La última película de James Gray, cineasta poco prolífico, insiste de nuevo en su obsesión por mostrar la violencia, esta vez ambientada en la nocturna Nueva York de finales de los ochenta. El departamento de policía frente a la mafia rusa y su tráfico de drogas, policías con procedimientos que rozan la legalidad frente a mafiosos con más intereses económicos que de poder o control.
Sobre este panorama de fondo se proyecta la verdadera historia de la película, que se centra en la lealtad, la traición y la relación en un triángulo familiar, formado por Burt Grusinsky (Robert Duvall), un ejemplar capitán del departamento de policía y sus dos hijos. Uno de ellos, Joe Grusinsky (Mark Wahlberg), el que sigue sus pasos y ansía convertirse en el gran policía que se espera de él. El otro es la oveja negra, Bobby Green (Joaquin Phoenix), que reniega de su familia para llevar su propia vida, al margen de la formalidad y encasillamiento que supone pertenecer a una familia de agentes de la ley, para regentar uno de los locales nocturnos más animados de la noche en Brooklyn.
Poca originalidad de partida que no queda resuelta con puntos fuertes, giros inesperados en la narración que eleven el interés en una historia, en la que conforme avanza el metraje, se va diluyendo cada vez más, para centrarse en esa relación familiar sustentada por los tres actores principales. También con la intervención de Eva Mendes, que hace el papel de Amanda Juárez, la novia portorriqueña de Bobby, que tras una primera aparición poderosa a la par que excitante, acaba siendo la chica guapa de la película, aportando bien poco y desapareciendo hacia el tramo final de la historia.
Y es que, aunque Gray no posee una filmografía amplia, sí había demostrado buen hacer en sus anteriores obras ('Cuestión de sangre' y 'La otra cara del crimen'), una realización sin adornos, con sobriedad, destilando cierto tono de cineasta clásico. Y esa evidencia también la lleva a cabo en 'La noche es nuestra', donde además firma el guión, pero dejando demasiados agujeros en la narración, siendo incapaz de transmitir fuerza, con una historia demasiado previsible y que adolece de una falta de originalidad acuciante. Y, es que, partiendo de un guión lleno de clichés y tópicos dentro del cine negro, sumado al endeble retrato familiar de los protagonistas, no logra alcanzar un cierto de nivel de dramatismo en la historia que justifique su carencia de novedad, ni siquiera en una profundidad que hubiese sido deseable.
Fue abucheada en Cannes, lo cual no justifica que deba verse con prejuicio, casi al contrario, pero aunque el espectador paciente intente dejarse llevar por la historia, la superficialidad es excesiva y el desenlace tan previsible y blandón que ni siquiera el enorme esfuerzo interpretativo de Joaquin Phoenix (la más destacable por encima del resto) es capaz de soportar.
Existen demasiados fallos en el guión, tan flagantes como que tratar con condescendencia el hecho de que los inteligentes traficantes, encabezados por Vadim, un villano más macarra que duro, operen a sus anchas en el local regentado por Green, desconociendo que se trata del hijo de uno de las figuras policiales más conocidas de la ciudad, y su principal fuente de preocupación.
Otro aspecto negativo es su escueto intento de ambientación en los últimos ochenta, que tan sólo queda evidenciado por los automóviles y algunos temas musicales, pero poco más que justifique llevarse la acción a este momento. Quizás más por forzar la nacionalidad de los "malos" (rusos de pacotilla si los comparamos con el soberbio retrato de mafiosos soviéticos en la reciente 'Promesas del este'). Amén de esa penosa frase en un momento álgido: "me siento como una pluma", que a un servidor le arrancó una carcajada. Desde este momento la película se diluye en una consecución de secuencias que pierden ritmo y en donde tan sólo Phoenix mantiene el tipo (aunque el resto de actores principales se mantengan correctos por encima del acartonamiento de los secundarios), y logra aportar interés en la transformación de su personaje. Por cierto, el título de la cinta alude al lema que la policía neoyorkina abanderaba en esos años ochenta.
Reseñar una de las escenas de acción, la persecución de coches bajo la lluvia que logra elevar la tensión y destaca como una pincelada de destreza en la realización, al rodarse desde el punto de vista del conductor (Joaquín Phoenix una vez más), y que está bien resuelta.
En definitiva una película llena de lagunas en un guión ya de por sí flojo, poco original y con una dirección carente de ritmo y profundidad, tan sólo sustentada por los actores.
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