Antes de nada quiero avisar, sin que sirva de precedente, a las mentes sensibles del blog, que voy a destripar lo máximo posible el argumento de ‘La legión del águila’ (‘The Eagle’, Kevin Macdonald, 2011), un intento de peplum a la vieja usanza. Y ello es porque así yo me divierto más escribiendo sobre una película que no merece le dediquen más de unas líneas, y por otro lado sí es merecedora de que la desmonten, gracias a poseer uno de los guiones más inútiles, absurdos y ridículos que se ha visto en el cine. Una de esas historias que sobre el papel tienen mejor pinta que trasladadas a una pantalla, labor que ha correspondido a Kevin Macdonald, hasta ahora director de la floja ‘El último rey de Escocia’ (‘The Last King of Scotland’, 2006) —film al servicio exclusivo de Forest Whitaker—, y la correcta ‘La sombra del poder’ (‘State of Play’, 2009), y que con la cosa ésta ha filmado de lejos su peor trabajo.
Ni siquiera voy a necesitar comparar esta película con títulos míticos dirigidos por Cecil B. DeMille, Mervin LeRoy, Stanley Kubrick o Ridley Scott. ¿Sería totalmente injusto? Pues voy a dudarlo, porque hace unos meses nos llegó ‘Centurión’ (‘Centurion’, Neil Marshall, 2010), que si bien no alcanza la grandeza de obras casi intocables, revive muy dignamente el peplum, devolviendo una muy disfrutable mirada primitiva a lo narrado. El film de Macdonald tenía todos los ingredientes para ser un relato encarnizado sobre el honor y la amistad. En lugar de eso, se dedica acumular incongruencias una tras otra, teniendo que soportar además la presencia de dos actores, en plan buddy movie, que realizan interpretaciones penosas, mientras chupan cámara que da gusto, sobre todo ese armatoste llamado Channing Tatum.
La culpa de todo, o la mayor parte, porque hay cosas mínimamente decentes en la película de las que ya hablaré más abajo, es de Jeremy Brock, que adapta el superventas de Rosemary Sutcliff, ‘The Eagle of the Ninth’, ya llevada a la televisión en 1977 en forma de miniserie, y que forma parte de una trilogía. Imagino que si el presente film tiene éxito, las otras dos entregas no se harán esperar. Ruego a todos los dioses romanos para que tal no suceda, y si ha de ser, que le encarguen a otro el trabajo. ‘La legión del águila’ especula a modo de aventura sobre lo acontecido a la famosa Novena Legión más allá del muro de Adriano. Marcus Aquila (Tatum), hijo del comandante de la Novena, regresa para averiguar qué le sucedió a su padre, e intentará recuperar el águila, todo un símbolo con el que restaurar el honor de su apellido. Qué bonito suena ¿verdad? Vayamos por partes.
Para que Aquila conozca al que será su esclavo se expone la primera situación ridícula. Un carro, sí, un carro, le caerá encima en una sangrienta batalla en la que evidentemente Aquila no muestra valor, sino chulería, que es distinto. Como es una película y lo pone el guión, habrá una tremenda elipsis para no explicarnos cómo narices sobrevive a tremenda hostia, salvo por el detalle de una pierna dañada, que hará que sea trasladado al plácido hogar de su tío, papel a cargo del excelente Donald Sutherland, que se pasea con cara de “pero qué narices hago yo metido en esto”. Aprovechemos su presencia, no le volveremos a ver en el metraje. Imagino que el presupuesto no daba para pagarle más minutos en pantalla. Y es precisamente en ese lugar donde conocerá a su futuro esclavo Esca —Jamie Bell con cara de mosqueado y a punto de ponerse a bailar—, al que salvará la vida, única y exclusivamente porque lo pone el guión, una vez más. Motivaciones a tomar viento fresco, qué narices, esto es una película de hostias, y la coherencia se la pasan por el forro.
Esca es un tipo que está muy enfadado con los romanos. El dichoso trauma infantil, que para colmo de colmos comparte con su nuevo amo, quien recuerda a su padre fugazmente, filtros de luz y cámara lenta mediante, en unos bochornosos flashbacks que molestan más que aclaran. Pero aún así, Esca acompañará a su amo, porque al fin y al cabo es un esclavo y un esclavo sólo debe obedecer sin rechistar. Da igual que sobrepasen el muro de Adriano, el límite del mundo conocido, y terminen en el hogar de Esca, éste hará todo lo posible por ayudar a su amo porque sí, porque lo pone el guión. Para ello se sucederán escenas tan imposibles como aquella en la que se marca un enorme farol diciéndole a un terrible picto —la tribu del lugar— que si quiere puede cortarle el cuello a Aquila, que en ese instante, y pa-ra-di-si-mu-lar, se hace pasar por el esclavo romano de Esca. ¿Qué garantías tiene Esca de que el picto no le raje al cuello a Aquila? Absolutamente ninguna. Pero lo pone el guión, y a esas alturas uno empieza a hartarse que le llamen tonto a la cara.
Al final encontrarán el ansiado águila, que está en posesión de unos colgados que se pasan enfarlopados todo el día, pero tienen una mala leche increíble. En un despiste, llámese también licencia que se toma el guionista porque sí, porque le apetece, Aquila con Esca se apoderan del valioso águila, pero, oh, sorpresa, les han dejado escapar. ¿Para qué? Pues para tenderle una trampa y matarlos, pero ojo, sólo envían a cuatro pictos, el resto duerme la mona de su vida. Luego sí, luego hay una enorme persecución en la que Macdonald ya pierde el rumbo, porque empieza a creerse Terrence Malick y la da por enfocar el hongo de los árboles (¿¿??), amén de no saber utilizar tiempo y espacio físico, de forma que nunca nos enteramos dónde están los protagonistas y tampoco sus perseguidores. Qué más da, el mareo es una de las características del cine de evasión actual, y en ‘La legión del águila’ hay bastante. Ni que Michael Bay se pasase por el rodaje un día, y le dejasen jugar con las cámaras.
Por supuesto hay una batalla final en la que se decidirá todo. Pero ojito. Será entre pictos hambrientos de sangre, feroces guerreros que nunca descansan y corren cualquier maratón que les pongas, contra unos 20 romanos que llevan aproximadamente unos 20 años sin coger una espada. Lo de ‘300’ al lado de esto es un juego de niños. Peeeeero, ahí está el guionista, señores, con la cabeza alta y todo orgulloso. Los pictos pierden por goleada, el águila se recupera, se devuelve a Roma, y Aquila y Esca, del que nunca explican su cambio de actitud —¿para qué?— se marchan con aire triunfal a tomarse unas copas al pub romano más cercano. Por cierto, la química entre Tatum y Bell es la misma que existe entre una plancha y un oso hormiguero. Sus personajes no desprenden la humanidad que pide a gritos la historia, y Kevin Macdonald no logra sacar provecho del excelente entorno, por momentos realmente agobiante, que engulle literalmente a los personajes. Eso es lo mejor de ‘La legión del águila’, y la banda sonora de Atli Örvarsson.
Me vuelvo al especial de Eastwood, al puente Roseman…