Hace poco os hablaba de un estimable film de terror (del bueno, se entiende) perteneciente a una época en la que los efectos visuales no inundaban la película para ahogarla completamente (si hacemos una lista con films en los que se cumpla ese elemento, ésta podría ser interminable); hoy toca hacerlo sobre ‘La semilla del mal’ (‘The Unborn’, David S. Goyer, 2008), película que se estrenó allá por enero, y desde hace un mes ya está disponible en DVD, para la tortura y desesperación del pobre consumidor.
‘La semilla del mal’ (¿no pudieron titularla ‘El no nacido’, verdad?, no, tenían que lucirse de esta forma tan pobre) supone el nuevo intento de David S. Goyer de querer parecer un director de cine, y lo cierto es que le iría bastante mejor como guionista, siempre y cuando sus libretos sean adaptados por otra persona. No por él mismo, entre otras cosas porque como director acentúa aún más los errores de un guión que no es que sea penoso, es que es simple y llanamente el más ridículo y delirante que se haya visto en una película de terror en años.
El film nos narra la increíble historia de una chica de muy buen ver (Odette Yustman, capaz de competir por ser más cachonda que la mismísima Megan Fox, actriz que cuando abre la boca a uno le entran unas ganas increíbles de salir corriendo, a no ser que con la boca se disponga a otros menesteres que no requieran el uso de vocablos), que empieza a ser acosada por el fantasma de un niño al que parece le han dado una somanta de hostias para luego ahogarlo. Pronto descubrirá que existe una especie que puede controlar a los seres humanos mediante posesiones de recién nacidos. Nuestra querida cachondita se pondrá en contacto con un cura que es la repera en tema de exorcismos para que termine con su sufrimiento, mientras el del espectador no finaliza.
‘La semilla del mal’ pretende asustarnos desde el comienzo, con extrañas y taquicárdicas apariciones, y pretendiendo crear una atmósfera de terror enfermiza que ni por asomo se produce. Llevados tres cuartos de hora de visionado, uno empieza a pensar en un montón de películas que Goyer ha tomado como referente, pero de las que demuestra no haber aprendido nada. El director intenta despistarnos sobre un elemento fundamental en la trama, pero que cualquier espectador avispado por experimentado adivinará enseguida. Basta con fijarse en el título (me refiero al original, porque el español es una clara referencia a un famoso film de Roman Polanski, al que afortunadamente el trabajo de Goyer no se parece ni lo más mínimo), con mirar a la cahondita, con sumar dos y dos, y ya está. Pero el camino recorrido hasta que tan secreta información nos es revelada, es uno de los más delirantes que se recuerdan.
Madres que abandonan a sus hijos, niños muertos antes de nacer, secretos de familia, la Alemania nazi (¿¿??), y muchas más cosas sin sentido (en conjunto), desfilan por delante de nuestros asombrados ojos. Pero sin duda, el elemento digno de estudio es el personaje al que da vida un más que despistado Gary Oldman, que da vida a un experto en sacar demonios del cuerpo. Uno no se explica cómo los que aprobaron el guión no vieron que dicho personaje era patético hasta decir basta. Llega con la escena del cuerno trompeta para echarnos las manos a la cabeza y hacer una de estas dos cosas: o reír o llorar. ¿Alguien ha pasado más vergüenza ajena viendo una película? (es una pregunta retórica, no os molestéis).
Respecto a nuestra cahondita, que repito se llama Odette Yustman, pues se dedica precisamente a eso: a salir lo más cachonda posible, hasta cuando se despeina en alguna presumible escena de acción, todo parece perfectamente diseñado en su aspecto, muy bien calculado para que los trogloditas como un servidor, saquemos a relucir nuestros más bajos instintos babeando inútilmente por la moza mientras el argumento de la película nos importa un pimiento. Eso sí, cuando a ratos (o sea, cuando la cachondita no aparece en pantalla) recobramos la serenidad, uno se lamenta en ver metido en este berenjenal sin sentido a un actor como Idris Elba, que evidentemente no es Morgan Freeman, pero el haber dado vida a Stringer Bell en ‘The Wire’ merece todos mis respetos.
‘La semilla del mal’ no tiene nada aprovechable, ni siquiera el tomársela con sentido del humor, que es la mejor actitud posible ante bodrios de este calibre. Deberíamos abrir una nueva sección de películas ridículas, porque dentro de poco os hablaré de otras dos (una de ellas muy, muy, muy taquillera). Mientras intento no olvidarlas (la ventaja del mal cine es que permanece muy poco en la memoria), me retiro a mis aposentos a escribir sobre esa clase de hombres que se pegan a las mujeres todo el día, pero son incapaces de acostarse con ellas.