¡No vayan ahí fuera! ¡Hay algo en la niebla!
-Dan Miller
Ví esta película por primera vez hace algunas semanas, en Canal +, ya que no la había visto en cine hace dos años, cuando se estrenó. Recuerdo que le comenté a Alberto Abuín que por fin la había visto, y él me contestó que ya iba siendo hora porque, y estas fueron sus palabras textuales, “es una puta obra maestra”. Yo le contesté que la película no estaba mal, lo que le pareció, lo recuerdo bien, infravalorarla.
Lo cierto es que sus imágenes se me habían quedado grabadas, por alguna razón, en la retina, y sobre todo en la recámara de la memoria. Eso es algo bueno siempre. No la ví y después me olvidé, sino que seguía tirando de mí. La he vuelto a ver unas cuantas veces, entera o por partes, y cada vez con gran placer. No creo que ‘La niebla’ sea, como dice mi socio, “una puta obra maestra”, pero no hay duda de que es una película tremendamente inteligente, que da miedo de una forma muy poderosa, y que sobre todo, y principalmente, es un estudio sobre el miedo.
Un equilibrio muy difícil de mantener
Stephen King no es un gran artista. Pero es un grandísimo profesional en el oficio de dar miedo. Es decir, no es un gran creador, pero desde luego es un gran narrador. Exactamente igual que Frank Darabont, que ha dirigido tres adaptaciones de relatos previos de King, y que nunca será un director tremendamente personal, pero que es un grandísimo profesional del arte de hacer películas, y que, además, ha demostrado gran versatilidad, pues es capaz de pasar del melodrama, sus primeras películas, al terror con la última. Y siempre con éxito.
En su adaptación de esta ‘La niebla’, Darabont sabe cosechar las mejores virtudes de la excelente novela corta, y las potencia visusalmente de manera ejemplar. Aunque también es cierto que la novela, y el escritor, son muy visuales por sí mismos. Una historia clásica de un grupo de gente guarecido en un sitio cerrado que, como en el clásico ‘Beowulf’, es acechado por un horror inconcebible que está ahí fuera. Esquema que ha sido empleado en algunos westerns de Hawks, después versionados por su discípulo John Carpenter, y que James Cameron llevó a la perfección en la insuperable ‘Aliens’.
Pero lo interesante en esta historia es cómo reflexiona sobre ese esquema clásico, y le dota de interesantes variantes, además de explorar hasta qué punto podemos creernos lo que vemos (pese a haberlo vivido), si realmente influye la suerte o la selección divina en vivir o morir (ejemplificado en el estupendo personaje de la gran Marcia Gay Harden), o finalmente si la crueldad humana es aún más abyecta que el mero deseo de sobrevivir de un enemigo feroz. Interesantísimas cuestiones expuestas con sensilibidad y sin concesiones por parte de Darabont.
La misma niebla, por tanto, se erige en metáfora salvaje de la desorientación no sólo externa, sino sobre todo interna, de todos los personajes, e impregna cada uno de sus actos. Es maravilloso el momento en que David Drayton (un estupendo, por creíble, Thomas Jane) no sabe cómo contar lo que ha visto, porque él mismo no termina de creérselo, y precisamente por eso no logra convencer al otro macho-alfa del grupo, que de manera muy astuta desaparece en la niebla, y nunca vemos su más que probable muerte. La escena de los tentáculos da bastante miedo, pero sobre todo nos descoloca de manera notable. Nos hemos convertido en un personaje más dentro del supermercado.
El siguiente nivel de desconcierto es la fenomenal secuencia de los insectos gigantes y de las gárgolas que los cazan. Imposible sentir más asco, porque esa escena sirve, además, para apelar a nuestros sentimientos de asco más profundos y más irracionales. Las criaturas están bien diseñadas porque son manifestaciones de nuestro subconsciente más aprensivo: insectos gigantes y arañas gigantes. El hecho de que resulten ligeramente pulp, en lugar de distanciarnos, crea un nivel narrativo muy interesante: tampoco podemos creer lo que estamos viendo. Pero… ¿y si fuera real? Sería demasiado horrible.
Todo este collage de miedos y reflejos de miedos exigía un equilibrio que Darabont sostiene como el que respira, convertido ya en un consumado artesano, capaz de hacernos cercanos a un grupo de personajes tan reales como la vida misma.
Ecos de Lovecraft, y sin concesiones
Pero entre las criaturas hay dos niveles, por un lado los insectos y arañas, y por otro las criaturas gigantes, siempre parcialmente cubiertas por una niebla piadosa que no quiere mostrar aún más horror. Criaturas gigantes, tentaculares y de rasgos crustáceos, de clara inspiración lovecraftiana, casi una venganza de una naturaleza hipertrofiada, mutante y despiadada, que arrasa con el ser humano allá por donde pasa, sin oposición.
Porque no hay esperanza en esta historia, ni siquiera por el rayo de esperanza que se vislumbra al final. Un regusto ácido se nos queda en la pared del estómago cuando concluye esta película, que mientras se ve incomoda y atrapa, pero que cuando se recuerda proporciona excelente material para el saco oscuro de las pesadillas. En cualquier caso, antes de que algo parecido pueda llegar a pasar (si es que no ha ocurrido ya, cosa bastante probable) es bueno ver la película e imaginar cómo reaccionaríamos nosotros ante una situación semejante.
Y sospecho que no sería de una manera muy distinta. Ver ‘La niebla’ es un excelente adiestramiento para futuros apocalipsis.