‘Líbranos del mal’ (‘Deliver Us From Evil’, Scott Derrickson, 2014) es quizá la película donde las inquietudes religiosas de Scott Derrickson campan más a sus anchas. Un supuesto caso real sirve de base al director/guionista para uno de esos relatos que, vistos por alguien no creyente, pueden chirriar hasta lo más profundo de tu ser. Además de ello, supone una de esas películas en las que la personalidad de su todopoderoso productor, Jerry Bruckheimer, queda patente en cada plano del film. Así, la buena mano de Derrickson en la puesta en escena de su mejor película, ‘Sinister’ (id, 2012) se pierde por completo.
El género de terror religioso siempre ha tenido buena aceptación entre el gran público. No hay nada como cuestionar las creencias de uno mientras el diablo es el antagonista en una cinta de género. No obstante hay diferencias y diferencias cuando la convicción de un director con personalidad hace creíble uno de estos relatos de posesiones demoníacas, cuya expresión por sí sola ya parece un chiste. No es lo mismo que William Friedkin, cuando está inspirado, te narra una historia, que cuando lo hace Derrickson demasiado apoyado en un texto que alcanza niveles ridículos muy exagerados.
Eric Bana, actor que suele intervenir en un éxito de taquilla cada dos o tres fracasos, da vida a un personaje de base real, el policía de New York que se enfrentó a un caso de posesión demoníaca que iba dejando un reguero de cadáveres en la ciudad, hasta que recibió ayuda de un sacerdote molón y moderno (Édgar Ramírez) que estaba puesto en temas demoníacos. Tanto es así que ahora ambos siguen investigando casos de posesión allá por dónde van, intentando salvar al mundo de demonios cabrones y sus poseídos acólitos. Fantasía pura y dura que en manos de Derrickson alcanza niveles risibles, empeorados por la pose postal de Bruckheimer.
Es ése precisamente uno de los males más notables de ‘Líbranos del mal’, mucho peor que su ideología, siempre respetable. No hay momento importante que no esté bañado de una luz espectacular y un molesto ralenti que empeora más las intenciones. Si lo que pretendían era provocar tensión, angustia, o incluso miedo, los efectismos de puesta en escena, más de su productor que de su director —ahí están ambas filmografías para comprobarlo—, convierten la experiencia en algo cómico, incluso vergonzoso, sobre todo en su delirante parte final, un interrogatorio/exorcismo en una comisaría de policía que alcanza unos niveles de exageración verdaderamente preocupantes.
Poco feeling actoral y verosimilitud
Los ecos de ‘Seven' (id, David Fincher, 1995) son evidentes en las numerosas secuencias nocturnas en las que la policía entra en una casa a hacer un registro, encontrándose con “sorpresas” que, en el fondo, no lo son para un espectador mínimamente experimentado en films sobre posesiones. Pero hasta la fotografía parece mal utilizada; el trabajo de Scott Kevan no dramatiza lo que narra, simplemente oscurece la película y punto. Esto no hace el film más tenebroso, en armonía con su trama, sino más oscuro visualmente, sin más. Una chapuza indigna de Derrickson.
El trabajo actoral es justito. A la cara de incredulidad mostrada por Bana durante todo el relato —con cara de “qué coño hago yo aquí”, o “hay que llegar a fin de mes”— hay que sumar el cura más enrollado que nos hayamos echado a la cara en toda la historia del cine, imagino que para hacer más cercana la palabra de Dios, y de paso intentar conseguir algunos convertidos. Ramírez presta un físico imponente a un “padre” que le van los bares y mirar para los culos femeninos —con chiste incluido sobre la pedofilia que se les supone a todos los celibatos—, mientras el pago por sus pecados es enfrentarse al mismísimo mal con discursos eternos, crucifijos poderosos y una competición por ver quién grita más en un exorcismo.
Poco feeling, poco miedo, confusión argumental —¿era necesario ese prólogo en Irak, bastante tendencioso, por cierto?—, feísmo visual, y una exagerada inverosimilitud son las principales característica negativas de ‘Líbranos del mal’. Positivo hay una canción de The Doors, cuyo uso probablemente ha provocado que Jim Morrison se revuelva en su tumba. La banalidad de casi todo producto made in Bruckheimer ahoga incluso el discurso pro cristiano que el film rezuma por todos lados, pero eso está destinado a todo aquel que quiera creer.
Otra crítica en Blogdecine:
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