No hay que ser un conocedor profundo de la filmografía de Richard Linklater para percibir que estamos ante una de las películas menos arriesgadas de su filmografía. Ni la experimentación plástica de 'Waking Life' ni el ambicioso concepto que rodea a 'Boyhood' ni el loco desafío a las convenciones narrativas que propone la trilogía 'Antes del...', ni siquiera la subversión normativa de comedias inanes en la superficie como 'Movida del 76'.
De hecho, aunque su tono y mensaje difiere profundamente, 'La última bandera' está más cerca de la efectiva comercialidad de 'Escuela de rock' que de la fama que Linklater se ha ganado últimamente como autor obsesivo y disidente de cualquier convención. No tiene por qué ser un problema: con sus limitaciones, la comedia protagonizada por Jack Black es una producción familiar estupenda, del mismo modo que, desde su posición de drama acomodado y con ínfulas, las virtudes de 'La última bandera' saltan a la vista.
La principal de todas ellas es tan obvia que se ha convertido en su principal recurso publicitario: su trío protagonista. Bryan Cranston, Laurence Fishburne y Steve Carell dan vida a tres veteranos de Vietnam que se reencuentran en la actualidad después de que uno de ellos, Doc (Carell) haya perdido a su hijo en acto de servicio. Los tres deciden llevar el cadáver del joven a su hogar para que sea enterrado junto a su madre.
Pese a que el tiempo ha acentuado las diferencias entre ellos (Sal -Cranston- es descreído y rabiosamente anticlerical, mientras que el antaño asilvestrado Mueller -Fishburne- se ha reformado y convertido en predicador), todos encuentran una zona de entendimiento común gracias a un pasado que les cuesta recordar y a haberse visto maltratados por los colores que creyeron defender. El viaje, como en toda road movie, pondrá el acento en sus diferencias pero también en sus puntos en común.
Nada especialmente nuevo por aquí: Linklater simplemente se deja llevar por la, reconozcámoslo, arrolladora personalidad de sus tres protagonistas (especialmente Cranston y Fishburne, ya que Carell está en un permanente estado de shock que le confirma como el excelente actor de drama que ya sabíamos que era, pero le mantiene al margen de las secuencias más coloristas). Secuencias aparentemente tan intrascendentes como la compra de un móvil o una conversación en un vagón de tren en la que los tres amigos comparten con un joven marine sus recuerdos más chocantes se llenan de vida y sentido gracias a sus interpretaciones.
Y eso que, desde ese punto de vista, la película no es especialmente arriesgada: el patetismo de Carell, la misantropía de Cranston, la furia que aguarda agazapada en el interior de Fishburne... todos hemos visto esos matices en papeles anteriores de estos actores, y no precisamente entre los desconocidos. Por muy cómodos que veamos a los protagonistas, y aunque es un auténtico espectáculo verlos desarrollar a sus personajes, es precisamente esa zona de seguridad en la que están instalados lo que denota que la película no quiere indagar en temas que no hayan sido tratados antes.
'La última bandera' acaba siendo otro olvidable homenaje al ejército de Estados Unidos
El gran problema de 'La última bandera' se entiende perfectamente si la comparamos con su precedente, 'El último deber', una significativa película de 1973 dirigida por Hal Ashby. 'La última bandera' no es exactamente una secuela, aunque se basa en un libro de Darryl Ponicsan, autor también de la novela que inspiró 'El último deber' y que, en formato literario, sí que funcionan como secuelas confesas.
Linklater prefiere distanciarse de las comparativas, y afirma que en este caso estamos simplemente ante una secuela espiritual, aunque los nombres de los personajes y sus personalidades son comparables: Otis Young dio vida a Mueller, Randy Quaid a Doc y Jack Nicholson, demoledor como siempre, al equivalente al deslenguado Sal. En aquel caso, la amistad entre los tres hombres se forjaba porque Mueller y Sal tenían que escoltar a una prisión militar un compañero de la marina por un pequeño robo. Conscientes de la relativa injusticia, se correrán con él una última juerga.
Como la de Linklater, la película de Ashby usa el ejército como telón de fondo para hablar de personas con problemas mucho más minúsculos que la salvaguarda de la nación, pero el diablo está en los detalles. En aquella, Young y Nicholson se veían abrumados por tener que detener a un buen chico solo porque debían obedecer órdenes: sin ser exactamente antimilitarista, 'El último deber' retrataba una maquinaria basada en las órdenes ciegas que, como tal, tenía sus problemas morales.
Sin embargo, y aunque 'La última bandera' da alguna embestida antiautoritaria en boca de Sal, el tramo final no deja ningún lugar a dudas acerca de la opinión de Linklater y los responsables de la película, que se convierte en la encarnación fílmica de ese respetuoso y vacío "gracias por su servicio" que tanto chirría a quienes no somos estadounidenses. En sus compases finales todo encaja en ese extraño orden castrense norteamericano, ciego y poco abierto a contrarréplicas, y deja bien claro que 'La última bandera', con sus buenas intenciones y extraordinarias interpretaciones, es otra película olvidable sobre cómo un país le lava la cara a una institución que tiene mucho de lo que arrepentirse.
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