‘Las brujas de Zugarramurdi’ (Álex de la Iglesia, 2013) está nominada a diez Goyas —es una de las películas que más nominaciones tiene y todas en categorías menores, salvo Terele Pávez que opta a mejor actriz de reparto— y a cuatro en los muy recientes Premios Feroz —me extraña que no haya conseguido más—, que algunos se han apresurado a apodar como los Globos de Oro españoles, ya que para ello el grupito tendría que estar formado por la prensa extranjera en nuestro país… En cualquier caso Álex de la Iglesia goza de un respaldo popular más que envidiable, como puede comprobarse en la mejor red social que existe —Twitter, of course—, aunque ello a veces no le acompañe en los resultados taquilleros de sus obras.
El que fuera presidente de nuestra Academia también sabe muy bien cómo está el patio en el victimista cine español, en cuyo juego además debe entrar, y una de las soluciones, la más evidente, es apostar fuerte por el cine de género, algo que el director bilbaíno ha venido haciendo desde su ópera prima, ‘Acción mutante’ (1993) y que, poco a poco, ha ido degenerando en una mezcolanza de tonos y géneros que no siempre encuentran el debido equilibrio. Algo de esto es lo que le pasa a la muy loca ‘Las brujas de Zugarramurdi’, que es bastante más preferible a los dos previos y olvidables trabajos del director. Una película que empieza a lo grande y termina desinflándose hasta un epílogo absurdo.
(From here to the end, Spoilers) La película da comienzo con un espectacular atraco en Sol en Madrid, secuencia llena de energía y ritmo, con un par de apuntes muy interesantes y divertidos, como los disfraces elegidos por los atracadores, el hecho de que se hicieran colegas sólo para el atraco —leve golpe a la actual crisis como sueño de todo contribuyente perteneciente a la clase media, perdón, baja—, y que en el mismo está implicado un niño. Tras ese arranque tan prometedor, cambio de tono, el fantastique y la comedia hacen acto de presencia apenas comulgando en alguna ocasión. Camino de Francia con el botín del atraco paran en Zugarramurdi, un pueblo que se dice maldito, el origen de la brujería en sí misma y un destino fatal para los protagonistas. Con entrada de personajes sin ton ni son, la película se desmadra a lo bestia.
Está bien que Hugo Silva y Mario Casas —actor que se atreve a más de lo que sus aptitudes hacen ver— demuestren un feeling fuera de lo común en el cine español; que Carmen Maura se desmelena en una película ya de por sí desmelenada también es algo disfrutable; que Carlos Areces y Santiago Segura se lancen a dar vida a dos brujas, aunque sus personajes no tengan razón de ser, tiene su coña; que Enrique Villén borde un personaje tonto en esencia también está bien; que a Macarena Gómez le encanta el histrionismo ya nos aburre, y que Secun de la Rosa sea un policía gay enamorado de su compañero entra de lleno en lo previsible. Demasiados personajes sin nada que decir, sólo por bulto, como en una película de Berlanga pero sin chicha ni razón de ser. Al menos Carolina Bang cumple su objetivo…
Que el nexo de unión entre la mayoría de los personajes masculino sea el tan típico mensaje de “todas son unas zorras” no llega ni como chiste, ya demasiado manido. La evidente diferencia de sexos a través de una historia sobre brujas desmadradas en la que la historia de amor central, metida a calzador, no funciona ni por arte de brujería, valga la redundancia, y termina siendo todo más simple que un botijo. Tras ese tan comentado clímax, en el que Álex de la Iglesia demuestra lo que le encanta mover la cámara —luchas a lo Matrix, incluidas, referencia no hecha por primera vez en su cine— y el despropósito parece no tener fin, el film está penosamente cerrado, con un epílogo que provoca vergüenza ajena, un desaguisado, sin emoción ni nada, que parece hecho en pos de una posible secuela. Como esto es España, salvo que te llames Santiago Segura o hagas películas sobre infectados endemoniados, no somos amigos de las segundas partes. Además no hay dinero.
Es una pena que ‘Las brujas de Zugarramurdi’ no sea ni graciosa ni seria, quedándose a medio camino de todo, incapaz de provocar diversión, o simple entretenimiento. Es demasiado loca, que no delirante, y está llena de personajes imposibles y nada atractivos. Por supuesto la labor técnica es de primer orden, sobre todo en los efectos visuales, demostrando que aquí podemos hacer ese tipo de cine sin que se nos mire mal. El cine de género es uno de los caminos, la mezcolanza de los mismos en un batiburrillo en el que sólo queda claro lo bien que se lo pasaron todos filmando una película entre amiguetes, no, que el final lo paga y sufre el público.
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