En el mundo del cine, la figura de León Tolstói es conocida sobre todo por la adaptación de dos novelas en concreto, ‘Anna Karenina’ y ‘Guerra y paz’, probablemente sus dos obras más conocidas. De la primera de ellas destacan las realizadas por Clarence Brown en 1935 a mayor gloria de la mítica Greta Garbo, y la de Julien Divivier dirigida en 1948 con Vivien Leigh en el papel principal. Sobre la segunda obra se recuerda muy especialmente la versión dirigida por King Vidor en 1956 y protagonizada por Henry Fonda y Audrey Hepburn, una versión muy exitosa, sobre todo en nuestro país, pero casi nadie se acuerda de la monumental versión de Sergei Bondarchuk de casi 7 horas de duración y que se alzó con un Oscar a la mejor película extranjera en 1967.
Todas son películas mastodónticas que magnificaban el mundo de Tolstói en las que evidentemente también se notaba las manos de sus realizadores. Brown, Divvier y Vidor no eran precisamente directores sin personalidad, sino todo lo contrario. Y lo mismo puede decirse de Bondarchuk, director ruso no tan conocido como otros pero que puede presumir de ser el que más se acercó a Tolstói. Ahora, muchos años después, en medio de superproducciones cargadas de chorraditas digitales se intenta en cierto modo recuperar aquel estilo de cine centrándose esta vez en la propia figura del escritor. La pena es que Michael Hoffman no es, ni de lejos, el director adecuado para una empresa de tal envergadura.
La historia de ‘La última estación’ (‘The Last Station’, 2009), basada en la novela de Jay Parini, se centra en los últimos años de la vida de Tolstói. Tras pasar media vida casado con Sofía, esposa, amante, amiga y ferviente seguidora de las ideas de su marido, surge entre ambos una duda que podría perjudicar el matrimonio. Sofía cree que su esposo se dejará convencer por un discípulo suyo, Vladimir Chertkov, para que el escritor ceda su obra al pueblo y no a su familia, lo que acarrearía algún que otro problema financiero. Al margen de esto está Valentín Bulgakov, un ayudante pata Tolstói, al que Chertkov ha colocado para que le informe de todo cuanto hace el escritor. Sin embargo, Valentín topará con dos elementos con los que no contaba; por un lado la mujer de Tolstói y por otro, Masha, una joven liberal muy segura de sí misma que le desconcertará con sus ideas sobre el amor.
Precisamente ‘La última estación’ es una película que nos habla sobre el amor desde varias acepciones. Al fin y al cabo la película comienza con la frase “Lo que sé lo sé porque amo”, idea sobre la que la película parece girar en todo momento. Por un lado el amor ya maduro representado en Tolstói y su esposa, y que corre el peligro de verse dañado por meros intereses materiales, y en el que vemos como después de tantos años se recurre a las locuras de tiempos jóvenes para comprobar si la chispa inicial sigue viva. Por otro lado, Chertkov y sus escarceos con Masha, de la que se termina enamorando, que comienzan primero como una diversión y más tarde, en una lógica progresión, como algo serio, puro y verdadero, algo que no debería tomarse a la ligera. Historias íntimas dentro de la vida de una de las figuras más mediáticas de todos los tiempos.
Puede verse en la película un apunte realmente interesante al respecto de esto último. En distintos momentos son varios los personajes que toman notas de todo cuanto ven u oyen, también hay apostados delante de la casa de Tolstói varios fotógrafos —¿los primeros paparazzi de la historia?— atentos a cualquier movimiento que se produzca en la casa donde se refugia Tolstói y la gente que le rodea, con sus cámaras listas para plasmar en una imagen cualquier detalle digno de ser mencionado o recordado. Un apunte curioso por parte de Hoffman, que también es autor del guión de la película, algo en lo que se luce más que en su trabajo de dirección que como siempre, y con la excepción de la excelente ‘Restoration’ (id, 1995), demuestra la poca personalidad y pasión del director tras las cámaras. A pesar de que en algunos momentos Hoffman hace gala de cierta elegancia en los movimientos de cámara, su puesta en escena no pasa de correcta.
Si ‘La última estación’ llega a coger algo de altura aún a pesar de que la historia es algo previsible —nadie duda del camino que seguirán todos los personajes, excluyéndose con ello la tensión en los puntos de inflexión—, es por la impecable labor de sus actores. Christopher Plummer y Helen Mirren recibieron sendas nominaciones en la última edición de los Oscars por sus respectivos trabajos, merecidas desde luego. Ambos están sensacionales, la naturalidad con la que interpretan y la excelente comunicación entre los dos es de esas que llenan de grandeza el trabajo de un actor o actriz y que cada vez es más raro de ver. Nada tienen que envidiarles unos sentidos Paul Giamatti, James McAvoy, y la menos conocida Kerry Condon, a la que podréis recordar de la excelente serie de televisión ‘Roma’.
Por supuesto el aspecto técnico del film es de una calidad incuestionable. La ambientación, la fotografía y sobre todo la maravillosa banda sonora del desconocido Sergei Yevtushenko brillan con gran intensidad. Es Hoffman el que falla en lo principal, su falta de alma convierte una película llena de elementos apasionantes en un producto correcto sin más. No es poco en los tiempos que corren, pero esa falta de alma conlleva esta vez una falta de riesgo que hace que ‘La última estación’ no sea el título memorable que tal vez merecía ser.
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