La ópera prima de Wes Craven fue ‘La última casa a la izquierda’, film hiperviolento y cutre que se debía en parte a la influencia que la guerra de Vietnam estaba teniendo sobre la población estadounidense, de forma que fuera de ese contexto social el film no había por donde cogerlo y aún con sus limitados aciertos no era precisamente una cinta memorable en ningún aspecto. Pero tuvo impacto, provocado, cómo no, por una exagerada violencia, de la que Craven no volvió a echar mano a pesar de moverse casi siempre dentro de un género que rara es la vez que no la utiliza.
En estos tiempos de corrección, se vuelve a la misma historia (que ya era una reinterpretación de ‘El manantial de la doncella’ de Ingmar Bergman) para intentar actualizarla a un terreno más accesible para todo el mundo, intentando recrear una atmósfera agobiante que bien podría haber sido la representación perfecta de la maldad provocando los más bajos instintos del ser humano. Mucho intento para tan poco resultado, y encima caer en la vulgaridad de realizar una descarada y gratuita apología de la violencia, perdiéndose por el camino todas las posibilidades del relato.
En la historia de ‘La última casa a la izquierda’ tenemos a los padres más buenos, y preocupados por sus hijos, del mundo. La hija más responsable jamás vista, siempre obediente, y los villanos de la función, que poseen las caras más malas que se recuerdan, por aquello de que sepamos quién es de verdad, subrayadito y mascadito, el coco de la película. Huida de la cárcel, asesinato, violación más larga que un día sin pan, la casa equivocada y explosión de violencia por doquier, como alegoría contra la irrupción y ruptura de la unidad familiar por métodos sangrientos.
Tras considerar a cien directores (repito, ¡cien!), el trabajo recayó en manos del griego Dennis Iliadis, quien había obtenido cierto prestigio por su anterior film: ‘Hardcore’ (no confundir con la famosa película de Paul Schrader). Iliadis, tal vez convencido de que el guión de la película camina por senderos previsibles, con tópicos y tópicos, opta por querer dotar a la misma de una enrarecida atmósfera a la que contribuye Sharone Meir con su impecable trabajo de fotografía, de lejos lo mejor de ‘La última casa a la izquierda’. Pero una buena fotografía no es suficiente, y menos cuando la película se alarga innecesariamente, probablemente para provocar en el espectador la sensación de desasosiego que por ni asomo se produce.
La extrema violencia de la película, que no impacta como era de esperar, alcanza su clímax en la eterna secuencia de la violación, gratuita e innecesaria, únicamente hecha para posicionar al espectador del lado de los dolidos padres cuando éstos lleven a cabo su brutal venganza, en una espiral final de violencia con momentos de impacto visual (cráneos agujereados, manos destrozadas, cabezas explosivas…) cuyo grado de hemoglobina es considerable. Todo ello de forma vulgar, facilona, sin entrar en más razones que la evidentes: a los ejemplares padres les han dañado a su querida hija, y tamaño ultraje no puede quedar sin castigo. Además, los guionistas se encargan de hacer una pequeña variación en el personaje de la hija con respecto al film original, que acentúa aún más las situaciones posteriores de rabia, pero que es totalmente increíble dentro de una película que pretende ser realista en todo momento (salvo el estúpido epílogo).
Tony Goldwyn primero rechazó la oferta por considerar la historia demasiado violenta, cambiando de opinión cuando se enteró de que Iliadis iba a ser el director, y Monica Potter (vista en ‘La hora de la araña’ y ‘Patch Adams’, entre otras), forman el matrimonio que termina dándole la vuelta a la situación, haciendo que las atrocidades antes cometidas por los malvados de turno parezcan un juego de niños. Demasiado contraste, y demasiado evidente el discurso: la violencia engendra violencia. Pero es una violencia expuesta porque sí, sin un desarrollo dramático coherente. Como poco coherentes son la pandilla de malvados, torpemente dibujados y peor interpretados. Spencer Treat Clark (el chaval que salía con cara de lelo en tres grandes películas como ‘El protegido’, ‘Gladiator’ y ‘Mystic River’) da vida al hijo del jefe de los villanos, un cobarde atormentado por la maldad hasta la que es capaz de llegar su padre, y apenas puede con un personaje que bien podría no existir, a no ser para metaforizar sobre el hijo recuperado.
Está claro que Iliadis y los guionistas no entienden la violencia como la entendía por ejemplo Peckinpah (no taaarda, tranquilos), quien por cierto hubiera hecho maravillas con el presente material. Y está claro que nunca llueve a gusto de todos. No dudo que ‘La última casa a la izquierda’ satisfará enormemente a cierto sector reaccionario con ideas simples sobre la venganza. No se pararán en la coherencia interna del relato ni en la desfachatez de su mensaje, al fin y al cabo para machacarle la cabeza a la gente, eso no se necesita. Mientras me retiro a mis aposentos a planear una enorme venganza sobre Adrián Massanet por decir que ‘Blade Runner’ está sobrevalorada, me voy preparando para escribir sobre un cuento de Shane Meadows.