¿Qué es lo mejor que puede hacerse después de ver y asimilar una película como ‘La red social’ (‘The Social Network’, David Fincher, 2010)? Pues muy sencillo, entrar en el facebook, uno de los inventos que más han revolucionado nuestro modo de vida, por triste que suene eso, y entablar una conversación intercambiando impresiones con nuestros amigos del mundo virtual acerca del film en cuestión. No es desde luego la mejor forma de rendirle homenaje o pleitesía al magistral trabajo de David Fincher, pero sí algo muy coherente en los tiempos que nos ha tocado vivir. Y eso que un servidor proviene de la época en la que para comunicarte con un amigo —de los de verdad, no la prostitución que de la expresión hace el facebook— había que utilizar papel, bolígrafo, sobre y sello. No era tan rápido, pero sí más auténtico.
Pero como ya estamos en el 2010, ni me acerqué a un papel, ni al bolígrafo, y mucho menos al sobre o al sello. Encendí mi ordenador, entré en mi cuenta del facebook, y allí me topé con uno de mis amiguetes virtuales, el jovenzuelo, y futuro famoso, Alvy Singer, excelente conversador y amante totalmente infiel de Blogdecine. Ambos compartimos el bucear en el olvidado pasado del cine para encontrar las muchas referencias cinéfilas que hay en las películas actuales. Me decía el amigo Alvy con la pasión cibernética que le caracteriza que el film de Fincher tiene un precedente en ‘Ciudadano Kane’ (‘Citizen Kane’, Orson Welles, 1941), aseveración con la que estoy completamente de acuerdo.
Ambos films hablan de las complejas personalidades de dos supuestos genios —William Randolph Hearst (en el film de Welles bajo el ficticio nombre de Charles Foster Kane) y Mark Zuckerberg—, periodista e inventor de la prensa amarilla uno, y creador del famoso facebook el otro. Los dos levantaron un imperio que los convirtió en millonarios —en el caso de Zuckerberg el millonario más joven del mundo— no sin antes ganarse unos cuantos enemigos. Tanto Welles como Fincher construyen sus films en base a las formas de ser de sus personajes y los mundos que crearon. Y si el lector se fija en la extraordinaria secuencia final de ‘La red social’, podrá encontrar puntos de contacto más que evidentes con el final del mítico film de Welles. Al igual que Kane, Zuckerberg también tiene su Rosebud particular.
Evidentemente ‘La red social’ no respira únicamente gracias a la referencia que acabo de citar. Fincher es lo suficientemente inteligente como para hacer que dicha referencia sea visible pero no deja que ahogue las excelencias de un film que tiene vida propia más allá de su conexión con el propio arte. El director de ‘Zodiac’ (id, 2007) —película con la que ‘La red social’ guarda numerosos parecidos formales— ha parecido entender a la perfección el guión de hierro que Aaron Sorkin —guionista de una película que nunca me canso de defender, ‘Algunos hombres buenos’ (‘A Few Good Men’, Rob Reiner, 1992), entre otras cosas— ha escrito, y en el que se refleja de modo minucioso la importancia de las nuevas tecnologías en nuestras relaciones sociales.
La primera secuencia de la película deja bien claras las intenciones de Fincher y Sorkin. Se trata de una conversación entre Zuckerberg —un excepcional Jesse Eisenberg— con su novia Erica —Rooney Mara en un breve pero muy importante papel, actriz que por cierto ya es la principal protagonista del nuevo film de Fincher, ‘The Girl with the Dragon Tattoo’, remake de la primera entrega de la trilogía ‘Millenium‘—, filmada como si de una charla de chat se tratase. Los brutales cambios de tema, las respuestas rápidas y susceptiblemente ingeniosas de Zuckerberg visten su personalidad, llena de apatía hacia todo lo que le rodea. Fincher nos prepara así para todo lo que vendrá después.
Y lo que viene es un film vertiginoso que habla sobre la incomunicación, la amistad, la inadaptación y la ironía de que un ser tan apático como Zuckerberg haya creado la red social de comunicación más importante de nuestro tiempo. Con un montaje rápido y conciso, que no acelerado y ruidoso, se transmite la inmediatez que el facebook proporciona a nuestra vidas. La velocidad a la que todo ocurre actualmente es plasmado en el film a través de un ritmo frenético con diálogos brillantes que a veces es difícil seguir. Esa velocidad nos lleva casi a la incomunicación, y Fincher lo revela muy bien en el personaje central.
Zuckerberg desea como el que más relacionarse con todo el mundo, sobre todo con Erica, de forma normal y corriente. Es evidente que no puede, y de esa impotencia —en realidad de su deseo de estar con Erica— surge la necesidad de crear facebook, un mundo tan frío e impersonal como el propio protagonista, que efectivamente tal y como se dice en la película, no es un gilipollas pero se esfuerza en serlo. Fincher, al igual que en ‘Zodiac’, no se pone de parte de nadie, ni juzga a sus personajes, y eso que una parte importante de la trama es la demanda judicial que Zuckerberg sufre por partida doble, siendo uno de los demandantes su mejor amigo (excelente Andrew Garfield, el futuro Spider-Man). En realidad, su único amigo. Otra ironía más.
Fincher ha logrado entender la dinámica del mundo en Internet, y así nos la sirve en el film, retrato perfecto del mundo de hoy. Su puesta en escena, de una sobriedad que casi asusta, así lo demuestra. Y para ello hace hincapié en dos elementos imprescindibles. Por un lado la fotografía de Jeff Cronenweth —hijo de Jordan Cronenweth, fotógrafo de, entre otras, ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982)— y por otro la música de Trent Reznor y Atticus Ross. Tres artistas en armonía con un maestro de ceremonias muy consciente de que unos hechos tan recientes deben ser contados con total objetividad, a pesar de que en el subtexto puede leerse una crítica hacia la frialdad o inhumanidad que supone relacionarse por Internet. Y por debajo de esa frialdad están los sentimientos auténticos: envidia, codicia, amistad, y sobre todas las cosas, el amor. La razón más antigua del mundo provoca el invento más revolucionario del hoy.
Fincher no lanza ningún mensaje, pone las cartas sobre la mesa y es el espectador, quien tras recibir una cantidad enorme de información —como si del facebook se tratase—, debe sentarse a reflexionar sobre lo visto. Y reflexionar no es pulsar obsesivamente la tecla F5 para comprobar que una invitación de amistad del facebook ha sido aceptada. Eso es perder el tiempo.
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