Puede que sea por cosas de la edad, por un cambio gradual de gustos y preferencias o por la sensación de saturación incipiente, pero cada vez estoy comprobando que la gigantesca maquinaria del Hollywood con el que me crié —y que sigo adorando, pese a todo— está siendo eclipsada por la obra de otras industrias, a priori, más modestas, en mis listas anuales de películas de cabecera y gratos descubrimientos.
Títulos como la asfixiante distopía mexicana 'Nuevo orden' de Michel Franco, el brillante policiaco danés de alma setentera 'Shorta. El peso de la ley' o la también danesa 'Jinetes de la justicia' de Anders Thomas Jensen se han convertido en tres de las más gratas sorpresas cinematográficas recientes; y este 2022, la alegría inesperada ha llegado desde Irán... con tres años de retraso.
Y es que 'La ley de Teherán', que aterriza en salas españolas tras su prolífico periplo festivalero en 2019, nos brinda en sus ajustados 135 minutos uno de esos thrillers cocinados a fuego lento en los que la atmósfera, casi irrespirable, se convierte en un personaje más y redondea al que, sin duda, es uno de los lanzamientos del año.
Palabras afiladas como cuchillos
La primera secuencia de 'La ley de Teherán', como toda buena apertura que se precie, deja claro que estamos ante un largometraje especial, ambicioso y dotado de una gran profundidad. En ella, una persecución a pie, rodada con pulso y sin efectismos que desvíen la atención, culmina con una imagen símbolo que resume a la perfección las tesis de la cinta y sirve de preparación de cara a una experiencia realmente desoladora.
Porque este —pen— último trabajo del director y guionista Saeed Roustayi encuentra la mayor de sus múltiples virtudes ya no sólo en su corrosiva y árida mirada sobre al sistema judicial y policial iraní, sino también en un análisis sobre los engranajes que mueven un tejido social desolador. Una rueda que gira sin aparente opción de desvío y que se retrata con crudeza y un aura de realismo impagable.
Si algo cautiva de la perspectiva de Roustayi sobre el tema es la casi total ausencia de una brújula moral a lo largo del metraje; decisión que acentúa aún más si cabe las no necesariamente agradables sensaciones que transmite el filme. Una jugada arriesgada que eleva el conjunto después de que su magnífica narrativa de 180º para cambiar su perspectiva y articular un juego de empatía imposible sobre el personaje menos esperado.
Es a partir de ese punto cuando 'La ley de Teherán' adquiere una nueva dimensión y extrae auténtico oro de su gran arma secreta: un prodigioso uso de la palabra. Porque, más allá de la soberbia realización, el manejo de la cámara y la astuta economía de montaje, los afilados y demoledores diálogos se alzan como el verdadero motor de la narración y como una muestra de dramaturgia digna de estudio.
En última instancia, son las viscerales interpretaciones de Payman Maadi, Houman Kiai y, sobre todo, Navid Mohammadzadeh, las que hacen a 'La ley de Teherán' digna de la etiqueta de "joya" al convertir palabras en armas contundentes y al disparar los niveles de tensión en un ejercicio tan complicado de digerir como magistral en términos cinematográficos.
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