Recuerdo que en una de nuestras primeras conversaciones, hace un par de años, Alberto Abuín y un servidor discutíamos sobre las diferencias entre el cine clásico y el cine moderno, defendiendo yo lo último. Entendamos cine clásico por aquel realizado antes de 1960 (¿os vale?) y moderno por el realizado después, aunque quizá habría que hacer una división ahí, dejando un bloque para el cine más actual. Esto me recuerda una anécdota que me contaba hace poco mi cinéfago amigo Snake, sobre un compañero de trabajo suyo que le respondió que 'Tango y Cash' era "una película antigua". Oh, sí...
Pero volvamos a lo que os contaba. Consideraba sobrevalorado el cine clásico e infravalorado el moderno. En general. No era que no me quedara alucinado con obras maestras del cine, no; siempre adoré a Stanley Kubrick (Dios), a los hermanos Marx, y no tendría más de diez años cuando me maravillaron 'Metrópolis', '¡Qué Bello es Vivir!' o 'Ser o no Ser', por mencionar sólo algunas. La magia del cine entra y se queda ahí. Pero, en general, quizá por la poca consideración que se suele tener a lo que es actual, no quería darle al cine "antiguo" el valor que luego, con prestarle un poco de atención, con tomarme unas pocas horas durante cada semana, descubrí que sí tiene. Incalculable valor. La proporción de clásicos que veo y compro desde que mi compañero en Blogdecine me abrió los ojos es ahora bestialmente superior a los films modernos.
La vida tiene cosas curiosas, luego me tocó a mí portar la pancarta del cine clásico, defendiéndolo en muchas ocasiones, pero sin demasiada suerte. Quizá no valgo para convencer a nadie o quizá es que si no está la semilla plantada en tu interior, es imposible ver la luz. En cualquier caso, una de esas frases que más he tenido que repetir es "ya sé que todo el cine clásico no es bueno". Efectivamente, como siempre, es estúpido generalizar y poner etiquetas del tipo "cine clásico-obras magistrales" y "cine moderno-obras vacías". Nadie, con sentido común, puede llegar a defender eso.
Y aquí es donde entra 'La Torre de Londres' ('Tower of London', 1939). En los últimos años hemos tenido la mala suerte de que a nuestras carteleras han llegado productos lamentables que acudían a la fórmula de "épica y basadas en hechos históricos". Podemos hacernos daño y recordar 'La Última Legión' o '10.000', entre otras. Como decía, los radicalismos, las generalizaciones nos llevan a no ver la realidad, a maquillarla para que todo encaje en nuestro puzzle de dos piezas. Así, con motivo de ésas u otras similares, de tan baja calidad, no era difícil encontrarse con declaraciones tan como "ya no se hace cine como antes". Ehm, vale, está claro que hay una gran cantidad de obras maestras irrepetibles en la Historia del séptimo arte, pero, ¿de verdad que todo lo que habéis encontrado en blanco y negro, personas libres y de alto conocimiento, es maravilloso? Ojo, uso blanco y negro como sinónimo en plan coloquial, ya me entendéis.
Bueno, pues aquí tenéis un consejo. Si queréis descubrir un clásico malo y no tenéis mucho tiempo para buscar, os dejo este título, 'La Torre de Londres'. Está en DVD y la podéis encontrar en cualquier tienda que tenga un espacio reservado para cine. La suerte que tuve fue que no tuve que pagarla. La mala suerte que la acabé viendo, pasando uno de los ratos más soporíferos de este año. Uno de tantos buenos ejemplos en los que he comprobado lo relativo que es el tiempo; si con 'El Caballero Oscuro' no miré la hora en ningún momento, pasando dos horas y media pegado a la pantalla, con 'La Torre de Londres' no dejaba de desesperarme preguntándome cómo era posible que tardaran tanto en transcurrir 90 minutos. Evidentemente, y aunque sea repetitiva la cuestión, escribo dando mi punto de vista.
Un drama histórico con toques de terror, con Boris Karloff y Vincent Price, 'La Torre de Londres' se vende estupendamente. Más aún cuando en la propia caja te ponen eso de "Selección Clásicos de Oro". Así que va un cliente a la tienda y se pone a mirar y piensa "hey, esto hay que verlo, seguro que ha influido en un montón de películas posteriores, basurillas actuales sin nada que ofrecer salvo efectos especiales y una considerable reducción del peso de mi cartera". El palo recibido, al llegar a casa y poner la cosa en el reproductor, puede ser mayúsculo. ¿Te reías de las batallas orquestadas por Uwe Boll? Espera a ver esto...
Rowland V. Lee dirige lo que ahora podríamos catalogar como "bodrio histórico". Una película donde todo es ridículo, desde los decorados al vestuario, pasando por la trama y, especialmente, las interpretaciones. Sólo se salvan los dos que he mencionado, pero matizando mucho. Karloff hace de roca (de roca que asusta), pero es que su sola presencia ya tiene valor, y Price sólo está bien en una secuencia, eso sí, la mejor de todas, un duelo de bebedores que le sirve al legendario actor para lograr despertar la atención del dormido espectador (¡leñe, esto se pone interesante, venga Price, mata a todo el mundo y ponte la maldita corona!).
No voy a extenderme en el argumento, porque a estas alturas está claro lo mucho que os recomiendo el visionado de 'La Torre de Londres', pero bueno, ahí queda: la historia nos sitúa en el siglo XV, y nos presenta a Ricardo, Duque de Gloucester, que ayudado por el patizambo verdugo Mord, pretende eliminar a todos aquellos que le preceden en la sucesión al trono, por aquel entonces ocupado por su hermano el Rey Eduardo IV de Inglaterra...
Esto da lugar a que un personaje horripilante en todos los malos sentidos, interpretado por Basil Rathbone, se lleve toda la película dándoselas de brillante villano, hasta que logra ser Ricardo III, un spoiler comparable al de revelar que Leónidas muere en la batalla de las Termópilas. Su gran hacer en la pantalla incluye el contar con una especie de casa de muñecas secreta, que guarda en una caja fuerte, con miniaturas de la familia real, las cuales va retirando conforme sus "geniales" artimañas, merecedoras de constantes carcajadas malévolas, van logrando sus objetivos. Un personaje penoso cuyas intenciones no ve venir ninguno de los cegatos personajes a los que trata de manejar, salvo cuando ya es tarde. No es el único punto negrísimo de esta película, el rey, encarnado de forma mediocre por Ian Hunter, es lo más parecido a un borracho que tiene que reírse de todo porque no se entera de nada. En serio, podéis tener pesadillas por culpa de sus absurdas risotadas.
En definitiva, una pérdida de tiempo ver 'La Torre de Londres', a menos que te vaya eso de reírte de lo malas que pueden llegar a ser las películas de época. Ahora se hacen películas vacías, lamentables, demasiadas, pero cuidado, antes también, y están por ahí, en la tienda a la que vas, acechando en las estanterias, con un letrerito que la califica de clásico, esperando aprovecharse de tu inocencia y hacerte desembolsar un dinerillo por una aburrida experiencia.
Posdata: He descubierto que hay otra versión de esta misma historia, pero con Vincent Price en el papel del rey, ¿alguien la vio? ¿Cuál es el veredicto?