancia impuesta que Godard recoge.
Esta lejanía permite también resignificar lo que vemos mediante nuevas texturas, modificando su comprensión al reescribir los textos audiovisuales. Por eso resuena, en diferentes canales de audio, la voz del director francés que él mismo subtitula tanto en su idioma como en inglés, además de escucharse durante el metraje otros idiomas como el árabe, el alemán o el italiano.
El subtitulado adquiere así una dimensión estética y significante, ya que no todo lo que se dice en el filme aparece escrito en pantalla. El propio Godard es el encargado de seleccionar qué textos aparecerán junto a las imágenes de su libro, concentrando los significados de sus palabras en el mínimo espacio posible.
'El libro de imágenes': la Imagen es la Palabra
Al pensar en esta depuración que busca de un lenguaje condensado y comulgante de imagen y texto, resuena una obsesión godardiana que aparecía pintada en 'La chinoise': "Hay que confrontar ideas vagas con imágenes claras". La enumeración de referentes visuales que aparecen en 'El libro de imágenes' es una tarea titánica y casi inabarcable.
El extenso trabajo de archivo de Jean Luc Godard, apoyado por Nicole Brenez y Fabrice Aragno, culmina en una intertextualidad aplastante y arrolladora. Se suceden citas e imágenes de nuestro presente, llenas de manipulaciones materiales que arrojan nuevos entendimientos y las acercan al cine experimental de autores como Jonas Mekas, al modificar el soporte fílmico, pero trabajando desde imágenes preexistentes, salvo casos contados (imágenes de una playa de Túnez).
El cúmulo de materiales nos conduce a una reflexión de la moral dominante y de Europa, presentando la decadencia de un continente caduco, rancio, antiguo. Por eso imágenes recuperadas. Por eso el sonido sucio. Por eso la voz ronca. El director va más allá, y presenta en el epílogo una visión esperanzadora del Otro, del mundo árabe estigmatizado por los prejuicios Occidente. Por eso imágenes por rodar. Por eso un cuento arabesco. Por eso la utopía.
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