'Las aventuras de Tintín', una crónica del tedio


Hola. El blockbuster ha muerto. O no. O quizás no ha muerto porque todo es retórica blockbuster: desde los esperados, aburridos pósters de una megaproducción destinada a los nerds que, como la clase media, somos todos, al parecer, porque eso es la cultura cinéfila actual: a bunch of geeks, true geek love y esas etiquetas que nos convierten a todos en fans ansiosos, felices, aplaudiendo en la comic-con o en nuestros ordenadores.

El caso es que yo, que soy un hombre mayor de unos 23 años y que ya no estoy para según qué trotes, fui a ver con mi mejor amigo, que es joven de alma y es mucho más alegre que yo, esta película última de Steven Spielberg, que al parecer es el Rey Midas del cine y todo lo que toca es magia o sea millones de dólares o sea hace soñar a la gente o sea enriquece las arcas de muchas corporaciones incluyendo DreamWorks SKG (y sus divisiones, Amblin Entertaiment ¡y su mítico logo! entre ellas), Universal Studios y Paramount Pictures, una compañía de Viacom, y alguna más. Jo, el mundo es feliz cuando los CEOs se van a casa habiendo hecho su trabajo y Steven Spielberg y su fábrica de sueños nos dan cosas con las que vivir y comer palomitas y comentar en nuestros foros de cine favoritos que el proyecto promete. Me encantan las promesas ¿promesas de qué? No sé, pues de ¡Tintín y Spielberg! Si no lo estabáis esperando, no tardaréis, es trending topic ahora mismo.

El caso es que, sí, Tintín. Empieza con unos títulos de créditos asombrosos. Y la banda sonora de John Williams. Lamentaré, lo lamentaré durante unos noventa minutos que pueden haber sido ciento cuarenta en mi vida, porque el tiempo es relativo y el sonido de John Williams irrelevante y tedioso, esta banda sonora a la que me siento con simpatía y perspicacia ¡y mira esos acordes! ¡y mira ese danzante y alegre trotar de la melodía de Williams! Luego la cámara se mueve. Dice Jordi Costa que la película tiene piezas de genio y no lo dudo, también que tiene una escritura visual distinta: es cierto. La cámara es una metáfora de todos sus defectos: no se detiene quieta, mira, Milú corre por ahí, mira, pasan dos coches pero la cámara se obsesiona con situarnos en medio de la acción.

La historia es sencilla: resulta que el Capitán Haddock tiene que recuperar algo de un tesoro. Y conocerá a Tintín por vez primera. Y vivirán ¿adivináis? mil aventuras en un furor colonial, algo que a Spielberg le gusta mucho, lo colonial digo, porque Indiana Jones mataba a nazis y árabes para nuestro regocijo y ahora Tintín es francés con lo cual Spielberg, esto es la magia del cine, ha resuelto cualquier embolado ideológico. Vamos, que no el toca hacer ‘La lista de Schindler’ (Schindler’s List, 1993) en la que el blanco y negro es un llanto por el cine de arte y ensayo perdido: uno pensaba que al final Oskar Schindler lloraba con Spielberg y luego, la magia del cine, recogía un Oscar, un premio de la Academia, un gran compromiso con el Holocausto. Todas esas cosas, ya sabéis, la cultura occidental y su indudable destino de labrar nuestras vidas interiores.


La historia está basada en los tebeos de Hergé, a quien se cita en los créditos con elegancia y para cuyos lectores se nos presta no solamente una versión sintetizada y ruidosa del álbum ‘El secreto del unicornio’ sino también a Bianca Castafiore, que protagonizaba mi tebeo favorito de Tintín, ‘Las joyas de la Castafiore’, una comedia de costumbres en la que el misterio daba igual, lo que importaba era la estupidez de todo. De las fiestas, de la ópera, de los grandes eventos y del crimen y los ricos. Era un tebeo magnífico, audaz y sutil. Tom McCarthy ha leído mejor que yo a Tintín y salió disgustado de la película, escribiendo que un comité de simios podría haberlo hecho mejor.

Mis compañeros, que son comité pero de reseñistas, han disfrutado de la película. Ahí está ese belicoso “arma de entretenimiento masivo“ de Caviaro hasta el “retorno a la aventura clásica“ de Abuín pasando por un “a mitad de camino“ de Zorrilla, más cerca del primero que del segundo.

Yo me reí bastante con el plano secuencia tan mentado, de Bagghar, una reescritura bufa de la gramática wellesiana, pensad en ‘Sed de Mal’ (Touch of Evil, 1958) e imaginad el plano de grúa reconstruyendo la persecución más excesiva imaginable. Pero después viene un duelo gigante de grúas y yo quería volver a casa y regresar, pero no a la aventura clásica, sino a los poemas de Nicanor Parra o a ver una película que supiera construir a los personajes, tomarse un respiro narrativo, generar conflictos que funcionen, no una versión de una historia de superación, ese Haddock luchando contra el destino, cuyo carácter anecdótico parece ser perfecto para Spielberg. Porque Tintín, snif, no parece estar muy interesado en las mujeres y todo queda entre chicos, como a Spielberg le gusta, niños, el espíritu de la aventura, etcétera. Pero Tintín, y esto lo ha dicho David Denby, no sabe cuándo parar y eso para mí es un problema, como ver una dinámica cartoon en el diseño de los personajes y en algunas notas de humor mezcladas con ese hiperrealismo del rostro de Tintín y esos tortazos sacados de tebeo pulp. Es otro problema. No encaja. Pero Spielberg y los sueños, el futuro del cine, la gran aventura, etcétera.

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