‘La seducción’, un siniestro y etéreo gótico sureño que complementa al original

En cada ocasión que surge un nuevo remake de algún clásico más o menos mítico, olvidado o aparcado por la condescendencia cruel de la historia, aparecen los mismos debates estériles. Los fans de ‘El seductor’ (The Beguiled, 1971) pueden presentar un buen puñado de alegaciones a la nueva reinterpretación de Sofia Coppola, desde su tono rebajado o lo innecesario de volverla a contar hoy, hasta el puñado de clichés con el que abarca los deseos urgentes de sus personajes femeninos.

Hay diferencias sutiles con la original que apenas hace falta reseñar si no hay voluntad de entrar más allá de su corteza de adaptación literaria más o menos fiel. Su nueva iteración juega más con el tono de comedia irónica en sus escenas tempranas, en la que las mujeres se niegan a admitir entre sí su interés por un nuevo residente. Cuando las verdaderas hostilidades estallan el humor se vuelve más negro, macerado en su propio juego de frontón macabro, y florece así una febril vía secundaria con la anterior versión.

Una alternativa más dócil, pero elegante

La otra circunvalación con la modélica visión de Siegel pertenece a su cualidad hipnótica. Estéticamente hermosa, la suntuosa fotografía de Philippe Le Sourd recoge las texturas fantasmagóricas de la Virginia rural, con todos los elementos de buen gótico sureño alineados con el trasfondo de la guerra de la independencia. El conflicto actúa como un material aislante que genera un espacio casi fuera del tiempo en la mansión, como en una burbuja desde la que se oyen lejanos intercambios de metralla, en la que se establece la acción.

Quizá el exceso de contención, la comunicación de Coppola a través de pequeños detalles como la colocación de mobiliario y cambio de vestuario de sus personajes, pueda resultar algo estático en ocasiones pero, gracias ese estado ingrávido, cada intercambio de miradas araña más profundamente. Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning y Angourie Rice clavan al grupo de mujeres cuyas diversas debilidades se van revelan hábilmente frente a un socarrón Colin Farrell.

Como si volviera a estar poseída por el espíritu de Peter Weir, tan presente en ‘Las vírgenes suicidas’ (The Virgin Suicides, 1999), la revisión de Coppola de ‘Picnic en Hanging Rock’ (Picnic at Hanging Rock, 1975), se vuelve a rebozar en lo telúrico para explorar la vulnerabilidad y el poder innato de las mujeres. El engranaje terrible del despertar de la sexualidad humana explota en un microcosmos que fuerza la propia validez de la castidad autoimpuesta y lo refleja en los convencionalismos sociales que realmente los dictan.

Nuevo reflejo de la mujer

Esta nueva versión de ‘The Beguiled’ no es necesariamente más feminista que su antecesora, pero la manera en la que expresa y nos permite habitar en el aislamiento de las mujeres y como estas cambian ante la presencia de un hombre, permite una sencilla metáfora sobre el papel de este en el juego de envidias y zancadillas que puede extrapolarse a la sociedad actual. Además una dirección más delicada, evitando las texturas del cine de terror de los setenta más rabioso, marcan otro tipo de distancias.

Puede que no tenga tantas lecturas de género como muchos hubieran esperado, pero también ofrece una visión certera de las tensiones internas que aún perviven en los Estados Unidos, así como un ligero comentario social hacia las educaciones castradoras o el poder de la religión cuando es utilizada como tuerca. ‘La seducción’ no deja de tener su gracia si se mira como una sátira del problema de la eutanasia y la doble moral de las doctrinas que la tratan de prohibir a cualquier costa.

Se puede alegar que muchos elementos han sido lavados hacia la corrección política, A este respecto, hay cambios que juegan en contra de la propia versatilidad histórica, por ejemplo, el hecho de que se prescinda en el guion de una criada negra en la casa. Pero aunque la obra de Coppola sea más limpia y contemplativa, añade una mirada psicológicamente más compleja que la original. El suspense se estira hasta lo perverso, convirtiendo una experiencia, en principio más inofensiva, en una cara B complementaria, oscuramente mucho más divertida.

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