En la próxima ceremonia de los Oscars es muy probable que se cometa una de tantas injusticias que se suelen cometer en ese tipo de celebraciones. A mi parecer, uno de los Oscars más cantados de la noche (y espero equivocarme), es el de Mejor Película de habla no inglesa para 'El Laberinto del Fauno', estupendo film de Guillermo del Toro, que opta a más candidaturas, y que no sería de extrañar que se llevase alguno más, dada la excelente recepción con la que el film que representa a Mexico ha sido recibida en los USA. Pero si hay una película que se merece tal premio, esa no es otra que 'La Vida de los Otros', uno de los films más bellos, fascinantes y cautivadoramente emotivos que se han visto en una sala de cine en los últimos años.
El preciso guión de 'La Vida de los Otros' se sitúa en 1984, cuando un oficial de la Stasi, la policía secreta del régimen comunista de la antigua República Democrática Alemana, es encargado para vigilar a una pareja, ella actriz de teatro, y él escritor. La vida de ambos, vigilada hasta el más mínimo detalle, irá influyendo de manera radical en el oficial, afectando a su vida y sus ideales de una forma verdaderamente drástica.
Son tantas las cosas de 'La Vida de los Otros' que llaman la atención, que es difícil pararse solamente en una de ellas, ya que la película funciona con todos sus elementos a la perfección y con una armonía pocas veces vista en el cine reciente. Indudablemente, su mayor artífice es su director y también guionista, Florian Henckel von Donnersmarck, quien debuta en la realización de largometrajes con este film. Donnersmarck logra un maravilloso equilibrio entre un guión casi perfecto y su puesta en escena. Así pues, nos encontramos con una película visualmente bellísima, aun a pesar de los tonos apagados, que van en consonancia con lo que se cuenta. Una cámara que parece que no existe es testigo mudo de las vidas de tres personajes unidos por algo en común: su apreciación por al arte. En este aspecto, el guión es de una exactitud casi matemática, y al mismo tiempo es enormemente sutil, sin caer jamás en algo que podría haber sido equivocadamente panfletario. Y es que el tratamiento que se hace de uno de los personajes, en cuanto a cómo pueden cambiar unos ideales por introducirse en el maravilloso y sensible mundo del arte, es uno de los mejores aciertos del guión.
Donnersmarck consigue su objetivo no sólo con un excelente guión y una sobria dirección, sino también con unas más que magníficas interpretaciones, sobre todo la de un Ulrich Mühe absolutamente gloriosa. Mühe compone un personaje enormemente complejo, y sin embargo con una gran facilidad para ganarse enseguida la simpatía del espectador. Si en la magistral 'Cartas Desde Iwo Jima' hablaba de la emoción contenida en muchas de sus escenas, aquí Mühe da verdaderas lecciones al respecto, intepretando escenas que por sí solas justifican el visionado de la película. Atención a la impresionante momento en el que escucha como uno de sus vigilados interpreta una pieza de piano. Y por supuesto, ese emotivo final, donde Mühe se corona con una demostración de lo que es la contención dramática, expresando muchísimo más que si fuera al contrario, en el que es desde ya uno de los mejores finales cinematográficos de todos los tiempos. Y no, no es exagerado. A su lado, un actor recientemente visto en la magnífica 'El Libro Negro', Sebastian Koch, en un papel bastante amable y lleno de carisma, compenetrándose a la perfección con su compañera, Martina Gedeck, componiendo un personaje femenino atormentado y resignado.
Una magnífica película, llena de sensibilidad, y que nos habla de mucha cosas al mismo tiempo, dando en la diana en todas. De cómo el arte puede unir a personas de distintos pareceres políticos. De cómo la política no debería mezclarse jamás con el arte. Y sobre todo del ser humano, de la naturaleza del mismo, de qué estamos hechos y de qué podemos estarlo, de cómo hacer lo correcto aúnque esto sea contrario a todo aquello en lo que creemos. Probablemente, le sobren un par de escenas, que quizá subrayan demasiado la historia, pero no molesta especialmente. Al igual que su protagonista, ese oficial de la Stasi que descubre todo un mundo lleno de emociones, la película es una película para sentirla, saborearla, minuto a minuto, plano a plano, hacia ese final antes comentado, absolutamente genial, que nos devuelve un poco de esperanza bañada en amargura. La misma amargura que sentiremos cuando no le den el Oscar, aunque nuestras esperanzas sean otras.
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