Hasta hace no mucho el cine de Ken Loach era algo así como puñetazos de verdad en toda la cara. Con claras connotaciones políticas, sus films siempre metían el dedo en la llaga.
A veces de forma más acertada, otras no tanto, Loach daba en la diana, y no siempre era fácil tragarse una de sus películas por la dolorosa verdad que desprenden. Personajes marginados luchando simplemente por respirar tranquilos ante las injusticias de un mundo miserable comandado por tres peces gordos que se reparten el pastel y no dudan en aplastar al pueblo. Tan real como la vida misma.
Pero un día a Loach se le ocurrió que era preferible hacer reír, o insuflar algo de alegría y esperanza a sus ya acostumbradas al látigo audiencias. Como si de el protagonista de ‘Los viajes de Sullivan’ (‘Sullivan´s Travels’, Preston Sturges, 1941) —Joel McCrea en el papel de un director de cine que buscaba reflejar la realidad de su país y descubría que la risa era la medicina más poderosa que existía— un buen día nos llegó con la comedia con ramalazos de realismo mágico ‘Buscando a Eric’ (‘Looking for Eric, 2009) y todo cambió. Loach se volvió sorprendentemente optimista, y sin dejar su estilo habitual, gustó, al menos a un servidor.
(From here to the end, Spoilers) A falta de ver la inédita en nuestro país ‘Route Irish’ (2010) —y que sospecho es el Loach de siempre—, su nueva película, vista por mi compañero Juanlu en el pasado Festival de Cannes, ‘La parte de los ángeles’ (‘The Angels´ Share’, 2012) vuelve a tener ese tono optimista. En este caso sorprende porque sus personajes son jóvenes desempleados y metidos en problemas delictivos en el Glasgow actual, sin futuro profesional —vamos, la realidad de cualquier lado del planeta en este momento—, y justo cuando Loach tal vez debería ponerse más duro que nunca vuelve a adoptar la mirada del film protagonizado por Eric Cantoná, aunque permitiéndose algo de dureza por el camino.
De hecho la primera media hora de la película Loach muestra una serie de desgracias que nos hacen temer lo peor. Paul Brannigan —actor proveniente de la calle, con pasado delictivo y todo, y oh, sorpresa, dotado para la interpretación— da vida a Robbie, un muchacho a punto de ser padre y que tiene una cuenta pendiente con la justicia por haber dado una paliza a un pobre hombre al que dejó sin un ojo. Robbie sólo pide una nueva oportunidad en la vida, sabe y comprende que lo que hizo está mal, muy mal y ante su recién nacido promete no volver a pegar a nadie nunca más ni meterse en líos. Pero la podrida sociedad —me quedo corto con lo de podrida sociedad ¿verdad? en realidad no merecemos ni vivir— le pondrá las cosas un poco difíciles, como también lo hará el padre de su novia, y también su violento entorno.
Haciendo servicios sociales Robbie hará buenas migas con una especie de mentor, Harry (John Henshaw), que le introducirá en un mundo totalmente nuevo, la cata de whiskys de reserva. Es entonces cuando Robbie verá la oportunidad de su vida para mejorar su precario estado. Sabiendo que por un barril de un whisky muy raro de encontrar pagarán mucho dinero, se propone robar unas cuantas botellas de tan selecto manjar con el único propósito de empezar de cero en otro lado. Ahí la película cambia totalmente de tono, deja de lado las desgracias y hasta propone alguna que otra situación cómica. Lamentablemente decae un poco el ritmo en su tramo central, pero lo recupera en su tramo final en el que incluso juguetea con el subgénero de robos perfectos.
‘La parte de los ángeles’ demuestra que para sobrevivir en esta mierda de mundo hay que saltarse las reglas, hay que hacer aquello a lo que muchos no se atreverían, a buscar tu propio camino y salida. Loach lo hace con buen pulso y sentido del humor, también cuenta con unos actores muy entregados que definen muy bien a sus personajes, aunque el central es el que requiere de toda la atención de Loach. El director ha decidido esta vez resultar duro pero con un mensaje esperanzador que no sobra y menos en estos tiempos. La decisión para salir de una vida que no nos gusta está en nuestras propias manos, y en nuestra voluntad de luchar.
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