El estreno de ‘La saga Crepúsculo: Amanecer. Parte 2‘ (The Twilight Saga: Breaking Dawn. Part 2, Bill Condon, 2012) ha estado marcado por el alborozo de las acérrimas seguidoras de la saga – algún hombre habrá también, pero una minoría casi irrelevante- y el odio de sus detractores hacia cualquier mención de la quinta partes de la franquicia iniciada en 2008 por ‘Crepúsculo‘ (Twilight, Catherine Hardwicke).
Por mi parte, siempre he creído que esta saga vampíricas siempre se ha caracterizado por su insipidez, siendo esto lo que hacía prácticamente imposible que ninguna de sus entregas pudiera llegar a ser tan siquiera una película decente, algo que también sucede en el caso de ‘La saga Crepúsculo: Amanecer. Parte 2’.
La necesidad de amasar unos cuantos millones más por parte de la productora los llevó a dividir la última novela en dos entregas, algo que pasaba desapercibido en la primera, pero que aquí es evidente – y, lo peor de todo, molesto- en todo momento. El motivo es que estamos ante lo que debería haber sido el clímax – y la preparación del mismo-, una orgía de emoción que sirviera de emocionante cierre a la franquicia. Sin embargo, y dejando de lado que es muy dudoso que acabe siendo lo último que veamos del Universo Crepúsculo, el imperativo comercial de estirar la comprensión del espectador, excesiva o inexistente según a quién preguntemos, no sólo la aleja de poder ser la mejor – o menos mala-, pues acaba quedando más cerca de ser la peor de todas.
La absurdez de la franquicia es algo que uno tiene que aceptar de antemano, pero ‘La saga Crepúsculo: Amanecer: Parte 2’ abusa de ello, ya sea con fines cómicos – el pulso entre Bella y Emmett-, dramáticos – los nativos salidos de la nada y su papel clave con la hija de los protagonistas- o para demostrar una deleznable cobardía – el giro prácticamente final- . Y eso por no hablar del lamentable apunte romántico relacionado con Renesmee y Jacob – donde Kristen Stewart tiene su gran oportunidad para destacar interpretativamente hablando, pero fracasa estrepitosamente-, una nueva evolución en lo comúnmente conocido como pagafantismo. Poco podíamos esperar de Melissa Rosenberg, guionista habitual de la franquicia, pero siempre quedaba la duda de si sería capaz de dar lo mejor de sí misma cuando llegase el cierre de la historia y pudiera librarse de ese previsible y ridículo esquematismo del que había hecho gala hasta el momento.
La respuesta, por desgracia, es que no, ya que demuestra una mayor inutilidad con los diálogos que la que hacía gala RZA en la también bochornosa ‘El hombre de los puños de hierro‘ (The Man With Iron Fists, 2012), pero es que el material de partida tampoco ayudaba lo más mínimo. Llegados a este punto, el hecho de ser unos vampiros poco sanguinarios – quien lo es está muy mal visto por el resto-, sin carisma y con un ligero retraso mental ya no sorprende a nadie, pero la aglomeración de poderes mágicos termina por desintegrar toda credibilidad que podía aún quedar. Mal aliado es también el apartado de efectos visuales, lamentable como regla general pese al considerable coste de la película y que ni siquiera consigue ser suficientemente impactante cuando llega su gran momento – los descabezamientos de la batalla final-, pues su ejecución acaba resultando terriblemente anticlimática.
Es evidente que Bill Condon aceptó encargarse de las dos últimas entregas de la saga para conseguir mayores facilidades a la hora de conseguir dinero para proyectos más personales – algo habitual en Hollywood, y no sólo en el caso de los directores-, pero eso no le da carta libre para llevar a cabo una puesta en escena propia de un estudiante de primero de escuela de cine o peor que eso. En ‘La Saga Crepúsculo: Amanecer. Parte 1‘ (The Twilight Saga: Breaking Dawn. Part 1, 2011) eso pasaba desapercibido ante la inexistencia de tener que hacer un gran acto de presencia, ya que la falta de acción invitaba a un toque impersonal. Poner la cámara, cobrar el cheque y para casa. El problema es que aquí no podría estar más de acuerdo con Juan Luis en su valoración sobre la batalla final, en la que el trabajo de Condon roza lo patético. La secuencia es la más violenta de las cinco película y supone un respiro del repelente romance entre Bella y Edward, pero está rodado de una forma que le quita toda épica, con cambios de plano sin venir a cuento y unas peleas a las que les falta garra, siendo las decapitaciones un ligero alivio para el que está presenciando tal mamarrachada. Y lo peor de todo es que aún así es el mejor momento de la película.
Seamos sinceros y aceptemos que tienes que aceptar que las historias de amor son la cosa más antinatural, delirante, típica y superficial para poder sentir empatía por alguno de los principales protagonistas, pero siempre está bien notar leves atisbos de naturalidad en sus intérpretes y aquí hay varios. Es cierto que no faltan los momentos sonrojantes, pero su dominancia narrativa de las anteriores se diluye aquí al estar todo el pescado vendido y ser el enfrentamiento como los malvados monjes albinos, que encima también son vampiros con superpoderes, lo que realmente motiva sus reacciones. Siendo así, puedo decir sin miedo que se ve al trío protagonista algo más suelto que en las cuatro entregas anteriores, quizá felices al saber que es la última vez que darán vida a sus personajes – Pattinson ya dijo que no tienen interés alguno en hacer más secuelas-. Con todo, ninguno consigue traspasar los límites de la mediocridad reinante, en especial Lautner y su depurada técnica interpretativa de quitarse la camiseta a ver qué pasa.
Sí que resulta indignante el ver que Michael Sheen también ha utilizado el método de Condon de limitarse a hacer acto de presencia e importarle bien poco lo que suceda. Hasta ahora, su liderazgo de los volturi había estado marcado por un cruce entre misterio, amenaza e – incomprensible- pasividad, pero aquí ha de dar el salto a primera línea de fuego y se convierte en una especie de peligroso obseso sexual y loco violento. No hay más que ver sus reacciones gestuales para comprobar que Sheen ha decidido reservarse para papeles más suculentos, aunque, todo haya que decirlo, sus lacayos – el emo y el que parece una fusión entre Frankenstein y un chupasangres- son incluso más ridículos. Del resto, pues todos en su línea, siendo una pena que Billy Burke tenga una presencia tan reducida cuando es su personaje – el padre de Bella- es el único que ha sabido hacer gala de cierta naturalidad en todo momento.
En definitiva, ‘La saga Crepúsculo: Amanecer. Parte 2’ no es más que un reflejo de lo que todas las películas anteriores fueron: Una tiranía de la mediocridad entre la que sobresalen no pocos momentos que traspasan holgadamente los límites del absurdo y un par de prometedoras ideas o situaciones – los decapitamientos en la batalla final- que acaban siendo desaprovechadas. El bajo nivel interpretativo, la escasa trascendencia de una historia que apenas daba para una hora de metraje – algo que el guión no logra maquillar-, la inesperada torpeza de Condon en la puesta en escena y la constante sensación de cutrez en varias facetas visuales terminan por convertirla en una película bastante floja y olvidable. Ni de lejos la peor de este año, pero esperemos que al menos su sucesora natural – la autora ideó a sus protagonistas pensando en Bella y Edward- pueda convertirse en una saga decente, algo que no es ésta que esperemos que haya llegado aquí a su final definitivo.
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