‘¡Por fin solos!’ (‘Darling Companion’, Lawrence Kasdan, 2012) supuso el retorno de su director al cine tras nueve años de completa inactividad debido al descalabro económico sufrido con ‘El cazador de sueños’ (‘Dreamcatcher’, 2003). Y dicha espera no puedo saldarse con una decepción mayor, estamos ante el que probablemente sea el peor trabajo de Kasdan tras las cámaras, escrito a cuatro manos junto a su hermana Meg. Una vuelta a los orígenes, a films estilo ‘Reencuentro’ (‘The Big Chill’, 1983), un film coral con personajes presumiblemente fascinantes, alrededor de determinado drama personal. Cine íntimo del que su director ha dado buenas muestras en el pasado.
Una clase de cine que en pleno 2012 no llama la atención del tipo medio de espectador que llena las salas de cine, y en este caso mejor así. Ninguna compañía quería producir ‘¡Por fin solos!’, por cierto, estúpido título español, ya que en ningún momento los personajes están solos. Nada de lo desarrollado en la película posee el más mínimo interés, salvo alguna escena parcial. El resto es un intento de reverdecer los laureles de películas como ‘Grand Canyon’ (íd., 1991), pero a la que nada se acerca. Es una pena concluir el especial a Lawrence Kasdan con una película tan pobre en ideas y desarrollo de personajes.
Kevin Kline —el retorno de Kasdan a la dirección tenía que estar marcado por su actor fetiche— y Diane Keaton —con la que se permite incluso hacer un chiste cinéfilo en referencia a ‘El padrino’ (‘The Godfather’, Francis Ford Coppola, 1971)— dan vida a un matrimonio en el que se ha abierto una brecha en el afecto. Demasiados años. Ella encuentra un perro que funcionará a modo de metáfora cuando éste se pierda y toda la familia se ponga a buscarlo. Una especie de McGuffin que servirá para que todos limen sus diferencias acercándose más los unos a los otros.
Historia y personajes perdidos
De nuevo Kasdan posee un reparto envidiable, a los citados hay que sumar a Mark Duplass, Richard Jenkins —tan magnífico como siempre—, Elisabeth Moss, Sam Shepard, Dianne Wiest y la bella Ayelet Zurer, que da vida a una gitana con la que Kasdan pisa el espinoso, y ridículo, tema de lo espiritual, cayendo además en una muy cansina repetición que no lleva a ningún lado, como el guion, que parece perderse en tierra de nadie. Como las relaciones de todos los personajes, cayendo en el más profundo de los tópicos. El guion parte de una historia personal del propio director y su esposa. Ribetes autobiográficos que es mejor no saber.
Freeway —el nombre de perro, bautizado así por Beth (Keaton) en un prodigio de originalidad tras encontrarlo moribundo en una autopista— desaparecerá, como símbolo a los problemas maritales de Beth y Joepsh (Kline), cuya relación está mostrada con autenticidad en una sola secuencia, extraña pero efectiva. Buscando al perro se pierden, y deben encontrar el camino de regreso —toma metáfora vital—; en determinado momento se pone a llover, para empeorar aún más las cosas y Joseph se rompe un brazo en una caída. La escena en la que Beth, siguiendo olas instrucciones de Joseph, se lo coloca, funciona bastante bien, alegoría sobre el apoyo de la pareja en los momentos difíciles, pero es un oasis en el desierto.
Para colmo, los intentos de comedia clásica no funcionan, como ese atropellado final que da comienzo con la imposible secuencia del avión, y desde el que Beth tiene una visión aún más imposible. La comparación de este segundo encuentro con Freeway está marcada de forma muy simplona. La primera vez el perro estaba magullado y sucio —como los problemas de pareja de Beth—, la segunda el perro corre y ladra feliz, con su pelaje ondeando al viento. Los problemas han pasado y la vida sabe a caramelo. Absolutamente incomprensible que Kasdan regresara con semejante material. Mucho me temo que tardaremos en volver a ver una nueva película dirigida por él.
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