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'La Isla de las Almas Perdidas', jugando a ser Dios

Hacía tiempo que no comentaba un clásico, lo echaba de menos. Bajo el precioso título de 'La Isla de las Almas Perdidas' se esconde una adaptación de la famosa novela de H.G. Wells, 'La Isla del Doctor Moreau'. Dirigida por Erle C. Kenton, la película ofrece al espectador una fascinante reflexión sobre el ser humano y el poder (o los límites) de la ciencia. Del mismo modo, asistimos a todo un recital interpretativo por parte del gran Charles Laughton, sencillamente inmejorable como el doctor Moreau. Supongo que algunos os acordaréis del ridículo que hizo Marlon Brando en aquella fallida película que dirigió John Frankenheimer en 1996, última adaptación hasta el momento de la obra de Wells. El clásico que nos ocupa no tiene nada que ver. Y no sólo por la preciosa fotografía en blanco y negro, no, aunque ya sólo por eso merece la pena.

La sinopsis de 'La Isla de las Almas Perdidas' ('Island of Lost Souls', 1932) es la siguiente: Un superviviente de un naufragio llega de forma involuntaria, tras pelearse con el capitán del barco que lo había recogido, a una isla desconocida, en la cual el misterioso doctor Moreau realiza secretos experimentos con animales. Los habitantes de la isla son criaturas bestiales de apariencia lejanamente humana que obedecen al doctor. Éste intentará aprovechar la llegada del "invitado" para dar un paso más en sus terribles investigaciones...

A partir de un sólido guión de Waldemar Young y Philip Wylie (evidentemente, la obra de Wells es una base excelente, pero no sería la primera vez que se estropea en el cine), y apoyado en el brillante trabajo de Laughton, Kenton nos conduce de forma elegante y sin pausa por una historia que va oscureciéndose y desarrollándose conforme avanza el metraje. No hay giros sorpresa, todo nos viene dado con previo aviso, pero el suspense y el dramatismo de la historia provocan que, sin darnos cuenta, nos quedemos atrapados en el asiento; es la magia del cine. Poco a poco nos vamos acercando a la isla del título, descubriendo sus secretos, y conociendo a la perfección a los personajes principales, entre los que destaca especialmente el Dr. Moreau.

Él es un hombre que está jugando a ser Dios, en una tierra donde todos los seres le obedecen ciegamente (sus razones tienen, aunque sean más débiles de las que creen en un principio). Si alguien quiere ver aquí una crítica religiosa o política, adelante, pero no creo que el film lo pretenda. Lo fantástico de este Moreau es que no se nos muestra como el típico científico marginado cuyas ideas le han separado totalmente de la realidad. Todo lo contrario, si se encuentra en esa remota isla, es porque, según sus palabras, sus investigaciones son demasiado extraordinarias para ser asumidas por la comunidad científica. No sé porqué me viene a la cabeza el tema de la experimentación con embriones humanos... En cualquier caso, no es un lunático digno de nuestro rechazo. Desde el principio, se nos presenta como un hombre culto, inteligente y, aunque tenebroso, también atractivo. Queremos que ocupe la pantalla todo el tiempo. Laughton consigue aportar todos estos matices y muchos más, componiendo un personaje mítico, que nos atrapa desde el momento que lo vemos por primera vez. Y como debe ser, tiene un final memorable, el único posible.

Llama mucho la atención que sólo se necesiten unos 70 minutos para contar una historia como ésta. Y es que queda perfecta. No falta nada, no sobra nada. Eso hoy día, donde a veces (de forma absurda) se asimila un extenso metraje a una buena película, sería impensable. En este sentido, no deja de resultar refrescante que en apenas una hora uno pueda degustar un inmortal clásico del cine. Desgraciadamente, la película aún no cuenta con una edición en DVD en este país nuestro tan poco respetuoso con el séptimo arte.

Dejando a un lado al inigualable Laughton, hay que destacar la presencia de Richard Arlen, centro de la historia hasta que aparece Moreau, que le roba todo el protagonismo, Leila Hyams, Kathleen Burke y Bela Lugosi, que interpreta un breve pero interesantísimo papel; aunque su rostro está casi totalmente tapado por el maquillaje (para parecer una de esas criaturas que pueblan la isla), su mirada y su voz le identifican claramente. Lugosi encarna a la bestia que recita "la ley", aquella que ha sido establecida por el Dr. Moreau, quien agita su látigo y les amenaza con la casa del dolor. Burke tiene otro personaje muy interesante, al ser la pieza clave del plan maestro del científico. Sus escenas con Arlen están cargadas de morbo y uno casi se lamenta cuando ve llegar a Hyams. Se acabó el posible juego entre animales y... animales.

En definitiva, 'La Isla de las Almas Perdidas' se mantiene viva, 70 años después de su estreno, convertida en todo un clásico del género fantástico y del cine en general. De imprescindible visionado.

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