¿Cuántas veces os han vendido una película como una producción de prestigio con la aparente intención de arrasar en los Oscar y ha acabado siendo un fiasco más o menos pronunciado? Porque yo ya he perdido la cuenta.
De la cosecha de producciones de prestigio de cara a los próximos premios de la Academia de Hollywood, he de reconocer que ‘La vida de Pi‘ (Life of Pi, Ang Lee, 2012) era la que más dudas me despertaba, ya que la idea de un joven sobreviviendo en alta mar en compañía de un tigre de bengala sonaba un tanto absurda y si lo critico en los blockbusters, no iba a conformarme con que me se limitara a ofrecer un espectáculo visual de primer orden que ocultara una historia de interés reducido. No podría haber estado más equivocado.
Es cierto que la suspensión de la incredulidad es una de las claves cuando uno encara cualquier película (u otro tipo de relato), pero ‘La vida de Pi’ exige al espectador que acepte una premisa un tanto disparatada. Además, no tiene problemas en abusar de ese aspecto, ya sea intencionadamente – el simio llegando a la barca sobre una red repleta de plátanos- o por ciertas limitaciones – hay algún efecto especial demasiado evidente y llamativo-, pero el guión de David Magee a partir de la novela de Yann Martel tiene la suficiente capacidad como para ganarse primero al espectador antes hacerle partícipe de una experiencia inolvidable.
‘La vida de Pi’ no empieza con su protagonista a bordo del barco que naufragará, sino que prefiere evitar uno de los principales errores de ‘Lo imposible‘ (Juan Antonio Bayona, 2011): Conseguir que el espectador se implique emocionalmente con el periplo vital (y el posterior sufrimiento) de Pi. Eso sí, lo hace utilizando uno de los recursos más problemáticos que puede utilizar cualquier ficción audiovisual: La historia de Pi está contada por él mismo, pero ya adulto. Este punto, posiblemente intrascendente para muchos, es algo que suelo odiar, siendo, por poner un ejemplo que la mayoría conocerá, lo único que no me funcionaba en ‘Los puentes de Madison‘ (The bridges of Madison county, Clint Eastwood, 1995).
Sí acepto echar mano de la historia dentro de otra cuando es un elemento desligado de lo que nos va a contar y sirve como elemento de conexión con el espectador y un cuento en forma de película como pasaba en ‘La princesa prometida‘ (The princess bride, Rob Reiner, 1987). En el caso que nos ocupa hay una justificación en su desenlace y su uso inicial está conectado con las expectativas del espectador, pero sigue siendo el punto más débil de toda la película, algo que seguramente se hubiese agudizado si Tobey Maguire, un rostro demasiado reconocible, hubiera dado vida al escritor al que se le cuenta la historia, tal y como estaba previsto inicialmente.
Dejando de lado ese detalle, el primer acto de la nueva película de Ang Lee roza lo modélico en su tarea de conseguir que nos encariñemos con Pi al hacernos participes de sus relaciones tanto personales – gran personaje el de su tío y curiosa la forma en la que se libra del lastre que supone su nombre real- como su adscripción a un sinfín de religiones, un aspecto clave para que la fe, uno de los grandes temas de la película, no esté asociada a los rasgos negativos de alguna creencia concreta. Aquí Dios no es el gran culpable de que una organización lo use para beneficio propio, sino un ente superior que sirve de brújula para un protagonista perdido a su suerte. De hecho, lo religioso queda en un segundo plano frente a la carga filosófica de la película, donde la sensación de adoctrinamiento será inevitable si uno no conecta con la película en ningún momento.
El gran responsable de que ‘La vida de Pi’ triunfe o fracase – ante todo hay que respetar los gustos ajenos- es el trabajo tras las cámaras de Ang Lee, ya que la excusa argumental no es más que, por citar el ejemplo más reconocible, una variante exótica de ‘Naúfrago‘ (Cast away, Robert Zemeckis, 2000), cambiando al simpático Señor Wilson por el temible tigre. Sobre Lee recae el peso de convertir a la película en una experiencia inolvidable a la altura de lo que vive su protagonista, y vaya si lo consigue. Para empezar consiguiendo que una tecnología cansina y habitualmente centrada en meras explosiones visuales que nada aportan a la historia de las películas como es el 3d sea un arma más de ‘La vida de Pi’ para, sin renunciar a su componente espectacular o embellecedor, remarcar la vida del naúfrago, tanto para lo bueno como para lo malo. El primer logro de Lee es que el 3d deja de ser algo para lanzar cosas al espectador y pasa a ser otro recurso para sumergirnos en la historia que se nos está contando.
Lee, como es evidente ya en cualquier avance, cuida al máximo el apartado visual, llegando a abrazar abiertamente su componente de fábula en la que quizá sea la escena más llamativa de la película, y no sólo en el apartado visual, sino también en el, eso sí, cuestionable realismo de lo que nos cuenta. Y es que Lee recalca ya en su primer acto el toque mágico de lo que vamos a ver para que la transición a la experiencia de Pi con el tigre sea más fluida, entrando a partir de entonces en un evidente juego de peligro-solución que en condiciones normales hubiera dado síntomas de agotamiento con cierta rapidez. Sin embargo, Lee juega con las posibilidades genéricas de la historia traspasando los límites del mero entretenimiento y convirtiendo a ‘La vida de Pi’ en un espectáculo fascinante para la vista, enriquecedor para el cerebro y que tocará la fibra sensible de muchos.
Va ser un tanto injusto que la actuación de Suraj Sharma vaya a pasar un tanto inadvertida cuando él es el otro gran eje sobre el que se sostiene la película tras un primer acto algo más equilibrado en este apartado. Sharma muestra con gran facilidad los múltiples estados de ánimo que padece Pi, sabiendo mostrar su ladro más sufrido sin que en ningún momento se transmita la vergonzosa sensación de que está buscando la lágrima fácil del espectador. En su contra está el no contar con ningún gran momento ante otro personaje porque sencillamente es inviable, ya que suficiente riesgo había en interactuar con un tigre digital – algo que se nota bastante en un par de momentos- sin caer en el ridículo como para preparar algún gran discurso de los que tanto gustan a los votantes de los Oscar. Por lo demás, sorprende la fugaz presencia de Gérard Depardieu y es incuestionable la solidez del resto del reparto, pero su presencia es bastante reducida en comparación con Sharma.
En definitiva, ‘La vida de Pi’ es una estupenda cinta que brilla a nivel visual, contando seguramente con la mejor utilización del 3d hasta la fecha al estar insertada con brillantez en la estructura narrativa de la película, pero también un sentido relato que mezcla con inusual acierto aventura, drama, suspense e incluso humor. Habrá a quien pueda molestarle su evidente carga religiosa, pero estamos ante un relato en el que lo importante es la fe y no alguna creencia concreta, mientras que a otros, entre los que me encuentro, les sobrará que sea una historia dentro de otra, algo que resta algo de impacto a lo que se nos cuenta. Con todo, es una de las mejores películas del año.