El privilegio de ser la primera serie española emitida por Netflix permitió a ‘Las chicas del cable’ acaparar multitud de titulares coincidiendo con el estreno de su primera temporada el pasado 28 de abril. Eso ayudó a que se convirtiera en una de las series más maratoneadas de Netflix en España durante las primeras 24 horas en las que estuvo disponible, pero no pocos quedaron un poco desencantados con una propuesta que tampoco se alejaba demasiado de lo que pudimos ver en ‘Velvet’.
La cuestión es que eso era lo que quería Netflix, ya que hacía tiempo que tenía en su catálogo la serie producida por Bambú y emitida en su momento por Antena 3. Sabían que funcionaba y no querían probar con cosas diferentes que el público podría rechazar. Es una decisión lógica, como también lo es que se apueste por un claro continuismo en una segunda temporada que lanza el próximo 25 de diciembre y cuyos dos primeros capítulos abraza por completo su naturaleza de culebrón lujoso.
Sabe muy bien cuál es su público
La segunda temporada de ‘Las chicas del cable’ comienza un tiempo después del final de la primera. De esta forma pueden introducir nuevos elementos -el personaje de Ernesto Alterio es interesante pero te deja la sensación de ser uno de esos que podría dar más de sí pero que la serie nunca tiene interés en hacerlo- y también abordar de forma más creíble que algunos personajes ya conocidos vuelvan a interactuar.
De hecho, el verdadero interés de esos dos primeros capítulos está en regresar a la dinámica entre Blanca Suárez, Yon González y Martiño Rivas. Ya en su momento fue una de las grandes apuestas sobre seguro de ‘Las chicas del cable’, pues el público era sabedor de la química existente entre ellos gracias a su paso por ‘El internado’. En esta ocasión la cosa cambia al girar alrededor de la desconfianza en un juego que muestra sus cartas demasiado pronto para que el espectador pueda sentirse cómodo en su posición hacia lo que realmente sucede.
Los responsables de la serie buscan darle algo más de jugo al asunto con todo lo que les rodea, ya sea a los tres o solamente a Lidia, la verdadera protagonista de la serie. Y es que ‘Las chicas del cable’ ya buscó en su primera temporada intentar ser algo más que un triángulo amoroso con la búsqueda una sensación de unión entre las telefonistas. Hubo altibajos y tramas que funcionaban mejor sobre el papel de lo luego veíamos en pantalla, pero era un esfuerzo de agradecer.
‘Las chicas del cable’, novedades insuficientes
Eso reaparece en la segunda pero el resultado es inferior, al menos durante sus dos primeros episodios. Ya el primer adelanto dejaba claro que estaban deshaciéndose del cuerpo de alguien y que ese iba a ser uno los aspectos sobre los que iba a girar esta segunda temporada. Dejan todo situado para que esa trama gane interés en los seis episodios restantes, pero en lo visto hasta ahora no resulta satisfactoria, en buena medida porque el tratamiento del personaje sobre el que cae todo el peso nunca ha aprovechado el talento de la actriz y eso vuelve a suceder aquí.
También hay novedades en la compañía, pero hasta ahora se han basado más en ser otro punto más en la nueva situación de la dinámica entre el trío protagonista que algo con verdadera enjundia en sí misma. Y es una pena, porque lo que se propone en la misma tiene una importancia histórica incuestionable y realmente nos permitiría conocer mejor la evolución de la empresa. Lástima que eso al final le interese más a la serie como simple telón de fondo que como verdadero eje dramático.
¿Qué nos queda al final? Una prolongación relativamente natural en la que se da un paso sin retorno. Esa trama tiene que acabar estallando en las narices o ‘Las chicas del cable’ simplemente será un culebrón poco creíble con un notable acabado técnico. Y si narrativamente salen airosos de ella -que tengo mis dudas-, un culebrón con más medios de lo habitual y que no se extiende de forma alarmante. Sea como sea, no es una serie para mí, pero obviamente sí que tiene su público y no creo que los que formen parte del mismo acaben decepcionados.
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