Hubo una época hace no tantos años en la que ningún director español conseguía que tuviese tanto interés hacia su nuevo trabajo como el que sentía cuando una película de Álex de la Iglesia estaba a punto de llegar a los cines de nuestro país. Eso cambió tras la sonora decepción que fue ‘Los crímenes de Oxford’ (‘The Oxford Murders’, 2008) y desde entonces nada ha vuelto a ser lo mismo por mucho que sus trabajos posteriores me hayan gustado en mayor —‘Balada triste de trompeta’ (2010)— o menor —‘La chispa de la vida’ (2011)— grado, en buena medida porque había perdido ese toque de humor característico de su cine.
La campaña promocional de ‘Las brujas de Zugarramurdi’ (2013) me hacía temer que Álex de la Iglesia hubiese cogido los detalles menos interesantes de ‘Balada triste de trompeta’ y los hubiese elevado a la máxima potencia, pero afortunadamente no ha sido el caso. Eso sí, esto no quiere decir que ‘Las brujas de Zugarramurdi’ esté libre de pecado, ya que en ella cohabitan lo mejor y lo peor de Álex de la Iglesia, teniendo más peso en cantidad de minutos lo primero, pero siendo demasiado importante lo segundo como para que podamos pasarlo por alto.
Lo mejor y lo peor de Álex de la Iglesia
‘Las brujas de Zugarramurdi’ supone el reencuentro profesional de Álex de la Iglesia con Jorge Guerricaechevarría, colaborador habitual suyo hasta que decidieron tomar caminos separados tras el estreno de ‘Los crímenes de Oxford’. No resulta descabellado pensar que la presencia de Guerricaechevarría en lo guiones del director de ‘Acción mutante’ (1992) ha sido siempre clave para equilibrar las ideas de éste y sospecho que también resulta determinante a la hora de introducir ciertos recursos cómicos —el secundario, impecable Manuel Tafallé, cuya única razón de ser es la de sufrir de todas las penurias posibles— que siempre han sentado la mar de bien al cine de Álex de la Iglesia.
El problema en ‘Las brujas de Zugarramurdi’ es que da la sensación de que se quedaron sin ideas durante el último acto, ya que los defectos digitales podrían pasarse por alto si no fuesen más que otro detalle más en el total y absoluto derrumbamiento artístico de la película con motivo del exceso de protagonismo adquirido por la vertiente de brujería de la película. Sé que puede sonar extraño teniendo en cuenta su título, pero ‘Las brujas de Zugarramurdi’ alcanza su mejor nivel cuando apuesta por ser una desmadrada road movie en la que cualquier posible limitación a nivel argumental queda compensada por un humor que nos trae a la memoria los mejores momentos de la filmografía de Álex de la Iglesia.
Acusar a ‘Las brujas de Zugarramurdi’ de misoginia sería perfectamente comprensible, ya que se establece una oposición entre la nobleza y la inteligencia distraída de los hombres con la naturaleza calculadora y malvada de los hombres las mujeres. No negaré que esto tiene su gracia durante los compases iniciales —el taxista uniéndose a la causa—, pero va ganando peso de más y lastrando no ya sólo el discurso de la película —repetitivo y poco estimulante—, sino llegando a convertirse en un cáncer narrativo que hunde de tal forma la película que el espectador ha desconectado por completo de lo que sucede en pantalla. Y es que si los dos primeros tercios son un muy logrado intento de Álex de la Iglesia por recuperar su estilo de antaño —la excepción sería el vibrante y excesivo inicio, más por las ideas de puesta en escena que por desentonar del tono de lo que nos espera a continuación—, pero el final es una absoluta catástrofe, posiblemente lo peor que haya rodado jamás cuando hasta entonces su enérgica puesta en escena había hecho mucho bien a 'Las brujas de Zugarramurdi'.
La extraña pareja de ‘Las brujas de Zugarramurdi’
Todos ocultamos varias cosas en nuestro pasado de las que no nos sentimos especialmente orgullosos. Una de las mías es el hecho de que hasta hace no tanto me tragaba casi cualquier serie española que se estrenara, algo que me sirvió para, entre otras cosas, ver entera ‘Los Serrano’ (Varios directores, 2003-2008) por voluntad propia. Menos me cuesta admitir el hecho de que también vi casi todas las temporadas de ‘Los hombres de Paco’ (Varios directores, 2005-2010), ya que, con sus muchos fallos, fue una serie con aspectos estimables durante varios años. Sin embargo, lo que ahora nos interesa es que ‘Las brujas de Zugarramurdi’ recupera a dos de sus protagonistas en una apuesta un tanto desconcertante en primera instancia.
Lo cierto es que uno de los grandes aciertos de ‘Las brujas de Zugarramurdi’ es su dúo protagonista, ya que se complementan a la perfección y al mismo tiempo permiten que el resto de personajes a su alrededor tengan sus pequeños momentos de gloria —gratísima sorpresa la del chaval Gabriel Delgado—. Sospecho que habrá quien diga que es normal que Mario Casas esté bien dando a un —lúcido— cani, pero no dejará de ser una valoración ventajista para quitarle mérito cuando su efectividad cómica es superior a la de un más que solvente Hugo Silva, quien ejerce más como contrapunto de las bromas que como fuente de las mismas.
Teniendo en cuenta la forma negativa de abordar la figura de la mujer en la película es previsible que sus personajes sean menos interesantes, una pena teniendo en cuenta que en su reparto figuran grandes actrices de nuestro cine como Carmen Maura o Terele Pávez. Lo que sí que nunca entenderé es su empeño en imponernos a Carolina Bang, cuyo talento dramático es bastante limitado y le impide sacar jugo a uno de los pocos personajes femeninos con algo de entidad. Más afortunada está Macarena Gómez, aunque su vis cómica no está todo lo explotada que me hubiera gustado. De hecho, los memores momentos de humor de su particular subtrama están reservados para Pepón Nieto y Secun de la Rosa.
Es una lástima que ‘Las brujas de Zugarramurdi’ no sea una película más consistente, ya que estamos ante una estupenda comedia que nos permite reencontrarnos con el mejor Álex de la Iglesia, pero su horrorosa, cansina y aburrida media hora final casi consigue que nos olvidemos de todo lo bueno visto con anterioridad. Con todo, siempre preferiré una película que me regale grandes momentos y otros bochornosos a aquellas tan correctas que al de unos días de haberlas visto ya me he olvidado por completo de ellas.
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