'La Huella (Sleuth)', Kenneth Branagh actualiza un perverso y gozoso juego

Cuando aparece la palabra "remake" solemos torcer el gesto y pensar "¡otro no!"; sin embargo, afortunadamente, no todas las nuevas versiones son malas ideas. A veces, incluso el nuevo producto supera al viejo. Tranquilos, amantes de lo clásico, dejad vuestros bastones en el lateral del sofá y vuestro vaso de whisky en la mesita, no voy a decir la tentadora tontería de que 'La Huella' de Kenneth Branagh es superior a la de Joseph L. Mankiewicz. Pero sí diré esto: la nueva huella no es peor que la vieja huella. Es diferente. Es una versión distinta del mismo material, el escrito por Anthony Shaffer y reescrito en parte por Harold Pinter. Una variación del mismo juego perverso, ingenioso, que enfrenta a dos hombres por una misma mujer. Branagh actualiza un duelo mortal de mentes brillantes. Y el resultado es, igualmente, brillante. Tirando a azul.

El argumento de 'La Huella (Sleuth)' es de sobra conocido por todos, pero hagamos el esfuerzo de mirar a otra parte y repitamos lo que nos encontraremos al sentarnos en la butaca, deseosos de comprobar hasta dónde ha llegado Branagh. La película se centra en dos personajes (y le basta). Uno de ellos es un veterano escritor de éxito, aburrido en su lujosa mansión; allí recibe al que resulta ser el amante de su esposa, un apuesto joven, desempleado, de origen italiano. La reunión, supuestamente, tiene el objeto de llegar a un acuerdo por el cual los amantes puedan legalizar su relación, casarse, previo acuerdo por parte del marido para que firme los papeles del divorcio. Cosa que, por supuesto, no entra en los planes de éste.

Hablar de 'La Huella' es hablar de dos actores. Quizá aquí es donde, a priori, el remake tenía todas las de perder. Si en la primera versión tuvimos a Laurence Olivier y a Michael Caine, como los dos intérpretes que se jugaban algo más que el honor, ahora tenemos a Jude Law y a... Caine, otra vez, en el papel que hiciera en su momento Olivier. ¡Y muchas gracias! Quizá, como decía mi colega Beatriz, dentro de 30 años se haga una tercera versión con Law en el papel del marido rico. Desde luego, el actor logra uno de sus mejores trabajos en esta película de Branagh, por no decir el mejor. Se le ve muy convincente en todo momento y llega a bordar su papel en las escenas donde su personaje toma las riendas de la "competición". Mucho menos sorprendente resulta lo de Caine, como me comentaba mi colega Stovall, una de esas perfectas razones para acercarse al cine. El veterano actor está inmenso y nos proporciona el deleite de haber podido disfrutar de su talento a los dos lados del ring para cerebros privilegiados.

Sin embargo, el papel del director de orquesta no es el de una estatua precisamente. Branagh rueda el remake con una soltura y elegancia dignas de aplausos. Y casi podría decirse que lo que hace es "jugársela" a Makiewicz. Éste tenía su obra maestra (la tiene aún, pero permitidme que siga), de perfecto acabado, y viene otro tipo, 35 años después, a arrebatársela, como el apuesto peluquero que pretendía largarse con la esposa del viejo escritor. Y aunque tiene todas las de perder, Branagh acepta el reto. Sigue las reglas de Mankiewicz, hasta el punto de situar a Caine en el reparto, pero, como el personaje aparentemente débil, se revuelve con fuerza e ingenio, sorprendiendo al veterano y llevándolo todo a su terreno; en este caso, el momento actual. La cámara se mueve cómoda en su versión moderna, la puesta en escena es impecable, deudora de su predecesora pero dando un paso más, uno sofisticado que sólo podía darse hoy día. La forma en que Branagh nos va desplazando por la casa y nos mete de lleno en el duelo de ingenio es, sencillamente, ejemplar. Y por si quedaba alguna duda, el cineasta, en su valiente aceptación del reto, no se ha limitado a copiar y pegar, a lo que otros han hecho, arrastrando su talento de forma lamentable plagiando lo ya filmado. Branagh parte de la pieza magistral pero hace su película. Actualizando el lenguaje, la forma de ver las cosas, el escenario, y apoyándose en un guión que tiene un tercer acto totalmente sorprendente y lleno de giros impecables.

En definitiva, voy a ser obvio y diré que para todo aficionado al cine esta película es una cita imprescindible, dejando a un lado que la cartelera esté resultando más o menos interesante. Y no sólo por Caine, no sólo por Branagh, no sólo por comprobar que Law puede ser un buen actor, sino, también, por volver a entrar, aunque sólo sea como ese mirón que nos encanta interpretar en la oscuridad de la sala, en un complejo juego de final previsible, pero de desarrollo fascinante.

Portada de Espinof