Una estafadora llamada Jean Harrington (Barbara Stanwyck) se dedica a timar a timoratos junto a su padre y su socio. Cuando se enamora del acaudalado e ingenuo Charles Pike (Henry Fonda) y éste la rechaza, creyendo que sus intenciones fueron siempre criminales, Jean se venga, presentándose en el hogar de Pike, pasado un tiempo, bajo el nombre de Eve.
La vida de Preston Sturges fue, a diferencia de otras biografías a las que acudimos guiados solamente por la curiosidad de saber como funcionaba la mente de un artista que fue capaz de crear obras cuyo poder de fascinación consideramos difícil de extinguir, tan notable y curiosa como cualquiera de las historias que él mismo dirigió.
Fruto del matrimonio entre Mary Estelle Dempsey, una mujer bohemia e impredecible, y el vendedor ambulante Edmund C. Dempsey, debe su apellido al millonario y corredor de bolsa Solomon Sturges, con quien su madre contrajo matrimonio tras anular el que tuvo con su padre biológico.
Sturges fue primero dramaturgo en Broadway, después, durante un tiempo que terminó mal debido a su temperamental personalidad que le hacian batallar con sus superiores, director al servicio de los grandes estudios y finalmente cineasta independiente. Todo esto, sin dejar de ser millonario o enterpreneur, en una vida, como digo, tan entretenida y tan significativa como la de sus mejores relatos.
Se trata de un director de comedias, pero nada tiene de optimista. De hecho, las películas de Sturges suelen ser cínicas, cuando no descorazonadoras, y resulta sorprendente, a la par que singular, esta obra maestra, 'Las tres noches de Eva' (The Lady Eve, 1941) dado que sobresale como uno de sus trabajos más optimistas.
Hay algo profundo en esta ficción, ya sea porque asume al amor como otra de nuestras ficciones, ya sea porque finalmente se atreve, aunque de manera liviana e irónica, a dar un paso adelante para que creamos en él. Para empezar, aquí el matrimonio es, como en el mundo en el que vivimos, también un relato monetario, en el que hay caudillaje, propiedad privada y lucrativo resultado.
Pero usando el caudillaje de manera poco o nada habitual para los clichés de la época, siendo el tonto encarnado por un inspirado Henry Fonda siempre el que está en aparente posición de debilidad, Sturges permite que fijemos nuestra atención en la graciosa - y poco valorada en su tiempo - Barbara Stanwyck, una gran dama de la screwball comedy que aquí pasa de la frialdad a la ternura llenando de verosimilitud a unas emociones sujetas a la celeridad del relato, típica en estas screwball comedies en las que abunda un ritmo vertiginoso que sitúa unas historias llenas de matrimonios, divorcios y hasta animales salvajes, ya sea el león leopardo de 'La fiera de mi niña' (Bringing Up Baby, 1938) o la serpiente de esta peripecia.
Al final, entre tantos engaños y tantos servilismos, los protagonistas se dan cuenta de que, precisamente por ser tan ajenos a las resistencias que han empleado en forma de mentiras que no han dejado de posponer su reunión, aceptan, de una vez por todas, los engaños y, entonces, en el momento más bello e inesperado se dicen la verdad por vez primera. Tal vez el amor sea eso: una constelación de pequeñas mentiras sin importancia para llegar a una verdad honda e imponente.
Sturges dirige con firmeza, dando espacio a sus actores y moviendo la cámara con cierta agilidad cuando así lo requiere, demostrando un extraordinario sentido de la puesta en escena y un imaginativo y llamativo uso de los planos más íntimos, ya sean medios o primeros, dejando que la sensual atracción entre los dos protagonistas sea contada perfectamente por su cámara.
Es imposible volver a ver una película así, lo cual es una buena razón para que no dejemos de verla una y otra vez.
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