No me cansaré de decir (para eso estamos) que el cine de aventuras y de acción debe ser uno de los más difíciles de hacer, a juzgar por la escasez de títulos no ya brillantes, sino simplemente decentes o dignos, que llegan a las pantallas todos los años, con la esperanza (en mi caso estéril) de atraer al respetable a las salas y de hacerles pasar un par de horas trepidantes. Supongo que existirán ensayos concienzudos que analicen la degradación de la acción, que exige altísima precisión en los ritmos y en la creación de espacios y movimientos de cámara, convertida ahora en un uso y abuso de imágenes estroboscópicas y montajes descabellados en los que no vemos absolutamente nada, y que más que hacernos vibrar nos marean. Pero de vez en cuando nos llegan títulos bastante curiosos que dejan un poquito de esperanza de que las cosas pueden hacerse medianamente bien. En cuanto a obras maestras como ‘Mad Max 2, el guerrero de la carretera’ (‘Mad Max 2’, George Miller, 1981) o ‘1997: Rescate en Nueva York’ (‘Escape from New York’, John Carpenter, 1981), no es que aparezcan de vez en cuando, es que hay que rebuscar muchísimo entre la paja.
‘Las crónicas de Riddick’ (‘The Chronicles of Riddick’, David Twohy, 2004) no puede situarse, nunca, en ese grupito imperecedero, pero sí que me parece, y más aún cada vez que la veo, una película de acción bastante estimable, que se ve más que bien y que no aburre en ningún momento (dos factores que algunos cineastas supuestamente brillantes son incapaces de conseguir, con lo cual deberían dedicarse a otra cosa, digo yo…), con una historia que continúa muy bien la aventura original del personaje central, con un diseño de producción potable (qué difícil es proponer algo nuevo en la sci-fi a estas alturas) y por momentos incluso vistoso, y con cuatro o cinco grandes secuencias que justifican sobradamente su visión y que la sitúan bastante por encima de la media. Una media muy baja, como venimos diciendo, pero menos da una piedra. He de reconocer que cuando la vi en el cine, hace ya siete años, me dejó bastante frío porque esperaba más. Pero no fui justo con ella. No es tan fácil hacer una película como ésta, que con sus luces y sus sombras yo recomiendo ver a todos los amantes del cine de aventuras y de sci-fi.
Ya la primera película, aquella sorprendente y divertida ‘Pitch Black’ (id, David Twohy, 2000), sin ser ninguna maravilla, nos proponía un relato violento y espeluznante con bastantes aciertos (y con algunas carencias narrativas, que nada tienen que ver con lo ajustado de un presupuesto), pues David Twohy es un artesano que sabe bien lo que hace. Nunca será un gran nombre, pero se defiende bien, y con esta segunda parte, que vuelve a escribir en colaboración con los hermanos Wheat, confirma que ni es un genio ni un inútil: filma bien, tiene nervio y pulso narrativo cuando hace falta, dirige a los actores con solidez y, lo que es más importante de todo, cree a fondo en sus historias y en sus personajes, y nos describe con vehemencia y convicción un universo pulp, casi de viñeta de cómic, hasta el punto de hacerlo bastante consistente, lo que no es poco. Con un presupuesto mucho mayor que en la anterior película, Twohy no dirige una película más redonda, simplemente tiene más herramientas para sorprender y hacer disfrutar al espectador. Y aunque tampoco consigue deslumbrar, creo que sí logra contar una historia clásica de aventuras, y contarla bien.
El Conan del futuro
La película se sostiene dramáticamente, sin discusión, por el personaje central, el fugitivo Richard B. Riddick, o simplemente Riddick, al que vuelve a dar vida el buen actor que siempre ha sido Vin Diesel, una de esas estrellas hipervitaminadas que ni son Lawrence Olivier ni quieren serlo. Le basta con ser él mismo y hacer bien (más que bien) su papel. Es uno de los personajes más interesantes del cine de aventuras de los últimos años, un clásico anti-héroe que, pese a todo, es leal a sus convicciones y a su personal e intransferible código moral. Un superviviente que sabe ser compasivo, o despiadado, cuando debe serlo. Algunos años después de su anterior hazaña se enfrentará a un reto mucho mayor: los temibles necróferos, un ejército invencible que arrasa allá donde va, y al que no tendrá más remedio que enfrentarse, aunque a él, en el fondo, le da exactamente igual lo que ocurra. Sin embargo parece que el destino llama insistente a su puerta, y muy a su pesar se convertirá en un baluarte frente a esos demonios. Muchos de los diálogos y de los rasgos de personalidad de Riddick, así como el ambiguo final de esta historia, le convierten en una especie de Conan futurista, que rinde mayor homenaje al personaje howardiano que sus títulos oficiales.
Porque en cierto sentido, pese a los elementos tecnológicos y la escenografía futurista, ‘Las crónicas de Riddick’ es un relato bárbaro y muy físico, situado en un mundo en el que sólo se sobrevive gracias a una destreza y agilidad superiores al resto, y en el que cuenta mucho un instinto animal del que hace gala Riddick con las ominosas criaturas de las cavernas reconvertidas en cárceles. Pero ya en el combate final, o en la intensa carrera contra el amanecer, sentimos una fisicidad muy de agradecer. Carrera contra el sol que homenajea, aunque sea dándole la vuelta, la situación de la primera película, pues sí allí la llegada de la noche suponía una muerte casi segura, aquí la llegada de la luz garantiza la muerte por la tremenda subida de la temperatura. Una secuencia, pese a su sencillez, que he de confesar que me atrapa cada vez que la veo y que, aunque también se sitúa en el límite de la credibilidad en sus compases finales, por alguna mágica razón me la creo sin problemas, y que es la apropiada preparación para el climax último y la conclusión.
Entre el barroquismo del vestuario y de algunos decorados, los personajes y los actores secundarios se mueven bien, aunque algunos estén bastante desaprovechados, como le ocurre al de la guapa Thandie Newton, o al de un bestial Karl Urban. Otros tienen bastante más solidez, como el de Judi Dench. Pero la que sí que goza de una presencia casi tan potente como la de Diesel es Alexa Davalos, que es una actriz interesante y que aquí sale bastante sexy y feroz, y que cada vez que aparece su energía se apodera de la pantalla, creando un buen dúo con Riddick y erigiéndose en una de las más interesantes gatas salvajes del cine de acción que hemos visto estos años, pese a que su papel al final queda un poco corto. Como todo, bien es cierto, queda un poco corto y con la sensación de que se podía haber hecho más si se hubiera calculado un poco la ambición y se hubieran conocido mejor los resortes de la Serie B. Pese a ello, no se trata de la película infumable que muchos dijeron en su día, y en sus aristas y en sus aciertos se encuentra no poco placer pulp, desacomplejado y adrenalítico.
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