'La llave de Sarah', lavando la mala conciencia

Había dejado pasar ‘La llave de Sarah’ (‘Elle s’appelait Sarah’, 2010), de Gilles Paquet-Brenner, cuando se estrenó en cines, ya que temía un tratamiento algo pastoso de un tema ya expuesto otras veces, algunas con enorme vigor. Eso no significó me la descartase por completo. Ahora he aprovechado una emisión televisiva para ponerme al día con este título y comprobar que mis sospechas estaban más que fundamentadas. Si alguien me preguntase, como la vez anterior, a qué sección pertenece esta crítica, podría inventarme una llamada “películas que dejé pasar“.

Mientras la protagonista es Sarah, una niña que ocultó a su hermano para evitar que se lo llevasen junto a ella y sus padres a un campo de concentración, para más adelante ser deportado; el film posee fuerza y se presenta duro, al retrotraernos a esa mezcla de tristeza e indignación que producen los relatos sobre el holocausto, incomprensible y sorprendente todavía, por muchas veces que el cine nos lo haya acercado. Esta faceta es la más lograda de la cinta, pero ni mucho menos la sitúa a la altura de otros films sobre la misma tragedia. Para convertir una reivindicación en ficción lo lícito y lógico es tomar a una única persona, como se hace aquí con Sarah, quien se aferró a la llave que encerraba a su hermanito, con la intención de rescatarlo a la mínima oportunidad. No obstante, su historia individual es tan excepcional, que se pierde, por lo tanto, la finalidad anterior, ya que ella no representa a todos los afectados por los sucesos.

El recurso de hacer convivir dos épocas en paralelo, del que tan a menudo se echa mano para evitar en el espectador perezoso el rechazo a las ambientaciones pretéritas, en este caso posee una justificación profunda, ya que alude a la mala conciencia del país vecino. Si los alemanes, tras haber sido tan machacados al respecto ya parecen haber purgado, los franceses cuentan con el agravante de haber pasado por encima durante mucho tiempo de los episodios más oscuros y cuestionables de su Historia. Así, los saltos al presente del inicio de la cinta no estorban, ya que en ellos la periodista saca a colación el hecho de que Francia oculte con tanta habilidad sus afiliaciones durante la II Guerra Mundial y cuestiona, con sus preguntas a los vecinos del velódromo y su conversación con sus jóvenes compañeros, lo que cualquiera habría hecho de haberse encontrado en aquel lugar y en aquel momento.

Un presente mucho menos intenso que el atroz pasado

El arranque de ‘La llave de Sarah’ se nutre de pesquisas y descubrimientos dignos de un buen thriller y una reproducción, no exenta de dimensión crítica, de las atrocidades de los colaboracionistas. La capacidad para conmover y el interés terminan a partir del instante más duro y desagradable (no especifico para no destripar nada a quienes no la hayan visto, pero creo que con esos datos es suficiente para quienes sí conozcan el film). Esa revelación que todo lo cambia y que ocurre antes de la mitad del metraje, quizá debería haberse reservado para el final y la narración podría haberse centrado en lo que ocurre antes. Desde este momento, Sarah deja de aparecer casi por completo y el enfoque se centra en Juliet.

A partir de aquí, lo que contemplamos se asemeja a un telefilm de las tres y media, cargado de emociones familiares de poca envergadura dramática. La búsqueda de la catarsis o de la limpieza de conciencia de la protagonista, que puede que sí se comprendiese en la novela de Tatiana de Rosnay, aquí queda injustificada. Si bien entendemos el interés por completar el artículo, la escasa relación de Juliet con Sarah –a través de la ocupación de la casa por parte de los abuelos de su marido– supone un hilo demasiado fino para que compartamos esta obsesión tan personal. Como su cercanía es poca, se incluye al personaje de William, interpretado por Aidan Quinn, cuya presencia no elude su condición de componenda para dar a aumentar la motivación. La trama matrimonial de la investigadora no es más que un truco que se introduce con la idea de que los espectadores empaticen mejor con esta mujer, creyendo que así los sucesos del pasado interesarán más, cuando en realidad son estos los únicos que poseen fuerza propia.

Quizá lo mejor del conjunto es la actriz que interpreta a Sarah de niña: Mélusine Mayance (‘Ricky’), en la que se puede adivinar una gran personalidad, aunque dentro del conjunto no siempre resulte creíble ni caiga simpática. La labor del director, que hace honor a su primer apellido, no pasa ni por extraer buenos trabajos de los actores ni por saber transmitir sentimientos que los hechos de por sí ya casi le están regalando. Ni siquiera Kristin Scott Thomas, con su presencia elegante, evita que el film se convierta en el reflejo de las frustraciones y luchas conyugales de una mujer de mediana edad. Niels Arestrup, a quien habíamos visto en ‘Un profeta’, apenas tiene papel, pues lo suyo es más bien una aparición conveniente. Frédéric Pierrot puede estar en el extremo opuesto al suponer lo peor de reparto, aunque quizá no por culpa suya, sino por la definición tan maniquea y partidista de su personaje.

Resumiendo, es mucho lo que ‘La llave de Sarah’ parece que va a aportar durante sus primeros instantes. Pero todo se torna en decepciones, según van avanzando los minutos y a medida que el drama va disminuyendo, además de trasladarse desde un intenso episodio del pasado a una cotidiana situación actual en la que hemos comprendido tan mal las motivaciones de la protagonista que nos cuesta situarnos a su lado para saber si logrará o no sus propósitos.

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