El escritor Héctor G. Barnes, uno de los críticos jóvenes más perspicaces que pululan por este país, define ‘La señal’ (‘The Signal’, William Eubank, 2014) en su crítica de la misma de una forma demoledora y concisa: “más exhibicionista que narrativa”. Dicha frase viene a resumir en esencia una película con ideas en cada plano, en cada secuencia, ideas provenientes de otros lugares, demostrando una vez más el proceso de reciclaje y reinterpretación de formas y temas ya conocidos que el cine ejercita sobre sí mismo cada cierto tiempo.
‘La señal’ es una de esas películas que en un primer vistazo se llega a la conclusión de que en otro tiempo habría tenido más éxito, el público se habría hecho más eco de ella y el estreno en nuestro país no pasaría tan desapercibido. En una segunda lectura, o mirada más reposada, uno se da cuenta de que hace años esta película no podría existir, sería algo absolutamente imposible. Su escritura impersonal es demasiado actual, demasiado evocativa de un presente fílmico que, en ciertos géneros, practica el consumo y olvido inmediatos.
‘La señal’ es una película que juega con la curiosidad del espectador, al que le resulta imposible no dejar de interesarse por la acción del film en su primer tercio, lleno de incógnitas y giros argumentales, además de tonos y subgéneros. Dos muchachos –Brenton Thwaites y Beau Knapp, tan entregados como predecibles−, acompañados de la hermosa Haley –Olivia Cooke, siempre metida en films de terror o fantásticos, y aquí bastante mejor que en ese bodrio titulado ‘Ouija’ (id, Stiles White, 2014)−, seguirán una misteriosa señal de un hacker informático que ha logrado meterse en los sistemas de seguridad más difíciles del mundo.
Un viaje hacia la nada
El primer bloque del film mezcla sin ton ni son tonos, y hasta parece que intenciones. De lo que parece una cinta indie, con luces de atardecer y cámara frágil en movimientos, se pasa a un segmento que parece sacado de uno de esos found footages que tan de moda se pusieron hace un tiempo. Corte de plano y todo cambia. Los tres personajes se hallan encerrados en una especie de edificio militar donde les observan y estudian debido a que han tenido contacto con vida alienígena. A partir de ahí la película camina en otra dirección totalmente diferente, en varias de hecho.
Laurence Fishburne y su impertérrita expresión facial reinan en la segunda mitad del film, aumentando con él las incógnitas, os giros, los tonos y cualquier cosa que se nos antoje. No es broma. Uno puede dar rienda suelta a su imaginación con el desenlace de la película, o simplemente intentar adivinar qué quiere narrar, a dónde quiere llegar. Las imágenes de Eubank nos resultan terriblemente familiares en todo momento, y sin embargo su sentido fílmico es prácticamente inexistente. No hay continuidad en sus cambios, la progresión es demasiado forzada, y la sorpresa de la siguiente escena se olvida en la próxima, que ya ofrece algo nuevo.
El film carece de clímax, una secuencia en una carretera aparentemente solitaria, en el que el misterio parece va a ser descubierto, y lo que consigue es que nos quedemos sumergidos en la indiferencia durante un buen rato, ya que el viaje que propone ‘La señal’ conduce a ningún sitio, a la nada más absoluta, construida a base de imágenes faro que reproducen ideas en lugar de argumentos y clichés en lugar de personajes. La puesta en escena no revela mayor trascendencia que la de servir al imaginario popular con lugares comunes, mientras el final se disfraza de vacuo cliffhanger.
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