‘Las inocentes’ (‘Les innocentes’, 2016) es la última película de Anne Fontaine, directora con una filmografía que abarca más de veinte años —dejando a un lado su carrera como actriz, que fue anterior— y en la que se reconocen títulos como ‘Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel’ (‘Coco Avant Chanel’, 2009) o ‘Dos madres perfectas’ (‘Adoration’, 2013), films, como otros que ha dirigido, con personajes femeninos fuertes y llamativos.
Ese universo femenino —ahora tan de moda en el mundo del blockbuster, en el que simplemente vemos personajes masculinos disfrazados de mujer y que nada tiene que ver con el tratamiento de Fontaine— alcanza su máxima en un film como el presente, que muy probablemente se trate del mejor trabajo de su directora. El poco conocido caso de monjas polacas violadas por soldados rusos, al poco de concluir la Segunda Guerra Mundial, es el terrible contexto de la historia.
Agosto de 1945, hasta un convento cerca de Varsovia llega Mathilde (Lou de Laâge) una enfermera de la Cruz Roja que descubre que bastantes novicias están embarazadas de hombres del Ejército Rojo. Aun siendo inexperta hace todo lo posible por intentar ayudar en una situación difícil y humillante. La relación entre la enfermera y las novicias es de lo mejor tratado por Fontaine. Una muy humana relación que pasa por momentos de confesión o instantes de agradecimiento que la directora filma sin cargar las tintas.
Cuestiones como la fe perdida enfrentada a lo horrible que puede ser la vida en determinados contextos, la lucha entre creencia y lógica, entre fe y pasión, aparecen sutilmente, otras no tanto, en el contexto de un film elegantemente fotografiado por Caroline Champetier, que resalta el frío blanco de la zona que resalta la frialdad, necesaria, con la que han de enfrentarse los personajes a su situación y futuro. Un futuro tan incierto como el destino de algunos de los bebés nacidos en el interior del convento.
De lo terrible a lo esperanzador
Sin meter demasiado el dedo en la llaga —la situación de monjas violadas ya es suficiente— Fontaine establece una especie de comunicación, o mejor dicho entendimiento, entre personas de creencias muy diferentes y a las que une una humanidad más allá de ideologías y credos. Terreno espinoso sobre el que la directora camina con la calma necesaria y al que contribuyen elementos como el de la carta final de una de las novicias a la enfermera, o el estupendo personaje masculino —el único tratado con algo de clemencia— encarnado por Vincent Macaigne.
Si bien el pulso narrativo de Fontaine es el adecuado, y su puesta en escena tiende en no pocos instantes hacia el clasicismo, ‘Las inocentes’ adolece a veces de cierta tendencia al subrayado, e incluso manipulación. La secuencia del intento de violación al personaje central es una buena prueba. Una tendenciosa secuencia que el film no necesita, huele a trampa impostada, y más aún cuando la resolución de la misma contradice la lógica. El no mostrar ninguna agresión física en pantalla —sólo las consecuencias de las mismas— le sale caro a la directora en dicho momento en el que el guion peca de querer obligar a la empatía.
Con todo, ‘Las inocentes’ es un film estimable a pesar incluso de un final que aboga demasiado por la esperanza. Con una solución en el convento en la que podían haber pensado hace tiempo, el film deja de lado su terrible dureza subterránea, propone un futuro iluminado —la luz del día está lejos de la citada frialdad— en el que puede llegar a entrar la felicidad, la misma que se recupera cuando se olvida el terrible pasado. Tan utópico como coherente.
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